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Rajoy y ‘La leyenda del indomable’
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

Por

Rajoy y ‘La leyenda del indomable’

Paul Newman protagonizó La leyenda del indomable, una de esas películas que todo buen aficionado ha visto varias veces. Su personaje era un tipo encantador, pero

Paul Newman protagonizó La leyenda del indomable, una de esas películas que todo buen aficionado ha visto varias veces. Su personaje era un tipo encantador, pero irreductiblemente insumiso, capaz de comerse cuarenta huevos duros para ganar una apuesta a costa de su estómago, pero su rebelde empecinamiento le hacía enteramente incapaz de poner en orden su vida y su futuro. Ayer, comiendo con un amigo que elogiaba a fondo y con pasión al Gobierno y la supuesta firmeza de Rajoy, me acordé de esa película, y, por un instante, imaginé al presidente como el imperturbable capaz de superar todos los desafíos, una figura que están empezando a cultivar sus hagiógrafos, empleo que abunda en la dolida España.

Ser imperturbable tiene, con todo, sus riesgos. Pasarse de ataraxia en política puede pagarse caro, porque quedan ya pocos españoles que consideren como una prueba de fortaleza no inmutarse ante lo que se pretende en Cataluña. El empeño del presidente en seguir su plan, que, de todas formas, cambia con gran frecuencia, su determinación en combatir, a  su manera, el déficit público, como si todo lo demás fueran bromas frívolas, acaso no garantice otra cosa que el acabar mal. Es cierto que en política nunca se pueden acometer todos los problemas al tiempo, pero puede que el orden escogido por Rajoy, ese pedagógico empeño en hacer los deberes,  que tanto repiten él y sus ministros, no sea el mejor programa político que puedan contemplar los siglos.

No basta la entereza ante la doble afrenta a la democracia que se ha perpetrado estos días: el programa para la secesión catalana y el intento de tomar el Parlamento, por más que ambos fenómenos hayan tenido un fuerte componente de farsa. Lo de Mas y el acoso del 25-S son fenómenos estrictamente políticos, y así se entiende en el mundo entero, menos, al parecer, en los cuarteles generales del impávido RajoyQuien ha obtenido una amplia mayoría electoral no puede actuar como si estuviese maniatado por las exigencias de una realidad que, según se nos dice, ni pudo prever, ni puede modificar, y que le obliga a ser infiel a su programa electoral y a su discurso de investidura. Tampoco basta la entereza ante la doble afrenta a la democracia que se ha perpetrado estos días: el programa para la secesión catalana y el intento de tomar el Parlamento, por más que ambos fenómenos hayan tenido un fuerte componente de farsa. Lo de Mas y el acoso del 25-S son fenómenos estrictamente políticos, y así se entiende en el mundo entero, menos, al parecer, en los cuarteles generales del impávido Rajoy, dispuesto a subir nuevos impuestos y a aplicar nuevos recortes a quien hiciere falta con la misma determinación que Paul Newman se comía los huevos que, finalmente, le llevaron a la tumba.

Puestos a encontrar imágenes paradigmáticas, la catarata de despropósitos con que el señor Mas quiere superar definitivamente a Pujol como padre de la Nación catalana, nos obliga a comparar a don Arturo con el Capitán Araña, el que a todos embarca y a todos engaña, ese personaje que recorría las costas de la futura Cataluña Grande reclutando voluntarios para una valiente expedición de la que él no iba a formar parte. Mas ya ha declarado que se quitará de en medio en cuanto Cataluña logre sus objetivos, pero también si todos resultan estamparse en la ridícula forma que no es difícil imaginar.

Pues bien, la mera prudencia en las formas, que nunca está de más, no evita el temor de que Rajoy piense dedicar a este asunto su famoso desdén, a la espera de que el problema se disuelva, o de que, por arte de birli-birloque los de CiU se vuelvan repentinamente cuerdos y respetuosos con la sociedad a la que dicen representar, aunque sin preocuparse ni poco ni mucho de sus  intereses reales. De manera harto común entre los partidos españoles, CiU hace cínicamente un juego en el que siempre se gana, bien por conseguir cuanto quiere, bien embobando a los electores con la revolución pendiente. Perfecto si se consigue algo como la independencia, o cualquier sucedáneo homologable, pero, en otro caso,  tampoco estará nada mal seguir atizando el victimismo, la indignación porque se les nieguen derechos y se les regatee un dinero que, según ellos y sus economistas bien subvencionados, es suyo y solo suyo.

Rajoy no puede aparentar indiferencia ni ante el órdago separatista ni ante los evidentes síntomas de desafecto con las carencias de un sistema que no es que no sea perfecto, sino que es cada vez más rígido y menos permeable, más sofocante de cualquier poliarquía y de cualquier forma efectiva de libertad política. Es este sistema débil y desprestigiado el que puede acabar consintiendo la ruptura de España, la negación de cualquier libertad a quienes no se atrevan a disentir del sofocante, corrupto y cateto secesionismo catalán.

La democracia española necesita urgentemente un fortalecimiento de  su prestigio, un notable incremento de sus libertades efectivas. El pacto constitucional tiene que reverdecerse, y hay que ayudar a que la izquierda se desprenda de sus lastres para garantizar la unidad y la libertad de todos los españoles, algo bastante más importante que unas décimas de déficit o un descenso en las encuestas. El presidente de todos los españoles tiene que ser un líder político, mucho más que un buen administrador, y, si no lo sabe hacer, debería marcharse, así de simple.

Paul Newman protagonizó La leyenda del indomable, una de esas películas que todo buen aficionado ha visto varias veces. Su personaje era un tipo encantador, pero irreductiblemente insumiso, capaz de comerse cuarenta huevos duros para ganar una apuesta a costa de su estómago, pero su rebelde empecinamiento le hacía enteramente incapaz de poner en orden su vida y su futuro. Ayer, comiendo con un amigo que elogiaba a fondo y con pasión al Gobierno y la supuesta firmeza de Rajoy, me acordé de esa película, y, por un instante, imaginé al presidente como el imperturbable capaz de superar todos los desafíos, una figura que están empezando a cultivar sus hagiógrafos, empleo que abunda en la dolida España.

Mariano Rajoy