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La política y los trampantojos
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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La política y los trampantojos

El trampantojo es un engaño visual que todo el mundo puede ver, pero funciona. La política está llena de esta clase de efectos, así que siempre

El trampantojo es un engaño visual que todo el mundo puede ver, pero funciona. La política está llena de esta clase de efectos, así que siempre es posible confundirse. España atraviesa un momento agónico, y no es fácil distinguir la cruda realidad de los aparatosos efectos especiales. Al desastre económico hay que añadir un proceso agudo de deslegitimación, en especial de los partidos, porque el cariz y la gravedad de la crisis social es indisociable de errores de bulto de las fuerzas políticas. Pues bien, en medio de esta polvareda confusa, el nacionalismo catalán se ha comportado como lo hacen los virus oportunistas: ha puesto sobre la mesa, con estética casi pornográfica, la crudeza de sus cuestiones, su deseo de no seguir aguantándonos, por decirlo a su manera.

Ante la abundancia de frentes, el Gobierno parece reservarse para el que considera más relevante, la crisis económica, que es, en efecto, lo que más importa a los más. Los éxitos contra ella se retrasan y están resultando muy caros. Sobre la crisis de legitimidad, el Gobierno no parece darse por enterado, refugiado en su mayoría absoluta. Frente la ofensiva secesionista, el Gobierno apenas ha hecho otra cosa que decir buenas palabras, se ha colocado prudentemente a la expectativa a la espera de que esos ímpetus encallen en algún bajío. ¿Qué sucederá si la crisis no amaina y no vuelve la prosperidad, si la gente se convence definitivamente de que los políticos no tienen remedio, y si los secesionistas no resbalan? La confianza en que las cosas se resuelvan por el paso del tiempo no es garantía de éxito.

Los tres problemas que nos afectan a un tiempo a modo de tormenta perfecta deben abordarse de forma integral, porque obedecen a un déficit muy grave de nuestro sistema. Me refiero, obviamente, al hecho de que los partidos hayan llegado a creer que no existe otra cosa que sus intereses, que la realidad es un mero escenario para que los políticos luzcan sus discursos, sus ceremonias y sus epifanías. La realidad existe, sin embargo, y se compone de pobreza creciente, y aparentemente irremediable, una democracia demediada, inútil de disimular, y una crisis grave de la unidad nacional, con los inmensos riesgos que conlleva.

Hace falta que vuelva la política; es necesario buscar la complicidad de los españoles para actuar con grandeza, como se hizo al comienzo de la transición; hay que aprender de los errores y superarlos, sin tratar de engañar a los ciudadanos, sin perpetuar una minoría de edad política que ya resulta insostenible

Cuando cunde la sensación de que los políticos se enredan en querellas de clase, en afirmar que es un éxito que el adversario se haya estrellado aunque el país esté patas arriba, algo muy hondo está fallando, y ese algo se llama carencia de liderazgo, una tacha que siempre acompaña a la decadencia de las naciones, al suicidio colectivo. A pesar de tener un Gobierno con mayoría absoluta, y de que el PP tenga un poder territorial casi ilimitado, no existe una política ambiciosa, porque el PP se ha confiado a la necia retórica de lo inevitable. Todo lo que se hace, se hace porque no se puede hacer otra cosa, y así no se va a ninguna parte. Cuando se nos propone atenernos a lo que se considera normal, se olvida que, para muchos, lo normal puede resultar insoportable.

Al confundir enteramente la política con la administración, el Gobierno está abriendo un enorme socavón bajo sus pies. ¿Cómo se puede decir, por ejemplo, tras un año en el poder, que se va a crear una comisión para estudiar de qué manera se puede reformar la administración? Quien así habla no se da cuenta de que hay un país real al que se está ahogando con subidas de impuestos contrarias al desarrollo económico, al puro buen sentido, y al programa electoral, que no se está haciendo nada para desarmar el enorme tinglado de intereses partidistas que acogota a los españoles tras arruinarlos con políticas disparatadas, grandilocuentes y corruptas. El PSOE no lo está haciendo mejor, lamiéndose las heridas sin pensar seriamente en la defección de sus votantes, y empeñado en una querella interna inacabable e incomprensible, que hace muy evidente lo poco que les importamos. 

Ese olvido de las necesidades reales de los ciudadanos está también detrás de la loca carrera a ninguna parte de Artur Mas, tratando de enterrar tras moles de agravios supuestos, errores y corruptelas que van mucho más del famoso tres por ciento que se dio por bueno en el parlamento de Cataluña, pero el narcótico identitario lo permite. Este es uno de los denominadores comunes de nuestros problemas, una clase política entregada a sus pasiones, olvidada de sus principios, y ajena a la realidad de la vida común, de las desgracias y las esperanzas de la gente a los que se pretende despachar con la palabrería hueca del que dice no poder hacer otra cosa.

Hace falta que vuelva la política; es necesario buscar la complicidad de los españoles para actuar con grandeza, como se hizo al comienzo de la transición; hay que aprender de los errores y superarlos, sin tratar de engañar a los ciudadanos, sin perpetuar una minoría de edad política que ya resulta insostenible. Porque, más allá de los abundantes trampantojos que tratan de ocultarlo, tanto España como la libertad están en peligro.

*José Luis González Quirós es analista político

El trampantojo es un engaño visual que todo el mundo puede ver, pero funciona. La política está llena de esta clase de efectos, así que siempre es posible confundirse. España atraviesa un momento agónico, y no es fácil distinguir la cruda realidad de los aparatosos efectos especiales. Al desastre económico hay que añadir un proceso agudo de deslegitimación, en especial de los partidos, porque el cariz y la gravedad de la crisis social es indisociable de errores de bulto de las fuerzas políticas. Pues bien, en medio de esta polvareda confusa, el nacionalismo catalán se ha comportado como lo hacen los virus oportunistas: ha puesto sobre la mesa, con estética casi pornográfica, la crudeza de sus cuestiones, su deseo de no seguir aguantándonos, por decirlo a su manera.