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Una dosis excesiva de más de lo mismo
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Una dosis excesiva de más de lo mismo

Al año del triunfo del PP, el panorama nacional no es nada risueño. Se ha visto que la mera presencia de un nuevo gobierno no ha

Al año del triunfo del PP, el panorama nacional no es nada risueño. Se ha visto que la mera presencia de un nuevo gobierno no ha acabado con los graves problemas que aquejan a la sociedad española, y ya nadie repite aquello de “sabemos hacerlo” para capitalizar los éxitos de Aznar. Es verdad que los problemas de ahora son peores que los de 1996, pero llevamos ya casi doce meses de una política supuestamente nueva y lo malo continúa creciendo, lo bueno que se haya podido hacer no fructifica, y no se ha abordado ninguna reforma de calado. Por si los problemas fueran pocos, el domingo próximo unas elecciones regionales pueden originar un terremoto, porque los separatistas, a los que no se ha sabido combatir en serio, están dispuestos a romper nuestro frágil sistema constitucional para que nadie pueda poner en duda la licitud de su fortuna, mientras el juez que podía haber puesto freno a alguna de sus fechorías preside una Fundación que recibe abundantes subvenciones de los justiciables. Lo tienen todo atado y bien atado. 

El balance del Gobierno es negativo no solo porque haya hecho poco, y muy lentamente, sino también porque ha mirado para otra parte ante el gigantismo del gasto público, cuya absoluta falta de transparencia puede ocultar cualquier desmán en cualquier parte, y ante la esclerotización de las instituciones y de los grandes partidos, un proceso que está reduciendo la democracia a su mínima expresión, a una máscara de la que cualquiera puede burlarse. 

Es muy doloroso darse cuenta de que buena parte de nuestros problemas siguen siendo los mismos que padecíamos hace casi cien años, que se puede llegar a malograr un experimento político del que pudimos sentirnos orgullosos. Produce vértigo leer los textos de Ortega o de Unamuno, y pánico lo que vino después. El viejo caciquismo está aquí de nuevo, amparado por los partidos que creyeron poder dominarlo y han acabado rehenes de sus “burgos podridos” y sus mafias al no poner en marcha un sistema competitivo de selección de las elites. Muchos votamos pero nadie elige, porque ni siquiera los líderes son capaces de controlar mínimamente lo que tienen por debajo. Véase, por ejemplo, lo que se ha descubierto en Madrid tras la trágica muerte de unos jóvenes: el pabellón que acabó con sus vidas está gestionado por una empresa con decenas de directivos con sueldos millonarios que dicen ignorar lo que pasa en sus instalaciones pero saben otorgar determinados favores exclusivos sin que nadie se entere.


 

Lo que nunca podrá olvidarse es la amarga sensación de que la derecha representada en este Gobierno parece encantada de que todo siga como siempre, incluyendo al Ministerio de Igualdad en el lote Cuando la política se reduce al arte de acceso al poder, ningún político tiene tiempo para saber lo que pasa con los inmensos recursos que administra, y, menos aún, si eso resistiría mínimamente el público escrutinio, de manera que cuando quedan al descubierto las vergüenzas se pone en marcha la máquina de desinformar y se elogia la “admirable ética” de un concejal que dimite porque un juez, seguramente no tan al tanto como su colega catalán, lo ha imputado. 

Esta jibarización de la política permite que el ministro de Hacienda de un partido que no es socialista pueda merecer un premio a su creatividad para inventar nuevos hechos imponibles, y muy bien podría recibir, de seguir existiendo, la “Orden de Lenin” por el celo que pone en idear sistemas para que nadie se escape, redes que atraparán a los mosquitos más incautos y de las que, sin duda, se librarán los de siempre, que para eso son más listos. 

Como la contienda política española se funda en un esquema maniqueo y los de enfrente están todavía peor, hay dirigentes del PP que se consuelan pensando en que alguna vez se producirá la deseada primavera de los brotes verdes ya que, insisten, les quedan tres años. Tiendo a descreer de esta botánica política, pero lo que nunca podrá olvidarse es la amarga sensación de que la derecha representada en este Gobierno parece encantada de que todo siga como siempre, incluyendo al Ministerio de Igualdad en el lote, y con el mismo alegre desmadre de propuestas incompatibles para clientelas diferentes a propuesta de un partido que cree seguir siendo una organización política de carácter nacional. 

De no producirse un auténtico milagro económico no menor que el evangélico de los panes y los peces, ¿qué van a ofrecer en 2015? ¿El programa electoral que han olvidado, o ese improvisado plan, por llamarle algo, que en forma de indeseable y lacrimoso recetario de lo inevitable ha ido administrando este Gobierno? ¿Volverán a prometer una bajada de impuestos, otra reforma de la educación, y despolitizar y agilizar la justicia? ¿Sugerirán otra vez que una magna comisión se dedique a detectar esos raros casos de inutilidad, ineficiencia y duplicación que afean la admirable esbeltez del edificio público? Puede que encuentren la manera de presentar lo mismo como algo distinto con la ayuda impagable del adversario, neciamente empeñado en criticar acremente lo que, de atreverse, hubieran hecho ellos.


*José Luis González Quirós es analista político

Al año del triunfo del PP, el panorama nacional no es nada risueño. Se ha visto que la mera presencia de un nuevo gobierno no ha acabado con los graves problemas que aquejan a la sociedad española, y ya nadie repite aquello de “sabemos hacerlo” para capitalizar los éxitos de Aznar. Es verdad que los problemas de ahora son peores que los de 1996, pero llevamos ya casi doce meses de una política supuestamente nueva y lo malo continúa creciendo, lo bueno que se haya podido hacer no fructifica, y no se ha abordado ninguna reforma de calado. Por si los problemas fueran pocos, el domingo próximo unas elecciones regionales pueden originar un terremoto, porque los separatistas, a los que no se ha sabido combatir en serio, están dispuestos a romper nuestro frágil sistema constitucional para que nadie pueda poner en duda la licitud de su fortuna, mientras el juez que podía haber puesto freno a alguna de sus fechorías preside una Fundación que recibe abundantes subvenciones de los justiciables. Lo tienen todo atado y bien atado.