Es noticia
Necesario y suficiente
  1. España
  2. Dramatis Personae
José Luis González Quirós

Dramatis Personae

Por

Necesario y suficiente

Entre las imágenes sobre cómo somos los españoles destacan las que subrayan la fogosidad y el desdén por la lógica y el cálculo, nuestra tendencia a

Entre las imágenes sobre cómo somos los españoles destacan las que subrayan la fogosidad y el desdén por la lógica y el cálculo, nuestra tendencia a embestir. Por el contrario, es fácil ver que nuestros Gobiernos han sido presididos por políticos fríos, lo que ha creado diversas leyendas al respecto, desde la franquista “lucecita del Pardo”, al pragmatismo indiferente al color del gato del felipismo, el aznariano “manejo de los tiempos” o el más reciente sobre la capacidad de Rajoy para “fumarse un puro”, tal vez encendido en las hogueras sindicales.

Pues bien, aunque pueda ser necesario que los Gobiernos actúen con parsimonia, no está claro que ir a remolque resulte suficiente, y es esta distinción lógica, pero muy intuitiva, lo que está estableciendo un cierto compás de espera en el juicio que el Gobierno de Rajoy merece a los españoles, y, muy en especial, a sus votantes. Aunque los reveses continuos que ha sufrido el Ejecutivo hayan hecho pensar que su estabilidad pudiera ser precaria, el empeoramiento del clima político, las huelgas de casi todo el mundo y la persistencia de una crisis brutal pueden no estar deteriorando de manera irremediable las posibilidades del Gobierno, porque son muchos los españoles que esperan que resista los embates y todos podamos salir a flote.

Hasta ahora, el Ejecutivo se ha atenido a una regla paradójica, pero comprensible: la de decir que deben hacer cosas que no habían pensado, y la de pedir disculpas por el ruido, el dolor y la penuria. Se trata de una estrategia irritante para cualquiera que considere la política como una actividad de fundamento ideológico y de temple moral. Es una manera de actuar, digamos, profesional, tecnocrática, que se justifica en la retórica de lo inevitable y emite una señal de impotencia, pero, precisamente por eso, atenúa enormemente la responsabilidad exigible al ejecutor, claro es que en la medida en que tenga algún éxito. Vistas así las cosas, el Gobierno ha estado actuando como si tuviera tiempo, algo que sin duda tiene, aunque no esté claro hasta qué punto lo pueda mantener.

El riesgo inasumible, mucho más grave, es el que se deriva de actuar como si el sistema político español no estuviese amenazado, de suponer que estamos atravesando una mera crisis económica

Business as usual. Al actuar conforme a la regla que supone la conformidad de largo plazo en la paciente sociedad española, se asumen, sin embargo, dos riesgos políticos: uno soportable, el otro no. El primero lleva a confirmar la dialéctica entre Gobierno conservador que arregla las cuentas pero al que se despide en cuanto consigue el éxito, cosa que no sería demasiado grave porque, al fin y al cabo, supondría una forma, todo lo deficiente que se quiera, pero efectiva, de fomentar la alternancia. El riesgo inasumible, mucho más grave, es el que se deriva de actuar como si el sistema político español no estuviese amenazado, de suponer que estamos atravesando una mera crisis económica.

Me parece que todo lo que está ocurriendo en Cataluña, y no únicamente allí, nos dice a grito pelado que no es así, que el pacto constitucional se ha quebrado y que urge reconstruirlo, algo que puede acabar excediendo las capacidades de un Gobierno con amplia mayoría absoluta.

Una solución de fondo a nuestros males implica hacer una autocrítica del sistema que es bastante incompatible con el timbre tecnocrático con que actúa el Gobierno. No se puede seguir cargando los costes sobre las filosóficas espaldas de los pecheros, y del sector privado, sin realizar una reforma muy radical del esquema de funcionamiento de los poderes públicos, de la burocratización y ausencia de democracia interna de los partidos, de su rendición al clientelismo y la corrupción, de su incapacidad para canalizar la participación política dotando al sistema de imaginación, alternativas y flexibilidad. Se trata de deficiencias ampliamente sentidas y constatadas que, si se cree realmente en la democracia liberal, están en la base de las causas del desbarajuste que padecemos, incluso del llamado problema autonómico, que no es sino el disfraz de cómo los grupos políticos se lo llevan crudo, en bolsas como los pujoles andorranos o, más por lo fino, aumentando hasta el infinito el número de estómagos agradecidos y de militantes disciplinados por el banquete presupuestario, guerreros fieles y silentes que hacen lo que se les manda, oyen y ven, pero no hablan.

Nuestros problemas no se arreglarán con más dinero, sino con una democracia mejor, y ahí todavía no se ha visto ninguna voluntad de reforma por parte del Gobierno que se dedica valientemente a afeitar en frío, pero las barbas ajenas. Puede que el Ejecutivo esté haciendo algo necesario, pero está muy lejos de conseguir un suficiente. Una Nación es algo más que una herencia, es un proyecto vivo que hay que hacer y rehacer, y más cuando partes vitales de su cuerpo sufren procesos cancerígenos y metastáticos que requieren medidas inhabituales y una política de largo alcance, aplicar la ley y permitir que actúe la justicia, pero ampliando horizontes, fortaleciendo los pactos y las esperanzas de todos… también en Cataluña. 

*José Luis González Quirós es analista político

Entre las imágenes sobre cómo somos los españoles destacan las que subrayan la fogosidad y el desdén por la lógica y el cálculo, nuestra tendencia a embestir. Por el contrario, es fácil ver que nuestros Gobiernos han sido presididos por políticos fríos, lo que ha creado diversas leyendas al respecto, desde la franquista “lucecita del Pardo”, al pragmatismo indiferente al color del gato del felipismo, el aznariano “manejo de los tiempos” o el más reciente sobre la capacidad de Rajoy para “fumarse un puro”, tal vez encendido en las hogueras sindicales.