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El caso de FEVE y la disonancia cognitiva
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El caso de FEVE y la disonancia cognitiva

Como escribió hace años Jean François Revel, "la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”; claro es que existe una profunda

Como escribió hace años Jean François Revel, "la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”; claro es que existe una profunda división acerca de quiénes son exactamente los mentirosos, lo que hace que pueda continuar el festín sin demasiados inconvenientes. No descubriré nada especialmente difícil de admitir al afirmar que la principal razón por la que podemos ser engañados, sea por unos o por otros, cuando no por todos, es porque preferimos el consuelo del engaño a la desazón que provocan las verdades escasamente convenientes.

Desde que Leo Festinger pusiese de moda el término disonancia cognitiva para denominar el conflicto de quien tiene que sostener normas, creencias o intereses contradictorios, el mismo se ha empleado muchas veces para denominar lo que ocurre al hacer algo cuyas consecuencias lógicas se rechazarían, al menos en teoría, pero nos engañamos con tanta eficacia y asiduidad que raramente caemos en ello. He pensado en esta curiosa condición al leer un texto contra la resolución del BOE que ordena la disolución de FEVE, gestora de los ferrocarriles de vía estrecha, como compañía independiente.

En cuanto a FEVE habría que preguntar a quienes protestas por su supresión lo siguiente: “¿Están ustedes dispuestos a que se le suban los impuestos en la cuantía necesaria para seguir manteniendo la compañía en funcionamiento?”El autor lamentaba la decisión y hacía toda clase de votos para manifestar su deseo de que no desaparezcan los estupendos servicios que, a su entender, prestaba la citada y meritísima compañía ferroviaria pública. Haría falta ser una especie particularmente desalmada de sindicalista radical para sostener que el Gobierno haya procedido a cerrar FEVE, trasladando sus activos y pasivos a Renfe y Adif -que cocinarán la patata caliente durante largos y entretenidos meses-, con la intención criminal de provocar un daño público irreversible. Y no es demasiado difícil imaginar que el Gobierno se habrá inspirado más en el coste insostenible de los servicios de la empresa que en su calidad, que, dicho sea de paso, tampoco parece volver locos de contentos a sus escasos clientes.

Un síndrome parecido es el que podría denominarse síndrome de los teros, esos astutos pájaros de los que dejó dicho Martín Fierro que ”en un lao pegan los gritos / y en otro ponen los huevos”, y que no es demasiado difícil de observar en todos aquellos que salen a la calle aduciendo que está en riesgo un supuesto bien público, sea la sanidad, la educación o las televisiones autonómicas, pero, en realidad, se quejan, y están en su derecho, de que se les altere su estatus. Volviendo a FEVE, y es solo un ejemplo, habría que preguntar a quienes lamenten su supresión lo siguiente: “¿Están ustedes dispuestos a que se le suban los impuestos en la cuantía necesaria para seguir manteniendo la compañía en funcionamiento?”. En caso de que la respuesta resultare negativa, como cabe suponer, habría que concluir que la lógica no es la fuerza dominante en la conducta humana.

Pues bien, de la misma manera que podemos soportar inconscientemente nuestras contradicciones, hemos aprendido a exportarlas, haciendo que sean otros los que carguen con las consecuencias de nuestras decisiones, y lo podemos hacer sin sentirnos cínicos. La clave está en que la mayoría de los ciudadanos ignora que los gastos públicos se pagan con esfuerzo privado, y supone, además, que en esa contabilidad cuyo análisis fino ignora, siempre saca más de lo que pone, un optimismo indistinguible de la confianza general en que todo tiene remedio mágico y en que si algo no marcha bien se debe a una necia conjura en nuestra contra. Aquí, de nuevo, hay tantos supuestos conjurados como autoproclamadas víctimas. Entidades como el comunismo internacional, el sistema financiero, el Club Bilderberg, el oro de Moscú, el Opus o los masones siempre han estado al servicio de ese proceso de externalización de responsabilidades, y no parece que el sistema de imputación amenace quiebra ante un ataque súbito de lucidez colectiva. Mal de muchos, consuelo de gobernantes, que decía el olvidado Pemán.

Nuestros Gobiernos se han especializado en extender sucesivas capas de oscuridad sobre las cuentas del Reino porque la ignorancia convierte en sabios a los poderosos. Hace falta ser un prodigio para conocer el monto de las reformas financieras, o el infinito número de comisiones y caros estudios para simplificar la Administración, pero aquí cuando alguien se ve puesto en cuestión pone el grito en el cielo en nombre del orden cósmico, cosa que han hecho con maestría y raro éxito hasta los controladores, aunque ya se hayan dado cuenta de que les conviene más el estado de ignorancia colectiva en el que tanto habían prosperado.

Nos enfrentamos a un año bastante más duro que los ya pasados, pero mientras consintamos la oscuridad contable no tendremos un panorama despejado para volver a trabajar sin la horrible sensación de que todos los demás nos están robando la cartera. No es que la transparencia lo resuelva todo, pero podremos gastar menos tiempo y dinero en evitar el fuego amigo, y seguramente aprendamos que nos conviene saber lo que vale un peine.

*José Luis González Quirós es analista político

Como escribió hace años Jean François Revel, "la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”; claro es que existe una profunda división acerca de quiénes son exactamente los mentirosos, lo que hace que pueda continuar el festín sin demasiados inconvenientes. No descubriré nada especialmente difícil de admitir al afirmar que la principal razón por la que podemos ser engañados, sea por unos o por otros, cuando no por todos, es porque preferimos el consuelo del engaño a la desazón que provocan las verdades escasamente convenientes.