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Salvar al soldado Rajoy
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Salvar al soldado Rajoy

El Confidencial informaba ayer de las gestiones de un grupo de empresarios preocupados porque el denominado caso Bárcenas pueda suponer una amenaza a la estabilidad española

El Confidencial informaba ayer de las gestiones de un grupo de empresarios preocupados porque el denominado caso Bárcenas pueda suponer una amenaza a la estabilidad española en medio de una crisis económica tan persistente como grave. No es difícil compartir ese miedo, y es obvio que habría que ayudar a Rajoy a hacer las cosas bien, y no sólo a juicio de los grandes que tratan de protegerle. La pregunta es si el tratamiento adecuado podría basarse en el disimulo, como parece recomendar ese grupo y una parte del Gobierno, una idea bastante tonta, pero que puede gozar de predicamento en un país bien dotado para la hipocresía y la credulidad, que suele apostar por la continuidad, no vaya a ser peor lo que venga.

Entre lo mejor de Camilo José Cela no se cuenta, a mi modo de ver, su promoción de la idea de que “en España, el que resiste gana”, como si toda nuestra vida estuviese más basada en la paciencia que en el mérito. Se trata de un dicho que no resiste el menor análisis, pues abundamos en personas que aguantan hasta más allá de lo razonable, pero cuyo éxito es rigurosamente inexistente. Cela, que era bastante zumbón, seguramente quiso animar a algún enemigo a que continuase haciendo el ridículo, y, como las tonterías siempre encuentran público, la frasecita se ha convertido en un lenitivo de la mediocridad.

La única manera de combatir seriamente la corrupción es asumir la responsabilidad cuando se ha consentido, obrar en consecuencia, y facilitar que los jueces actúen con libertadComo parte de su campaña de resistencia, Rajoy se ha manifestado dispuesto a tomar medidas contra la corrupción, como si la corrupción fuese un defecto del ordenamiento. ¡Pues no! La corrupción no puede impedirse por decreto, ni siquiera es fácil que pueda hacerse más difícil. La única manera de combatir seriamente la corrupción es asumir la responsabilidad cuando se ha consentido, obrar en consecuencia y facilitar que los jueces actúen con libertad. Dando por hecho que Rajoy no está personalmente concernido con nada vergonzoso, sí está afectado por lo que haya hecho Bárcenas bajo su mandato como presidente del PP, y no puede fingir una absurda indiferencia, ni suponer que pueda evitar las consecuencias de tan turbio asunto con no pronunciar el nombre del malvado, actitud que resulta más propia de una comedia de enredo que de una crisis política grave.

Desafortunadamente, Rajoy ha actuado, hasta ahora, de una manera torpemente evasiva. Se ha dedicado a proteger al sospechoso, a disimular al amparo de frasecitas de calendario y a refugiarse en que ningún juez haya condenado, de momento, a su partido, pero el caso es que hasta en España acaban pasando cosas que no habían pasado nunca antes, y la buena previsión del gobernante no consiste en evitar lo inevitable, que no está en su mano, sino en hacer que lo que ha de suceder cause el menor daño.

Rajoy se equivoca de medio a medio pensando que los españoles, sus votantes en primer lugar, puedan pasar por alto un asunto tan penoso y tan obvio, y comete un nuevo yerro asumiendo que no se puede hacer otra cosa que enterrar el caso bajo una gruesa capa de fingimiento, un material tan poco resistente como incendiario. Su error está en confundir dos lógicas muy distintas, la judicial y la política, porque los partidos se han pasado tanto tiempo arguyendo la pretensión de inocencia contra los indicios de corrupción de los suyos que han acabado por caer en esa confusión interesada y mortífera. Además, en el caso Bárcenas ya no se trata de indicios, sino de dos hechos tan vergonzosos como inexplicables: primero, que el tesorero del PP carezca de explicación verosímil sobre el origen de su escandalosa fortuna, y, segundo, que el PP esté a merced de un presunto delincuente.

Rajoy tiene que comprender que salvar la decencia pública y la limpieza de la democracia es más importante que resistir para que algunos puedan seguir recibiendo sobres¿Se puede hacer algo distinto a lo que está haciendo Rajoy? El presidente deberá asumir su responsabilidad, pidiendo públicas disculpas para, a continuación, poner el partido en manos absolutamente libres de sospecha, de modo que se pueda atajar los efectos deletéreos del desaguisado. Sus votantes sabrán comprenderlo, se ganará el aplauso unánime de su grupo parlamentario y podrá dedicarse a presidir el Gobierno, que es su responsabilidad fundamental. Si no actúa con diligencia y se limita a esperar, vanamente, a que todo se olvide y a que la crisis se esfume, confundirá el oficio de político con el de equilibrista, y pondrá en riesgo algo más que su prestigio, la honorabilidad de su partido y la viabilidad misma de la democracia en un clima de sospecha, desafecto y asco creciente.

Cuando el ejército de los EEUU envío un comando a salvar al soldado Ryan, lo hizo porque había bienes superiores en juego, y la película de Spielberg sobre el tema comienza con una escena en la que, medio siglo después, Ryan se pregunta si había merecido la pena esa salvación. Salvar a Rajoy es una necesidad imperiosa, pero no a cualquier precio. Rajoy, como el valiente soldado, tiene que poner de su parte, tiene que comprender que salvar la decencia pública y la limpieza de la democracia es más importante que resistir para que algunos puedan seguir recibiendo sobres, o incluso sin hacerlo. 

*José Luis González Quirós es analista político

El Confidencial informaba ayer de las gestiones de un grupo de empresarios preocupados porque el denominado caso Bárcenas pueda suponer una amenaza a la estabilidad española en medio de una crisis económica tan persistente como grave. No es difícil compartir ese miedo, y es obvio que habría que ayudar a Rajoy a hacer las cosas bien, y no sólo a juicio de los grandes que tratan de protegerle. La pregunta es si el tratamiento adecuado podría basarse en el disimulo, como parece recomendar ese grupo y una parte del Gobierno, una idea bastante tonta, pero que puede gozar de predicamento en un país bien dotado para la hipocresía y la credulidad, que suele apostar por la continuidad, no vaya a ser peor lo que venga.

Mariano Rajoy