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¿Es posible un golpe de timón?
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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¿Es posible un golpe de timón?

Si algo llama la atención en la política española es la prematura decrepitud de las grandes fuerzas, su extrema resistencia al cambio, su conformismo suicida con

Si algo llama la atención en la política española es la prematura decrepitud de las grandes fuerzas, su extrema resistencia al cambio, su conformismo suicida con la idea de que la marea les sacará del hoyo. Frente a las esperanza en que las cosas vayan mejor, responden monótonamente con sus fórmulas más inanes, en la seguridad de que, hagan lo que hagan, les votaremos de nuevo, siempre que toque. No es casual que PP y PSOE tengan al frente a dos segundones curtidos en el desgaste, sin que hayan dicho nunca nada original.

Algunos afirman que esto es precisamente la normalidad, que los países serios no se andan con bromas, ni con cambios cada dos por tres. Según este peculiar modo de ver, hay que acostumbrarse a escuchar las mismas monsergas, repetidas, además, por los mismos embaucadores, aplaudir, a ser posible, y en todo caso, acudir raudos a votar para evitar que llegue el enemigo malo. Pese a esa apología de la mediocridad, son varios los signos de que el hastío y el desengaño pueden propiciar alguna catástrofe, término que puede significar que lo que está arriba se ponga debajo, y viceversa, sin implicar desastres.

Empecemos por el PP. Ni sus dirigentes se atreven a negar que estén haciendo minuciosamente lo contrario de lo prometido, de lo que se supuso que harían. Pese a ello, confían en que abunden los que, con tal de no ver a la izquierda en el poder, vuelvan a votar a quienes tan cínicamente han olvidado sus promesas.

Vayamos al PSOE. En lugar de reconocer que el PP está haciendo exactamente lo que ellos habrían tenido que hacer de haberse producido una impensable victoria de Rubalcaba, se dedican a las vaguedades, al tiempo que se afanan en descuajeringar los mimbres del partido, en pasar marxiana y aceleradamente de su irrelevancia, en certeras palabras de Ludolfo Paramio, a la más absoluta miseria. Igual que sus rivales, esperan que el encono inextinguible de sus huestes los reponga en el poder, olvidando las razones por las que lo perdieron.

Mientras tanto, la España real avanza hacia nuevas cotas de paro, de corrupción, de desorden competencial, de insolidaridad territorial, de ineficacia administrativa, de despilfarro y de caos judicial. ¿Preocupa esto a los grandes partidos? No en demasía. Es cierto que repiten a hora y a deshora que nos sacarán de la crisis, pero son cada vez más los que dudan de que conozcan el remedio, porque las esperanzas se desmienten una y otra vez. 

No es casual que PP y PSOE tengan al frente a dos segundones curtidos en el desgaste, sin que hayan dicho nunca nada originalLa política actual de PP y PSOE constituye, sobre todo, una apuesta por su continuidad. Ambos se limitan a tratar nuestros problemas como si estuviésemos ante una crisis económica ordinaria, pero, por desgracia, todo indica que no es el caso. Es clamorosa la distancia entre la España real y la España oficial, y la fórmula que mejor describe ese abismo creciente es la renuncia de los aparatos políticos a lo que debiera ser su razón de ser, a la política misma. En el caso del PP, su apuesta por la mera gestión es apenas un tosco disfraz de su descreimiento en las ideas, algo sin lo que la política se vuelve inevitablemente chapuza, compadreo y mafia.

En lugar de promover una visión alternativa al conglomerado socialdemócrata y nacionalista que ha gobernado buena parte de las décadas recientes, el PP de Rajoy se afana en mimetizarse en ese oscuro barrizal de contradicciones y promesas engañosas, y ni siquiera ha hecho un mínimo esfuerzo por mantener con cierto vigor su españolismo, algo de lo que imagino que muchos dirigentes creen que hay que avergonzarse, rendidos como están a la cultura de sus adversarios, pese a que, y esto es realmente llamativo, sea evidente que esa política ha entrado, urbi et orbi, en crisis total por su inconsecuencia.

Los españoles se enfrentan a un panorama sombrío, y a la ausencia de líderes de fuste y el aconejamiento de las políticas al uso no inspiran ninguna confianza. Si esto ocurriese en una atmósfera en que todos estuviéramos seguros de la acrisolada honradez de los dirigentes, de su esforzado patriotismo, de su altura de miras, de su capacidad de sacrificio, de su ejemplaridad, sería lógico que estuviésemos a la espera, pero mucho me temo que la idea que nos hacemos de la moral colectiva de nuestros políticos sea bastante más sombría, tal vez porque leemos demasiados periódicos, como insinúa, en el fondo, la curiosa querella del PP contra uno de ellos a propósito de lo que ya saben, dicho sea para imitar por una vez el singular ingenio de Rajoy.

En contra de lo que decía el famoso cartel de la campaña de Clinton, habría que repetir, “¡Es la política, estúpido!”. Claro es que en España manda mucho el imperativo de estabilidad, lo inamovible, el auténtico legado de 40 años con Franco, pero quienes crean en la libertad política y en la democracia no pueden renunciar a pensar que un cambio de rumbo sea posible, aunque ahora no se aviste claramente al timonel, ni al capitán, porque incluso los viejos países se resisten a morir.

*José Luis González Quirós es analista político

Si algo llama la atención en la política española es la prematura decrepitud de las grandes fuerzas, su extrema resistencia al cambio, su conformismo suicida con la idea de que la marea les sacará del hoyo. Frente a las esperanza en que las cosas vayan mejor, responden monótonamente con sus fórmulas más inanes, en la seguridad de que, hagan lo que hagan, les votaremos de nuevo, siempre que toque. No es casual que PP y PSOE tengan al frente a dos segundones curtidos en el desgaste, sin que hayan dicho nunca nada original.