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Cuatro escenas de la tragicomedia política española
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Cuatro escenas de la tragicomedia política española

La política es un escenario, pero los que por ella pasan no siempre se saben su papel. Hay quien improvisa, quien repite, quien patina, incluso quien

La política es un escenario, pero los que por ella pasan no siempre se saben su papel. Hay quien improvisa, quien repite, quien patina, incluso quien dice su frase y se va dignamente.

Como el teatro es de la vida un traslado, lo dijo Tirso, la política es comedia sobre un drama, y, aunque los protagonistas seamos nosotros, hay que revisar las escenas para entenderlas mejor.

Los perros de Aznar 

Se veía venir que lo de la Memoria histórica traería cola. Ahora, la actualidad ha retrocedido más de veinte años.

Los socialistas marbellíes han descubierto a los perros de Aznar asolando la playa con sus fauces abiertas y babeando, sin correas (en alemán, Gürtel) y, claro es, lo han denunciado como merece.  

Cierta izquierda está tan cierta de sus obsesiones que no repara en gastos a la hora de establecer las imágenes que prefiere. Aznar es una de ellas, una especie de indeleble dolor, y algunos creen que no hay mejor programa que alancearlo a deshora.

Hay que trabajar en la psicología profunda para descubrir las razones de esa poderosa fijación, para entender el empeño en denostar al que se fue porque le dio la gana. No será porque les falten problemas, sino para disimular. Acaso se entienda mejor el síndrome si  se cae en la cuenta de que esa concreta dolencia aznarista afecta ahora también a muchos que, cabe recordar, se lo deben todo. Unos quieren desquitarse de la deuda, y otros de la paliza, pero todos creen que zurrando al personaje se ganan votos. Se ve que leen  poco los periódicos.

Martínez Pujalte, el diputado discreto 

“Diputado discreto” es pleonasmo, así que disculpen, porque en ese oficio todos son instruidos en la disciplina del voto, el silencio habitual y, cuando la palabra sea oportuna, que la profieran de modo que el pensamiento no desentone. Cosas del cargo, tanto en el Congreso como en la calle, que hay que dar ejemplo. 

Pese a su acreditado oficio,  Martínez Pujalte se puso el traje de  sermonear en Radio Nacional y, si no llega a ser por los cascos, la boca le habría llegado hasta la nuca como si fuera un personaje de Barrio Sésamo. Así que, ya puestos, le hizo un traje a la medida del juez Castro y descubrió que, en lugar de instruir un caso delicado, el juez mallorquín se dedica a cultivar la fama que se debe a su ego, a garzonear.

Gran conmoción que un diputado tan discreto revele cosas tan recónditas, que se atreva a descubrir un hecho tan escasamente indisputable. Algunos, menos discretos que el murciano, se asombrarán  de que el diputado crea que se les ha ido la mano con la independencia de los jueces, que hay que atarlos más en corto, como hace Gallardón. Fórmula simple: juez que no gusta, juez famoso, eslogan que, dicho con el prestigio y la probidad que caracteriza a personas tan de palabra como el diputado, disipará de un plumazo las torpes sospechas que recaigan sobre quien haga falta, y vaya si hace falta.

Rubalcaba deportista 

Cuando Rubalcaba se crece, tiembla el misterio. No podrá nadie quejarse de que no se explica. Lo ha dicho con toda claridad, ni hace esquí alpino, ni juega gratis al golf, ni se hace fotos en  yates con sospechosos habituales. Su conducta es ejemplar y deportiva. Antes era un atleta veloz, y ahora acude al palco de Florentino porque es madridista, cosa limpia e inmaculada donde las haya. Así que fuera dudas. Ya sabemos lo que no es Rubalcaba, porque lo dice con toda claridad. Puede que le pierdan, sin embargo, las malas compañías, porque resulta que Griñán, que es algo así como su jefe nominal, dice que no se enteró de lo de los ERE, pero eso puede que le venga bien a don Alfredo para no tener que mentir, que tampoco le gusta y no lo hace si no es imprescindible. 

Ahora que ya sabemos lo que no es Rubalcaba, estamos abiertos a enterarnos de lo que propone, de lo que piensa. Seguro que será una gran noticia, porque cabe sospechar que no pretenda ganar las elecciones, aunque sea a don Mariano, a base de no ser vicepresidente de Zapatero, no ser portavoz de González, no ser ministro del Interior, ni el de la LOGSE. Se trata de méritos indisputables, pero un tipo que ha corrido los 100 metros seguro que es más ambicioso que todo eso.

El Ministro de exteriores de gira por el interior 

Cuando Rajoy leyó la lista de sus ministros, y ya hace tiempo, a muchos se les alegró el alma con el Ministro de Exteriores porque es propicio a largar y, se decía, íntimo de Rajoy, gran título en los tiempos que corren, de manera que habría espectáculo. No ha defraudado. Además de atender sus obligaciones urbi et orbe le queda tiempo para cubrir las ausencias de sus colegas más remisos, que los hay. 

¿Qué la política territorial es deletérea, que no se aclara Montoro, que Interior ni sabe ni contesta? Margallo al aparato. Ni corto ni perezoso, ha propuesto revisar el Estado de las Autonomías y que cada palo aguante su vela. O sea, Estado mínimo, como si fuera liberal. Luego dirán algunos que este es un Gobierno técnico.  Vale, pero que se sepa que García Margallo tiene respuesta para todo y la suficiente autoridad para asomar la patita.

La política es un escenario, pero los que por ella pasan no siempre se saben su papel. Hay quien improvisa, quien repite, quien patina, incluso quien dice su frase y se va dignamente.