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El tiempo, que ni vuelve ni tropieza
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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El tiempo, que ni vuelve ni tropieza

Así reza el hermoso verso de Quevedo, ese tiempo que anhela Rajoy como salvación pero que parece destruirle. La política española tiene un problema con sus

Así reza el hermoso verso de Quevedo, ese tiempo que anhela Rajoy como salvación pero que parece destruirle. La política española tiene un problema con sus ritmos y con su duración, y, por ello, con la estética y la escenografía. Tal vez por eso haya dicho Pujol que aquí no funciona nada, salvo su familia, es de suponer.

Cándido e inalterable Méndez 

En medio de una cierta indiferencia compatible con el pasmo, el jefe de UGT camina hacia el cuarto de siglo al frente de su sindicato. Es cierto que todo tiende a durar y huye de la muerte, pero en las democracias hay un límite para la normalidad, exactamente por las mismas razones por las que nadie vive 200 años. Como los españoles somos un poco reacios a cuantificar, lo nuestro son las impresiones y los paisajes del alma, las cifras de Méndez se han recibido como un signo de tranquilidad, como una especie de lucecita de El Pardo sindical. Recordamos el final del soneto de los Argensola: Porque ese cielo azul que todos vemos, / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!. Tal vez ocurra que los sindicatos tiendan a ser, por su propia naturaleza, permanentes e inalterables, no sé si recuerdan.

Trías, un florentino en medio de legajos 

Las prisas, siempre las prisas, así pasa que todo dura demasiado y, como nos hizo notar Andreotti, manca finezza. En abierto contraste con la chapuza general, hay que resaltar la filigrana de las actuaciones de Jorge Trías que entre la política, la prensa y la toga, ha protagonizado alguno de los episodios más audaces y sutilmente precisos de la peripecia nacional. Cuando Garzón era alanceado, denunció cacería y, con Bárcenas a los píes de los caballos, se acuerda de unos papeles que a lo mejor tienen algo que ver con el caso, aunque tal vez no prueben nada. O no, quién sabe. Ahora, a través de uno de sus periódicos, se ha sabido el duro trance en el que decidió poner en manos de la Justicia, que emana del pueblo soberano, una prueba de cargo que nadie sabe contra quién va. En medio de tanto atolondramiento y mema cobardía, Trías ha enseñado pudorosamente un tobillo, porque la elegancia siempre prefiere el erotismo a la pornografía.

Alfredo Sáenz, y las urgencias del Gobierno 

Contra los que dicen que aquí nunca pasa nada recordemos lo ocurrido con Alfredo Sáenz, un banquero condenado, y entenderemos las prioridades del Gobierno. Zapatero lo indultó in extremis para evitar las preguntas y para que se sepa quien manda. El Supremo se atreve a respetar sus sentencias y le dice al Gobierno que no puede hacer lo que ha hecho, ni siquiera con alguien de tan excepcionales merecimientos. Acto final, presumiblemente: Rajoy, heredero al fin, se encarga de corregir la Ley que impide a Sáenz hacer lo que tan bien sabe hacer a gusto de dos Gobiernos supuestamente antitéticos.

Como se ve, dígase lo que se diga, hay espacio en España para los consensos. Llama la atención que el Gobierno de Rajoy sea tan raudo en asunto tan menor y no encuentre tiempo, en setenta consejos de ministros, para cosas de más fuste, como evitar que se incumplan las sentencias, o para modificar leyes que nadie en Europa le impide tocar y muchos de sus electores le reclaman.

Thatcher, Menéndez Pelayo y la derecha ni-ni 

Le falta tiempo al Gobierno. No encuentra el momento el PP en un estado de suspensión que no parece improrrogable. La muerte de Thatcher le ha servido a don Mariano para pronunciar unas palabras de elogio, pero porque estaba aquí Cameron, que, si no, ni mencionarlo. Es demasiado agudo el contraste así que, como diría el difunto Chavez, “olvídese”, que el Gobierno solo tiene tiempo para lo importante, no se va a poner a hacer política.  En tal trance, es normal que se les escapen hasta las efemérides. En 2012 se debió celebrar el centenario de la muerte de Marcelino Menéndez Pelayo, un estudioso, un miembro ilustre de esa rara esquina de sabios de la que habló Cela. Pero, para su futura desgracia, don Marcelino era un conservador, “católico a machamartillo” se decía, y eso es más de lo que puede permitirse nuestro Gobierno. Así que se le olvidó la fecha a la Secretaría de Estado de Cultura y al propio Ministro que estaría mirando, aunque no serenamente, cualquier encuesta.

Cesar Alonso de los Ríos, que también es cántabro, ha remediado un poco la vergüenza con un libro sobre el eximio polígrafo y con un excelente artículo en Cuadernos de Pensamiento Político, la revista de Faes.  Esta derecha ni-ni, ni liberal ni conservadora, cree tener muy claro su objetivo, pero no parece caer en la enorme paradoja que supone cultivar con mimo  el  desdén de sus votantes.

Así reza el hermoso verso de Quevedo, ese tiempo que anhela Rajoy como salvación pero que parece destruirle. La política española tiene un problema con sus ritmos y con su duración, y, por ello, con la estética y la escenografía. Tal vez por eso haya dicho Pujol que aquí no funciona nada, salvo su familia, es de suponer.