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Del barroquismo en política
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Del barroquismo en política

El barroquismo puede definirse de muchas maneras, pero una de ellas es, sin duda, su capacidad para encubrir lo fundamental tras los embelecos verbales y el

El barroquismo puede definirse de muchas maneras, pero una de ellas es, sin duda, su capacidad para encubrir lo fundamental tras los embelecos verbales y el estuco. Mientras Europa inventaba la ciencia, los españoles de la época adoraban a Churriguera. Ahora, plenamente integrados en el teatro político de la socialdemocracia, cultivamos como nadie el trampantojo.

La contabilidad minuciosa, a lustros pasados 

No solo hemos adaptado las instituciones de la democracia europea, seguimos conservando algunas recias tradiciones, no aunque sean perfectamente inútiles para lo que se supone, sino precisamente por eso: ya lo decía Miguel Espinosa, la política es la simpatía que el poder siente hacia sí mismo. Tal es el caso del Tribunal de Cuentas, pomposa e inane institución que se remonta a los Trastámara, y que, tras complejas deliberaciones, acaba de descubrir que la construcción del AVE a Barcelona, un servicio que apenas cubre sus gastos de explotación, supuso un coste sobre lo previsto de más de un 31,4%, pequeñeces, que diría el Padre Coloma.  

Esta noticia tan tardía explica mejor que nada lo bien que funciona en España el tráfago de intereses entre políticos prometedores, legisladores abstractos, brillantes ejecutivos y animosos constructores, sin olvidar a los intermediarios y a los sobrecogedores que tanto han hecho para facilitar el prodigio. Casi 15 millones de euros por kilómetro puede ser poco para que los políticos catalanes hayan podido financiarse una red de cercanías de alta velocidad.

Defendiendo la democracia 

Conscientes de lo proclives que podemos ser a la suplantación, los políticos más responsables saben poner las cosas en su sitio. Hace poco, al clausurar un apasionante debate interno sobre la idea de representación que organizó el PP, nada menos que en San Sebastián, y en el que participaron, entre otros, rutilantes pensadores como Carlos Floriano o el propio Ruiz Gallardón, María Dolores de Cospedal se opuso valientemente a quienes pretenden discutir el funcionamiento de los partidos con un dictamen realmente inapelable: que se presenten a las elecciones, si quieren que se les escuche. Santa palabra, como se decía antes.  

Puede imaginarse la zozobra con la que los asistentes al debate, que hay que suponer tenso, esperaron las conclusiones, y su íntima sensación de libertad al oír las certeras palabras de tan polivalente lideresa. ¡Qué tranquilidad comprobar que los partidos están ungidos por el carisma de la legitimidad y no deben preocuparse de nada!

 En fin, que ya era hora que alguien con autoridad pusiese en su sitio a esa panda de intelectuales y vocingleros de calle empeñada en que se puede estar haciendo mal pese a contar con una mayoría tan amplia. Democracia barroca: no hay otra política que la del que se sienta en el banco azul, porque los argumentos se miden en escaños, y lo demás, incluidas las encuestas del CIS, no vale para nada. Hace tiempo, a esto se le llamaba el bunker, pero hemos progresado mucho.

La decisión de Navarro 

Viendo las sutilezas que se gasta el señor Navarro con el derecho a decidir no hay otro remedio que recordar otra idea del mismo Espinosa, su dictamen de que la resignación es lo que mejor expresa la naturaleza del Pueblo, porque, en efecto, los votantes que le quedan al PSC-PSOE pueden aspirar a cualquier premio en una competición de resignados. Este señor, al que tanto preocupa la sucesión en la Corona, que debiera ser un simple automatismo, parece ser enteramente ajeno a la opinión y a los deseos de sus votantes. Podríamos discutir si los militantes del PSC-PSOE partidarios del independentismo catalán llegan al 5% o apenas sobrepasan el 3%, pero parece evidente que el ciento por ciento de sus votantes tiene una cierta tendencia a preferir seguir siendo españoles. Sin embargo, el líder de tan menguada cohorte se extenúa haciéndoles ver que no solo pueden ser españoles, sino tan demócratas como los independentistas, porque ha comprado la increíble idea de que si uno no quiere autodeterminarse es poco menos que nada. Digan si no es barroquismo querer que se monte un referéndum para romper con España para darse el gusto de votar en contra. Está claro que algunos políticos tiene un paladar tan exquisito que ya son incapaces de valorar los sabores nítidos, lo que gusta al pueblo que se supone soberano.

Arantza Quiroga, elegida por consenso 

Si se quisiera poner un ejemplo de éxito político de los dirigentes de un partido difícilmente se escogería el caso del actual PP vasco. El saliente Basagoiti se ha dado el gustazo de perder casi dos terceras partes de sus electores mientras ha estado al frente de las pacientes huestes populares.  Haría falta un espíritu muy retorcido para no reconocer la necesidad de agasajarle en la hora de su eclipse, voluntario, por supuesto, y los mandamases parecen pensar que nada mejor que dejarle el derecho a elegir sucesor, conforme a lo que ya es una recia tradición en el seno del PP que piensan que la democracia siempre puede esperar, mientras se cumplan los estatutos. A veces se dice que la derecha no aprende, pero la verdad es que algunos se saben muy bien la lección de Romanones, digan lo que digan las leyes, lo importante es hacer el reglamento.

No seré yo quien discuta los méritos de Arantza Quiroga, me gusta, por lo menos, tanto como a Anson, pero no deja de ser sospechoso  que un partido tan exigente y autocrítico como el PP deje pasar la ocasión de mejorar la democracia, que tanto les preocupa, dejando que sean sus militantes quienes decidan quién les representará en los próximos años. Es lo que tiene acostumbrarse a los procedimientos en lugar de a los principios, que se acaba confundiendo al erotismo con la pornografía, que también puede ser barroca.

El barroquismo puede definirse de muchas maneras, pero una de ellas es, sin duda, su capacidad para encubrir lo fundamental tras los embelecos verbales y el estuco. Mientras Europa inventaba la ciencia, los españoles de la época adoraban a Churriguera. Ahora, plenamente integrados en el teatro político de la socialdemocracia, cultivamos como nadie el trampantojo.