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Primero la condena, luego el juicio
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José Luis González Quirós

Dramatis Personae

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Primero la condena, luego el juicio

Se podría distinguir a los humanos según la proporción entre el tiempo que dedican a  tratar de comprender y la celeridad que ponen en obrar. Muchos

Se podría distinguir a los humanos según la proporción entre el tiempo que dedican a  tratar de comprender y la celeridad que ponen en obrar. Muchos son partidarios del consejo impartido por la más autoritaria de las criaturas de Lewis Carroll, la Reina del país de las maravillas,  que ordenaba no perder el tiempo con considerandos  e imponer, rápidamente, la sentencia que interese. Abundan los que creen que perder el tiempo razonando es imperdonable cuando resulta barato someter a todos.

Moliner y la juez Alaya

Aunque estemos habituados a que la Justicia sea lenta, hay gente que protesta porque teme más la pena del proceso que los latigazos de la sentencia. No les falta razón. Tal vez se haya querido apuntar a esa corriente el presidente de los jueces que, sin que se sepa muy bien a cuento de qué, la ha emprendido a empujones con la juez Alaya, enredada en el caso de los ERE de Andalucía. Según Moliner su instrucción está siendo lenta, en realidad solo le ha faltado decir que el caso no es para tanto. ¿Se adivina en el celo del altísimo Magistrado un dolorido sentir por el probable destino y alcance de los justiciables  si la cosas se ven a fondo? ¿Preferiría el Justicia mayor del reino tapar el estercolero con celeridad para evitar el riesgo de que alguien quede estigmatizado, aunque sea con razón? No podrá decirse que Moliner no se apoya en una españolísima y peculiar jurisprudencia, siempre hábil y diligente para evitar que los que mandan sufran quebrantos de imagen en los tribunales, por no hablar de condenas.

Larvatus prodeo 

La historia no permite predecir el futuro, entre otras cosas, porque lo que sucede en el presente no siempre se percibe. Hay cosas que pasan inadvertidamente para los más, incluso para los más escogidos y, como de repente, emergen y sorprenden. Descartes decía de sí mismo que avanzaba enmascarado, con disimulo, pero sabiendo lo que hacía. Claro que no todos somos tan clarividentes y mucha gente avanza estrepitosamente hacia ninguna parte. Los optimistas creen que se va a mejor, pero hoy no parece que constituyan mayoría.

En medio de la tribulación hay que adivinar el progreso de la medicina secreta. Es lo que pasa con el PSOE que avanza con discreción, en la superficie parece ir a peor, pero está repleto de células de reflexión, de iniciativas críticas en que se debate a fondo, o eso dicen. Cuesta trabajo creer que unos pocos sean capaces de malbaratar el cuantioso capital de tantos, aunque no sea tan sólido como imaginan y hagan falta buenos emprendedores. La paradoja mayor de nuestra democracia consiste en su escasa habilidad para escoger figuras atractivas: habrá que revisar la maquinaria. Mientras tanto, Rubalcaba mantiene el pabellón sin ocultar apenas las ganas que pueda tener de salir corriendo.

¿Cómo que no hay relato?

La probabilidad de que una tontería alcance el cénit es directamente proporcional a su espesura, a  su densidad. Arcadi Espada, y algunos más, creen que eso es lo que se demuestra con Twitter, y, ya puestos, con la red. No entraré en esa metafísica, pero sí subrayaré que una de las melonadas de mayor éxito en la retórica política es la del relato, que si no tienes, que si lo has perdido. Algunos le han reprochado a Rajoy carecer de un relato atractivo, han llegado a decir  que eso es lo que le ha afeado Aznar.

Defenderé, en este punto, a Rajoy, porque un (mal) relato es casi lo único que le queda: Por la terrible estepa castellana,/ al destierro con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro-,/ el Cid cabalga. Tiene Rajoy tantos rapsodas de su imperturbabilidad y su dominio del tiempo que no puede quejarse, pero nadie puede vivir de ese cuento con los impuestos tan altos y la moral tan baja. Como se que gusta de poetas, le regalo un consejo de César Vallejo, ¡Cuídate del leal ciento por ciento!, y, más, si lleva faldas.

Aznar, esa quimera 

Los españoles tienen tan poca costumbre de verlos que se aturullan cuando se les aparece un político. Aquí se tiende a creer que la política consiste en no molestar, y hay quien ha hecho virtuosismo con la receta. Nos han acostumbrado tanto a los spots que cualquier realismo provoca vahídos: “¡si hasta ha dicho que los de Prisa mienten, ¡por Dios, por Dios!”. Lo malo del caso es que los encargados de aminorar el impacto no han controlado bien la escenografía, ni ha subido la prima de riesgo ni se han suicidado los banqueros, así que la supuesta “deslealtad” de Aznar se ha quedado sin efectos. Se consuelan diciendo que en el partido nadie le sigue, son unos genios de la demoscopia.

Dicho de otra manera, hay quienes quieren una democracia tan insustancial que se asustan cuando alguien afirma que va a ser fiel a su conciencia, a su partido y a España. Dicen entonces, ¿pero en qué quedamos? ¿Este tío no era de derechas? ¿No se ha enterado de que la ideología se resume en la disciplina y el cierre de filas? Está visto que de tanto viajar, y un exceso de lecciones, le ha acabado pasando lo que a Don Quijote. Cometerán nuevo error si intentan tomarlo a chirigota, que es la manera tonta de leer a Cervantes. 

Se podría distinguir a los humanos según la proporción entre el tiempo que dedican a  tratar de comprender y la celeridad que ponen en obrar. Muchos son partidarios del consejo impartido por la más autoritaria de las criaturas de Lewis Carroll, la Reina del país de las maravillas,  que ordenaba no perder el tiempo con considerandos  e imponer, rápidamente, la sentencia que interese. Abundan los que creen que perder el tiempo razonando es imperdonable cuando resulta barato someter a todos.