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Saben de aquel que fue a una caja a sacar su dinero y terminó…
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Saben de aquel que fue a una caja a sacar su dinero y terminó…

La crisis ha tocado mucho la moral de los sufridos ahorradores. Todos somos ahora un poco más pobres. Y por si fuera poco, durante unas semanas,

La crisis ha tocado mucho la moral de los sufridos ahorradores. Todos somos ahora un poco más pobres. Y por si fuera poco, durante unas semanas, una ola de pánico ha hecho que la mayoría de ciudadanos con una cartilla de ahorros temiera por el dinero que creía tener a buen recaudo en el banco o caja de turno.

 

La casuística del día a día vivida en cualquiera de las oficinas bancarias durante las jornadas más críticas daría para un manual del disparate y la pillería. Como diría el recordado humorista Eugenio, saben de aquel que fue a una caja a sacar su dinero y… Pues eso, historias mil, todas reales, que han sacudido un país sucursalizado como España.

Ocurrió la primera semana de octubre. El cliente de una caja de ahorros se dirigió a su oficina de referencia hecho un puro nervio. Pidió hablar con el director. Quería que le extendiera un cheque para retirar sus depósitos. Al diligente empleado no le llegaba la camisa al cuello. “¿Puedo saber los motivos?”, preguntó con un hilo de voz.

La respuesta de su cliente fue directa: “Me han dicho que quebráis mañana”. Razón más que convincente. Sin embargo, el director de la oficina se aflojó el nudo de la corbata y sacó arrestos para dar alto a la fuga. "¿Se puede saber quién dice eso de nosotros?". Era una pregunta pertinente, aunque no esperaba la respuesta. “Ha sido el director de otra entidad, donde tengo también una cuenta”.

Acabáramos, era una cuestión de competencia, de juego sucio en el río revuelto de la desconfianza. “De acuerdo, yo le extiendo el cheque sin ningún problema, pero quiero aclararle una cosa: cuando vaya a la otra entidad a depositarlo no deberían admitirselo, porque, si de verdad fuéramos a quebrar mañana, estaría sin fondos, ¿no cree...?”

El cliente, menos acalorado que al principio, entendió el razonamiento. Y así hizo. Con las mismas, se dirigió a la otra entidad y se dispuso a ingresar el cheque de marras. “Aquí está”. Y según lo pactado, cuando el maledicente director extendió la mano para coger el dinero, el avispado cliente retiró el papel en un acto reflejo.

“Pero, ¿no me había dicho que iba a quebrar mañana? Haga el favor de extenderme un cheque con todo el dinero que tengo aquí. Ahora mismo pienso llevarlo a la otra caja, a la que según usted estaba a punto de quebrar”. Y como si de una fábula se tratara, el inicialmente derrotado resultó favorecido por la actuación prudente y meditada del cliente, que se sintió búrdamente utilizado.

Una anécdota verídica que sirve como termómetro para medir el grado de psicosis vivido durante algunas semanas. Lo padeció Caja Castilla La Mancha por un bulo infundado, lo ha sufrido ING (a quién Banesto dice haber robado 50.000 clientes) y le ha tocado a CAM, que recriminó por escrito las malas artes de terceros. ¿Saben de aquel que…?

La crisis ha tocado mucho la moral de los sufridos ahorradores. Todos somos ahora un poco más pobres. Y por si fuera poco, durante unas semanas, una ola de pánico ha hecho que la mayoría de ciudadanos con una cartilla de ahorros temiera por el dinero que creía tener a buen recaudo en el banco o caja de turno.

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