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El ministro Soria se desmelena en la cena de despedida a Trillo
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El ministro Soria se desmelena en la cena de despedida a Trillo

La excusa es lo de menos. Lo importante es sentarse en torno a una mesa, confraternizar, poner en contacto a los novatos con los diputados más

La excusa es lo de menos. Lo importante es sentarse en torno a una mesa, confraternizar, poner en contacto a los novatos con los diputados más veteranos y, sobre todo, pasar un buen rato, que los tiempos no están para muchas chanzas. La cita la institucionalizaron hace unos años un grupo de diputados populares recién llegados a la Cámara que, como no conocían a absolutamente nadie, empezaron a montar sus propios saraos para hacer piña después de los largas sesiones plenarias en el hemiciclo. Con el tiempo, todo eso cristalizó en la asociación El Balconcillo, cuyo nombre proviene de los escaños que originariamente ocupaban, y que concede, cada seis meses, unos premios entre los compañeros de la bancada. “Con el criterio que nos da la gana”, advierte uno de sus impulsores, el diputado Juan Carlos Grau, de las Islas Baleares.

Pues bien, la última cita del heterogéneo grupo, que suma ya en sus cónclaves a casi un centenar de diputados, tuvo lugar el pasado martes en el restaurante El rincón de Esteban, en los aledaños del Congreso. Una cena de hermandad que sus señorías aprovecharon para despedir con todos los honores a Federico Trillo, que a la espera del correspondiente plácet, se convertirá en breve en el próximo embajador de España en Londres. “Me habéis hecho embajador antes que Margallo”, les dijo el agraciado.

El Balconcillo le impuso una banda de embajador con los escudos de la Gran Bretaña y España y, como regalo, le ofrecieron una figura de un militar de la época de Carlos III que le acompañará, seguro, en su próxima mudanza a la capital de la Commonwealth. “Para que la ponga en su despacho”, añade Grau.

La cena acabó de madrugada con el propio Trillo dando el do de pecho con varias canciones tradicionales y con el ministro de Industria, José Manuel Soria, demostrando también sus cualidades vocales. “Canta muy bien canciones canarias”, asegura el diputado. Al simpar elenco se unió también el toledano Arturo García Tizón, que aportó su bandurria, una faceta suya apenas conocida.

La fiesta acabó entrada la noche. Soria se estrenaba también en estas citas bianuales como uno de los premiados con el galardón más favorecedor. El “Más bonito que un San Luis”. Pero los premios, más en plan broma que otra cosa, tuvieron otros originales reconocimientos. A Andrés Ayala, en su día azote de Maleni Álvarez, le concedieron “El que pudo ser y no fue”, que recogió, pese a todo, con buen ánimo. El jefe de filas de todos ellos, José Antonio Alonso, recibió, por su parte, el de “El veterano que siempre nos ve” (un poco de peloteo aunque El Balconcillo lo niegue). El premio “Dulzura” recayó en Antonio Elías, mientras que Dolors Monserrat recibió el de “Cocinera antes que fraile”, por su ascenso de diputada a vicepresidenta tercera del Congreso.

El Banconcillo está formado, además de por el propio Grau, por los diputados Pilar Barreiro, alcaldesa de Cartagena, Carmen Navarro, María Jesús Bonilla, Concha Bravo y Antonio Gallego. “Nació como una especie de escudo, porque cuando llegamos por primera vez al Congreso había que espabilar y buscarse la vida”, añaden. Por la cena, que suele ser siempre un éxito gracias al boca a boca, se dejaron caer también casi todos los miembros de la dirección del grupo y un buen número de veteranos. Entre otros, Juan Carlos Aparicio, Rafael Merino, Bermúdez de Castro o Pablo Casado, presidente de las Nuevas Generaciones de Madrid. Aparicio, por cierto, también se arrancó a cantar.

Trillo, muy emocionado, les dijo a todos los presentes que las futuras puertas de su embajada en Londres estarán abiertas y que les espera ver muy pronto.  

La excusa es lo de menos. Lo importante es sentarse en torno a una mesa, confraternizar, poner en contacto a los novatos con los diputados más veteranos y, sobre todo, pasar un buen rato, que los tiempos no están para muchas chanzas. La cita la institucionalizaron hace unos años un grupo de diputados populares recién llegados a la Cámara que, como no conocían a absolutamente nadie, empezaron a montar sus propios saraos para hacer piña después de los largas sesiones plenarias en el hemiciclo. Con el tiempo, todo eso cristalizó en la asociación El Balconcillo, cuyo nombre proviene de los escaños que originariamente ocupaban, y que concede, cada seis meses, unos premios entre los compañeros de la bancada. “Con el criterio que nos da la gana”, advierte uno de sus impulsores, el diputado Juan Carlos Grau, de las Islas Baleares.

José Manuel Soria