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Vivir juntos para hacer algo
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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Vivir juntos para hacer algo

La Constitución de 1978 dibujó un reparto de poder que ha posibilitado vivir juntos a los territorios que conforman la realidad de nuestro país

Foto: Ceremonia inaugural del los Mundiales de Natación Barcelona 2013. (Efe)
Ceremonia inaugural del los Mundiales de Natación Barcelona 2013. (Efe)

Para ser creíbles, los partidos tienen la responsabilidad de afrontar la vertebración del Estado sin posiciones vacilantes que permitan lecturas interesadas como consecuencia de una falta de definición de lo que es España. La Constitución de 1978 dibujó un reparto de poder que ha posibilitado vivir juntos a los territorios que conforman la realidad de nuestro país.

Como ya dejo escrito Ortega y Gasset en su España Invertebrada, la historia de España desde 1550 hasta nuestros días ha sido una historia de desmembración permanente. Y en ésa parece que volvemos a estar los españoles, en un proceso de desmembración interna que rompa con el pacto de convivencia pacífica y democrática que supimos articular con la Constitución de 1978. A finales de los años 70 del siglo pasado, los españoles decidimos seguir juntos, no por el simple hecho de permanecer unidos, sino porque sentíamos el deseo de colaborar, desde nuestras distintas percepciones, identidades e ideologías, en un proyecto común tendente a conquistar la libertad, la democracia, la modernidad y la justicia para todos nosotros.

La unidad del país se ha convertido en una definición, en un mandato constitucional pero no en una voluntad colectiva de hacer algo juntos

En estos momentos, aparentemente, no hay un proyecto colectivo que implique a esas mismas voluntades por lo que la unidad del país se ha convertido en una definición, en un mandato constitucional pero no en una voluntad colectiva de hacer algo juntos, que nos permita sentir el orgullo de trabajar codo con codo, desde posiciones e identidades distintas.

Hace algo más de cinco años que los españoles nos encontramos en la sala de espera de una gran UCI, donde reposa un país enfermo que cada día se debilita más como consecuencia de que la medicación que se le suministra, lejos de fortalecerlo, lo debilita. Y en una sala de espera, sólo se espera a que el enfermo se recupere definitivamente o que dé su último suspiro. El Gobierno ha decidido convencernos de que las constantes del enfermo mejoran; hasta puede ser cierto que las cuentas del Gobierno estén mejor, pero las cuentas del país, de España, cada vez están peor. Todos sabemos que la famosa prima de riesgo ha bajado, pero también somos conscientes de que el riesgo de vivir en España ha subido.

Líderes con poca credibilidad

No hay nada que nos incite a un esfuerzo colectivo donde pongan más aquellos que más tienen que ofrecer y aquellos que están más capacitados para hacerlo. Y, sencillamente, parece que hay gente que se cansó de esperar y que amenaza con marcharse para tratar de hacer algo por su cuenta al margen de la situación hospitalaria. Tratar de responsabilizar, sin más, al que pretende marcharse o cerrar la puerta de salida con siete llaves es errar el tiro y el diagnóstico de la situación en la que nos encontramos.

Corresponde al poder central la responsabilidad de articular un proyecto colectivo que consista en algo más que en esperar a ver qué hacen los demás para ver qué hacemos nosotros. Los intentos de desmembramiento de la integridad territorial pueden y deben ser parados con la Constitución en la mano, pero eso no hará más que prolongar la espera y las ganas de quienes han decidido salir corriendo para buscar su suerte en solitario.

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La desconfianza descansa en la poca credibilidad de dos líderes que, si lo son, no lo parecen. El uno, Rajoy, Presidente del Gobierno que ha decidido esperar a ver qué hace el otro. El otro, Mas, hace lo que decide que haga la Asamblea Nacional Catalana. Y el país entero esperando a ver qué se les ocurre hacer a quienes no han sido elegidos mediante el sufragio universal, libre y secreto, base de cualquier sustento de soberanía.

Ya sabemos que mientras “yo sea Presidente del Gobierno de España, el referéndum catalán no se hará”. También sabemos que la Asamblea Nacional Catalana anda buscando una respuesta a ese pronunciamiento y que Mas seguirá a rajatabla esa respuesta. Al resto de ciudadanos, lo que nos gustaría saber es si el Gobierno de España está dispuesto, si sabe o quiere articular una propuesta de país que haga comprender al conjunto de los ciudadanos y de los territorios que su contribución resultará esencial para acometer la empresa colectiva que, de nuevo, vuelva a unirnos en las diferencias, en los idiomas, en las identidades y en el afán de buscar el mejor futuro para los españoles de hoy y de mañana.

Para ser creíbles, los partidos tienen la responsabilidad de afrontar la vertebración del Estado sin posiciones vacilantes que permitan lecturas interesadas como consecuencia de una falta de definición de lo que es España. La Constitución de 1978 dibujó un reparto de poder que ha posibilitado vivir juntos a los territorios que conforman la realidad de nuestro país.

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