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Nadie es propiedad de nadie
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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Nadie es propiedad de nadie

La forma de pensar no cambia sola, sino que hay que hacer pedagogía para que nuestros comportamientos se adapten a las nuevas situaciones. Confieso que hasta hace unos años, siempre que me cepillaba los dientes, tenía la mala costumbre de dejar el grifo

Foto: Funeral de una víctima por violencia de género, en Orihuela. (Efe)
Funeral de una víctima por violencia de género, en Orihuela. (Efe)

La forma de pensar no cambia sola, sino que hay que hacer pedagogía para que nuestros comportamientos se adapten a las nuevas situaciones. Confieso que hasta hace unos años, siempre que me cepillaba los dientes, tenía la mala costumbre de dejar el grifo abierto mientras duraba ese tipo de aseo. Fue mi hija, cuando estudiaba primaria, la que me educó en el uso racional del agua, cosa a la que yo nunca había prestado atención, porque cuando tenía su edad ni había agua corriente en las casas y, en muchas ocasiones, ni siquiera cepillo para los dientes. Si yo carecía de esa sensibilidad, ¿dónde y con quién estuvo mi hija para adquirir algo que yo no tenía y que, por lo tanto, no podía transmitirle? Es verdad que cuando ella -y muchos como ella- abría un grifo, siempre salía agua fría o caliente a voluntad. Pero ese solo detalle no hubiera bastado para apreciar el valor de un bien escaso que, aparentemente, a la gente de su generación se le aparecía como abundante e infinito.

Muchos de nuestros hijos y nietos tienen hoy una idea protectora del medio ambiente y de la naturaleza porque en la escuela, durante su etapa infantil y obligatoria, sus maestros tuvieron la habilidad y la autoridad para inculcarles que el agua era un bien escaso que había que procurar utilizar correctamente, sin malgastarla y sin contaminarla. Ellos han sido educados en la escuela en un respeto a la naturaleza que les ha concienciado sobre el medio ambiente.

A la vista de lo que sigue ocurriendo con la violencia de género, tal vez haya llegado el momento de que en los centros escolares de educación obligatoria, profesores y padres de alumnos decidan dirigir a los alumnos por la senda del fin de la violencia de género. Muchos, al enterarse de la noticia de mujer muerta a manos de un hombre, comentan que la Ley de Igualdad no parece que sirva gran cosa. Son opiniones basadas en resultados y en decepciones. Los delitos no dejan de cometerse porque se legisle al respecto, y menos a corto plazo.

Si el final de cada trimestre es gestionado por los propios alumnos y se les concede la responsabilidad de organizar actividades en sus centros en relación con la violencia de género, es probable que, al terminar el ciclo formativo, es decir, los quince años de enseñanza infantil, primaria y secundaria, todos los alumnos salieran de los colegios con una formación y mentalidad equiparable a la que ya han adquirido generaciones anteriores en otros aspectos tan importantes como este, pero menos sangrantes y vergonzosos que lo que supone ver a decenas de mujeres muertas a manos de hombres a los que se les enseñó a ser animales y no personas.

La forma de pensar no cambia sola, sino que hay que hacer pedagogía para que nuestros comportamientos se adapten a las nuevas situaciones. Confieso que hasta hace unos años, siempre que me cepillaba los dientes, tenía la mala costumbre de dejar el grifo abierto mientras duraba ese tipo de aseo. Fue mi hija, cuando estudiaba primaria, la que me educó en el uso racional del agua, cosa a la que yo nunca había prestado atención, porque cuando tenía su edad ni había agua corriente en las casas y, en muchas ocasiones, ni siquiera cepillo para los dientes. Si yo carecía de esa sensibilidad, ¿dónde y con quién estuvo mi hija para adquirir algo que yo no tenía y que, por lo tanto, no podía transmitirle? Es verdad que cuando ella -y muchos como ella- abría un grifo, siempre salía agua fría o caliente a voluntad. Pero ese solo detalle no hubiera bastado para apreciar el valor de un bien escaso que, aparentemente, a la gente de su generación se le aparecía como abundante e infinito.

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