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El otoño de Gallardón
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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El otoño de Gallardón

Cuando el PP intentó congraciarse con los sectores más reaccionarios de su electorado, trató de derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo

Foto: Ruiz-Gallardón, durante la rueda de prensa en la que anunció su dimisión como ministro y su retirada de la vida política. (Efe)
Ruiz-Gallardón, durante la rueda de prensa en la que anunció su dimisión como ministro y su retirada de la vida política. (Efe)

Cuando el PP intentó congraciarse con los sectores más reaccionarios de su electorado, no tuvo mejor idea que tratar de derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que devolvería a las mujeres españolas a las cavernas del franquismo y las convertiría en seres menores de edad sin capacidad de elección para ser o no ser madres. El PP, en el Gobierno, y con una mayoría aplastante en el parlamento, había hecho todos los rotos que imaginar pudiéramos en el Estado del Bienestar y en los bolsillos de los contribuyentes. Al igual que los malos equipos de fútbol, el Ejecutivo trató y consiguió achicar los espacios de este país, haciéndolo más pequeño en todos los aspectos. Y lo había hecho sin que su hegemonía parlamentaria se viera resentida, ni siquiera rozada y sin que los sondeos de opinión trasladaran la imagen de un partido que podía perder el privilegio de ser el partido más votado en el supuesto de la convocatoria de elecciones generales. El PSOE, principal partido de la oposición, no conseguía beneficiarse del desgaste del Partido Popular, mientras que a su izquierda se iba tejiendo una red de partidos que amenazaban, no ya su posible vuelta al gobierno, sino su destacada posición en los sondeos electorales.

Al PP le habían costado tan baratos sus incumplimientos electorales que llegó a pensar que podía atreverse con todo, incluida la libertad de las mujeres. Y llegó Ruiz-Gallardón y decidió dar cumplimiento a una supuesta promesa electoral popular, convirtiéndola en anteproyecto de Ley Orgánica para la Protección de la Vida del Concebido y de los Derechos de la Mujer Embarazada. Tan seguros estaban de que defendían lo correcto que, una vez más, decidieron tirar por la calle de en medio, implicando en su decisión a instituciones que, como mínimo, se dividieron a la hora de emitir los informes preceptivos sobre la norma que trataban de llevar adelante, caso del Consejo Fiscal que, con ocho votos a favor y cuatro en contra, aprobó su informe definitivo sobre la reforma propuesta por Gallardón, o como el órgano de Gobierno de los jueces, que dio luz verde al informe por diez votos a favor, ocho en contra y tres abstenciones.

Pero el martes pasado, con la llegada del otoño que es la estación donde los árboles caducifolios pierden sus hojas, Rajoy consideró necesario que el árbol del Gobierno perdiera a uno de sus ministros, a Ruiz-Gallardón. El Presidente del Gobierno ha considerado que cuando mantener a Gallardón cuesta electoralmente más votos que los que podría aportar en el Ejecutivo, la estrategia más rentable es desprenderse del ministro autor del anteproyecto de ley sobre interrupción voluntaria del embarazo, elaborado cuando para el Partido Popular las horas de luz eran más largas y los nutrientes electorales abundantes, aunque eso signifique pasar por un período de baja actividad moral o reposo ético. El inicio del otoño fue el momento en el que Ruiz-Gallardón, como las hojas sin savia y sin clorofila, quedó abandonado a su suerte.

Un Gallardón seco no cayó por la acción del agua y el viento, sino por el entusiasmo, la lucha y el afán de libertad de tantas mujeres españolas, europeas y universales que se negaron a perder su condición de seres libres. A lo largo de estos tres últimos años de Gobierno por Real-Decreto, quienes únicamente han conseguido doblarle la muñeca a Rajoy han sido las mujeres, particularmente todas las mujeres que, encuadradas o no en movimientos feministas o progresistas, decidieron fletar el Tren de la Libertad o agruparse como Mujeres ante el Congreso o marcharse a manifestarse a Nueva York con la Marea Violeta o protestar con las Mujeres Cineastas.

Sólo falta que Rajoy, bajo cuya presidencia partidaria y gubernamental se aprobó el anteproyecto de ley retirado, pida perdón a tantas mujeres a las que se le intentó violentar su conciencia, tachándolas de asesinas si osaban abortar de acuerdo a la ley vigente. Para el PP y para el Gobierno de España, el óvulo fecundado encerraba vida humana desde el mismo momento en que la fecundación se produce. Quienes destruyeran ese ser vivo, estarían cometiendo un asesinato. Ahora, con la retirada del anteproyecto de ley, se demuestra que Rajoy no veía vida en el feto sino papeletas de voto.

Ya se cayó Gallardón como hoja caduca. ¿Cuándo llegará el otoño de quien dijo “El aborto tiene poco que ver con ETA. Bueno, tiene algo que ver, pero, en fin, no demasiado”?

Cuando el PP intentó congraciarse con los sectores más reaccionarios de su electorado, no tuvo mejor idea que tratar de derogar la ley de interrupción voluntaria del embarazo, que devolvería a las mujeres españolas a las cavernas del franquismo y las convertiría en seres menores de edad sin capacidad de elección para ser o no ser madres. El PP, en el Gobierno, y con una mayoría aplastante en el parlamento, había hecho todos los rotos que imaginar pudiéramos en el Estado del Bienestar y en los bolsillos de los contribuyentes. Al igual que los malos equipos de fútbol, el Ejecutivo trató y consiguió achicar los espacios de este país, haciéndolo más pequeño en todos los aspectos. Y lo había hecho sin que su hegemonía parlamentaria se viera resentida, ni siquiera rozada y sin que los sondeos de opinión trasladaran la imagen de un partido que podía perder el privilegio de ser el partido más votado en el supuesto de la convocatoria de elecciones generales. El PSOE, principal partido de la oposición, no conseguía beneficiarse del desgaste del Partido Popular, mientras que a su izquierda se iba tejiendo una red de partidos que amenazaban, no ya su posible vuelta al gobierno, sino su destacada posición en los sondeos electorales.

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