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La única pluma de Artur Mas
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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La única pluma de Artur Mas

Tuve la paciencia de ponerme el sábado pasado frente al televisor para presenciar el gran teatro que la Generalitat organizó en la sede del Ejecutivo catalán

Foto: Mas rubrica el decreto de convocatoria de la consulta del 9-N. (Efe)
Mas rubrica el decreto de convocatoria de la consulta del 9-N. (Efe)

Tuve la santa paciencia de ponerme el sábado pasado frente al televisor para presenciar en directo el gran teatro que la Generalitat de Cataluña había organizado en la sede del Ejecutivo catalán. Llegó Artur Mas vestido y peinado escrupulosamente. Saludó a su Gobierno, al resto de invitados y, cual torero que se empeña en hacer una gran faena, dio unos pasos hacia adelante y se situó casi en el centro del improvisado ruedo que formaban los asistentes al solemne acto.

Al micrófono el Secretario del Govern que, pausada y ensayadamente, leyó el decreto del Presidente por el que se convocaba un referéndum para el día nueve del próximo mes de noviembre. Al finalizar la lectura, depositó el texto en una mesa de escritorio a la espera de que el Molt Honorable president se sentará en un sillón de diseño y firmara el decreto. Al lado de un libro para firmar, siempre se encuentra o una pluma o un bolígrafo. No había ni lo uno ni lo otro. Si Mas no hubiera sido previsor, el decreto no se hubiera firmado o habría tenido que pedir algo para poder escribir, desluciendo en cierta medida la solemnidad de un acto tan importante que exigía un protocolo perfecto. Pero, no. Mas se echó mano a uno de los bolsillos interiores de su chaqueta y con maestría, sacó una pluma que usó para firmar y para dejarla encima de la mesa una vez que concluyó el breve garabato. Tal vez ese gesto indicará tres cosas: o que Mas es desprendido y dejó su pluma para que la cogiera como recuerdo el más listo de los invitados; o que la pluma no era suya sino que previo a su aparición en escena, su secretaría se la había prestado para la firma y su posterior devolución, o que esa será la única pluma que Mas se va a dejar en este montaje.

Terminado el acto, daba grima ver a los miembros de su Gobierno y a algún que otro de sus invitados tirarse encima de la mesa con sus teléfonos móviles en posición de fotografía para archivar para la historia el recuerdo de un nuevo fracaso. Y van….

Mas no salió al balcón sino a la calle; a su izquierda cual estrella de rock, con traje negro, camisa negra y corbata rojo pálido comprados para la ocasión el Oriol Junqueras, chupando cámara y tratando de captar la atención del respetable, para que todos sepamos de quién partió la idea de este ridículo intento de secesión.

Cuando los barandas se hubieron marchado, en la calle intervinieron las actrices secundarias o las autoras del guión, según se mire, quienes en improvisada rueda de prensa y ayudadas por un micrófono que como todo el mundo sabe crecen en las calles y plaza como crecen los arbustos y las malas hierbas, por generación espontánea, se quitaban la palabra la una a la otra; la Forcadell a la Casall y la otra a la una, la Casall a la Forcadell, para ver quién de las dos hablaba más y salía más en la tele. Ganó la de la Asamblea Nacional Catalana que aparentaba más facilidad de palabra que la de Òmnium Cultural.

Pero es posible que todo el montaje tuviera como objetivo distraer la atención del respetable que el día antes pudo ver y oír la intervención del otrora Molt Honorable Presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol. Acudió al parlamento catalán a abroncar a los diputados que, teóricamente, estaban allí para, en representación de la soberanía popular, escuchar las explicaciones y las disculpas que tenía la obligación de ofrecer quien había reconocido un mes antes que había engañado a la Hacienda española y a la catalana. No fue así. Pujol no se explicó, sino que se explayó en abroncar a todo aquel que osó dudar de su honradez. Muy enfadado dijo dos cosas dignas de pasar a los anales del cinismo: “No es cierto que yo haya ocultado treinta millones de euros. Solo oculté un millón”. “Yo no robé para hacer dinero porque yo ya lo tenía”.

Así que Pujol es de los que piensa que sólo roba el pobre, aunque él sabe que los ricos también roban, solo que robar únicamente es delito para el pobre y no para el rico. Cuando Pujol dice que él no robó porque ya tenía dinero, ¿estaba diciendo que si no lo hubiera tenido hubiera robado? ¿O estaba diciendo que los que no tienen dinero están predispuestos para robar? Si Pujol no necesitaba robar porque ya tenía dinero, ¿por qué ocultó un millón de euros en un paraíso fiscal? Si ya tenía dinero y no necesitaba robar, ¿por qué le robó a la Hacienda pública durante treinta años? Si ya tenía dinero, ¿para qué guardar el que le dejó su difunto padre en herencia?

Tuve la santa paciencia de ponerme el sábado pasado frente al televisor para presenciar en directo el gran teatro que la Generalitat de Cataluña había organizado en la sede del Ejecutivo catalán. Llegó Artur Mas vestido y peinado escrupulosamente. Saludó a su Gobierno, al resto de invitados y, cual torero que se empeña en hacer una gran faena, dio unos pasos hacia adelante y se situó casi en el centro del improvisado ruedo que formaban los asistentes al solemne acto.

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