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El capitán, el maquinista y la auxiliar de clínica
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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El capitán, el maquinista y la auxiliar de clínica

El 13 de noviembre de 2002, el petrolero Prestige se accidentó y, seis días después, acabó hundiéndose frente a la costa da Morte gallega

Foto: Traslado de uno de los religiosos españoles infectados por el ébola. (Efe)
Traslado de uno de los religiosos españoles infectados por el ébola. (Efe)

El 13 de noviembre de 2002, el petrolero Prestige se accidentó y, seis días después, acabó hundiéndose frente a la costa da Morte gallega. Las 77.000 toneladas de fuelóleo que se almacenaban en las bodegas del barco generaron una marea negra que el entonces vicepresidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, confundió con otra cosa: “Salen unos pequeños hilitos, hay cuatro en concreto, los que se han visto, cuatro regueros, me dicen, regueros solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical”. Tan poca importancia le dieron a una de las mayores catástrofes ambientales que ha sufrido España que en plena crisis, el presidente del Gobierno, Aznar, se marchó a República Dominicana, a una cumbre de mandatarios iberoamericanos; el Ministro de Pesca, Arias Cañete, a Sevilla; el Ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, de quien dependía la seguridad marítima, estaba esquiando en Sierra Nevada; el Ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, pasó el fin de semana en Doñana; y el entonces Presidente de la Junta, Manuel Fraga, se marchó a otra cacería a Aranjuez.

En cualquier caso, Mariano Rajoy sobrevoló la costa petroleada el 19 de noviembre, y dio una rueda de prensa donde afirmó que “Las cosas se han hecho razonablemente bien”. Más o menos vinieron a decir que el culpable de todo fue el capitán del barco, el griego Apostolos Mangoura, quien por su actuación durante el naufragio recibió varios homenajes por parte de otros marinos. Fue candidato a "Marino del Año" en 2003, premio otorgado por el Naval Institute de Londres y por la revista marítima Lloyds, y homenajeado por compañeros de la Marina Mercante. Se quejaron de que el Gobierno español lo utilizó como chivo expiatorio.

El 24 de julio de 2013, ocurrió el accidente más grave en España en los últimos 40 años que dejó 140 heridos y 79 muertos. El tren Alvia Madrid-Ferrol descarriló al tomar a 190 km/h una curva en la que no se puede circular a más de 80. Se discutió sobre las medidas de seguridad del trazado y de la curva donde se produjo el descarrilamiento, pero ¿a quién creen que echó toda la culpa el Gobierno? Efectivamente, al maquinista.

El día 6 de octubre, aparece el primer caso de una persona infectada en España por el virus del ébola. ¿A quién creen que están echando la culpa el Gobierno y la Comunidad Autónoma madrileña? Así es; a la infectada, a la auxiliar de clínica, Teresa Romero, que se prestó voluntariamente para atender, desde su trabajo, a un enfermo atacado por el mismo virus y trasladado a España, donde murió.

Lo único cierto de la historia de Teresa Romero es que si ella no se hubiera prestado voluntariamente para atender a los dos sacerdotes trasladados a España y aislados en el Hospital Carlos III por la infección del ébola, hoy no estaría en una habitación de ese mismo hospital gravemente enferma ni tendría que soportar, sin posibilidad de defenderse, las calumnias, las injurias y los juicios de valor despectivos y despreciativos procedentes de quienes tendrían que estar pensando en la forma de agradecer el servicio prestado por esa mujer, que está arriesgando su vida por haber querido formar parte de un equipo de profesionales que trabajan en contra del virus y de los ineptos e irresponsables que los dirigen.

No se saben muy bien las razones que animan a esa clase de gente a echar siempre la culpa de cualquier desgracia o accidente a la parte más débil de la cadena. Para mí que ninguno de ellos hizo el servicio militar cuando era obligatorio. Allí habrían aprendido que no se puede acusar a nadie salvo que, por cobarde o chivato, sintiera el vacio del resto de la compañía. ¡Cómo se podrá dormir tranquilo pensando en una mujer que está grave en la cama de un hospital atacada por un virus asesino y por un Gobierno cruel!

El 13 de noviembre de 2002, el petrolero Prestige se accidentó y, seis días después, acabó hundiéndose frente a la costa da Morte gallega. Las 77.000 toneladas de fuelóleo que se almacenaban en las bodegas del barco generaron una marea negra que el entonces vicepresidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, confundió con otra cosa: “Salen unos pequeños hilitos, hay cuatro en concreto, los que se han visto, cuatro regueros, me dicen, regueros solidificados con aspecto de plastilina en estiramiento vertical”. Tan poca importancia le dieron a una de las mayores catástrofes ambientales que ha sufrido España que en plena crisis, el presidente del Gobierno, Aznar, se marchó a República Dominicana, a una cumbre de mandatarios iberoamericanos; el Ministro de Pesca, Arias Cañete, a Sevilla; el Ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, de quien dependía la seguridad marítima, estaba esquiando en Sierra Nevada; el Ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, pasó el fin de semana en Doñana; y el entonces Presidente de la Junta, Manuel Fraga, se marchó a otra cacería a Aranjuez.

Mariano Rajoy