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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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Pero… ¿y Podemos?

Los nacionalismos de hoy en España son en parte resultado de la transformación del foralismo o fuerismo que caracterizó al tradicionalismo español en el siglo XIX

Foto: Partidarios de la independencia celebran en Barcelona el resultado del 9N. (Efe)
Partidarios de la independencia celebran en Barcelona el resultado del 9N. (Efe)

Como es sabido, los nacionalismos que hoy conocemos en España (sobre todo, el catalán y el vasco) son en una parte importante el resultado de la transformación o, si se quiere ser más precisos, de la secularización y modernización del foralismo o fuerismo que caracterizó al tradicionalismo español en el siglo XIX. Este, a su vez, era expresión de las resistencias que se oponían, desde distintas zonas de España, a los sucesivos intentos de centralización política (primero con el Conde-Duque de Olivares, luego con la Monarquía Borbónica y finalmente con el liberalismo centralista).

Esa historia de conflictos ha dejado como sedimento una cierta demonización del Estado, visto este como el poder opresor que asfixiaba las libertades propias y una situación de agravio permanente, cuyos ecos son todavía audibles en el discurso político nacionalista. Para los nacionalistas, la historia relevante es la de los conflictos centro-periferia que han tenido como escenario el solar peninsular.

Pero la transformación del viejo fuerismo, o del regionalismo de tipo más bien cultural y literario que entronca con el movimiento romántico, en nacionalismo político añadió a esa reclamación de las libertades locales y de la salvaguardia de la propia identidad cultural otros ingredientes de suma importancia. Al asumir el nacionalismo como la ideología con que englobar aquellas demandas, se estaba dando entrada a lo que, desde la Revolución Francesa, es el rasgo distintivo de todo nacionalismo: la transformación de la nación en Estado, con todos los atributos de éste.

Así pues, con la transformación del regionalismo y foralismo en nacionalismo político, la adquisición de la condición estatal se convirtió en el horizonte último de estos movimientos. Y en esas estamos.

Lo que se está discutiendo en estos momentos no tiene nada que ver ni con la financiación autonómica ni con los dineros regionales. No puede ser que debajo de esta preocupación que muchos españoles manifestamos por la marcha de los acontecimientos sólo se esconda dinero.

Los nacionalistas permanecen políticamente anclados en aquella visión de la historia a que antes hacía referencia, y en la frustración de la ambición estatal, por lo que seguirán alimentando la ilusión de la desaparición del Estado español.

¿Y cómo se pueden cumplir ese objetivo?:

a) Separándose drásticamente (URSS, Yugoslavia).

b) Debilitando el Estado del que forman parte en función de la coyuntura política y midiendo la fortaleza en sus convicciones de quien tiene la responsabilidad del Gobierno de España.

En estos momentos, en España, estamos en ambas opciones. La opción a) es la que pretende conseguir Artur Mas, una vez que la opción b) no acaba de dar el resultado que habían previsto con la vía que, por ejemplo, contemplaban los nacionalistas de una eliminación progresiva de la tributación por renta al Estado, y que formaba parte de una estrategia de redimensionamiento a la baja del Estado español, cuyo horizonte penúltimo sería convertir a España en una especie de confederación o pacto entre regiones o naciones autónomas.

No eran las únicas medidas que se tomaron insensatamente para debilitar al Estado. Acordémonos de la desaparición de los gobernadores civiles mientras las Comunidades que los rechazaron crearon figuras similares en sus territorios; de la inclusión de la capacidad normativa en un tramo del 15, 30 y 50% del IRPF y del IVA; de la posibilidad de crear discriminaciones fiscales a las empresas, en función del territorio, mediante el manejo del Impuesto de Sociedades; de la reducción o desaparición de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de algunos territorios; de las dificultades de movilidad de funcionarios y profesionales hacia determinadas zonas con la coartada de la lengua; de la creación, de facto, de mercados regionales de contratos públicos impermeables a la penetración de empresas provenientes de otros territorios; de la multiplicación de Autonomías que se refieren a ellas mismas con la denominación de nuevas nacionalidades.

Dentro de esa opción de debilitamiento del Estado, no parece casual el hecho de que una opción política como Podemos haya irrumpido tan contundentemente en el panorama político español, apuntando un escenario postelectoral de debilitamiento de las dos grandes propuestas estatales que hasta ahora se alternaron democráticamente en la gobernabilidad del Estado. Si todo trascurre como parece estar previsto, en noviembre de 2015 la gobernación de España ofrecerá una debilidad que alimentará la opción b) que parece ser la preferida de algunos sectores económicos y nacionalistas catalanes y vascos. Cualquiera sabe que el PSOE no podrá aceptar jamás una solución confederal, salvo que esté dispuesto a desaparecer en buena parte de España. Pero… ¿y Podemos?

Como es sabido, los nacionalismos que hoy conocemos en España (sobre todo, el catalán y el vasco) son en una parte importante el resultado de la transformación o, si se quiere ser más precisos, de la secularización y modernización del foralismo o fuerismo que caracterizó al tradicionalismo español en el siglo XIX. Este, a su vez, era expresión de las resistencias que se oponían, desde distintas zonas de España, a los sucesivos intentos de centralización política (primero con el Conde-Duque de Olivares, luego con la Monarquía Borbónica y finalmente con el liberalismo centralista).

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