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Las dos varas de medir
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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Las dos varas de medir

Si la continuidad es socialista, a los defensores de la esencia democrática se les llene la boca de improperios, pero aplauden si esa permanencia es 'popular'. Lo de siempre: Las dos varas de medir

Foto:  La candidata del PSOE a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (Efe)
La candidata del PSOE a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (Efe)

Durante años hemos tenido que escuchar que la democracia consiste en la alternancia en el gobierno. Ese eslogan siempre aparecía en los procesos electorales y venía a cuento porque quienes así opinaban consideraban que, tanto en Extremadura como en Castilla-La Mancha como en Andalucía, esa máxima no se estaba cumpliendo debido a la larga permanencia de los socialistas en el gobierno de dichas comunidades autónomas y que, por lo tanto, en ninguna de esas comunidades existía la democracia. Pero no sólo no se conformaban con desautorizar esa larga permanencia de quienes ganaban una elección tras otra, sino que con furia inusitada se atacaba a los votantes de esos territorios que, o bien no sabían lo que hacían con su papeleta de voto, o bien eran todos ellos unos paniaguados analfabetos que se dejaban comprar su voto a cambio de subvenciones, amiguismo o el manoseado PER. A los críticos de ese continuo voto a los socialistas no les cabía en la cabeza que un partido pudiera ganar limpiamente las elecciones y que los electores andaluces, castellanomanchegos y extremeños votaran como votaban en función de sus intereses personales y colectivos.

En mayo de 2015, cuando se celebren las autonómicas y municipales, el PP cumplirá dos décadas en el poder autonómico (Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre e Ignacio González) y veinticuatro años en el municipal (José María Álvarez del Manzano, Gallardón y Ana Botella). Veinte años en la comunidad y veinticinco en el ayuntamiento madrileño. Para muchos militantes y simpatizantes populares, Madrid es el buque insignia del PP, de tal modo, que si el partido del Gobierno pierde este domingo en Andalucía, y si en las elecciones de mayo el PP perdiera en Madrid, la derrota en las generales de noviembre de este año sería cosa cantada. Como dijo José Antonio Zarzalejos hace ya un año en este mismo medio, “perder Madrid, ciudad y comunidad, sería como si Baviera dejase de ser socialcristiana”.

Para los defensores del voto 'popular' en Madrid, los electores son listos, inteligentes y saben lo que hacen. Los andaluces votan lo contrario y son torpes, ignorantes y dependientes del poder socialista

Seguramente serán muchos los que piensen de igual manera y harán todo lo posible para queese buque insignia del PP no naufrague y ese partido pueda seguir manteniendo ese granero de votos populares madrileños que consolidaría la opción nacional del PP o, por lo menos, no la descartaría aunque pierda en la comunidad andaluza. Y quienes así opinen y quienes voten popular en las municipales y autonómicas de mayo, estarán en su derecho y ellos sabrán las razones que les animan a confiar en quienes confían.

Lo que no se acaba de entender son las razones por las que Madrid podría seguir siendo gobernada otros cuatro años por los populares sin que, los partidarios de la alternancia pongan el grito en el cielo y consideren un abuso democrático el hecho de que el PP gobierne durante tantos años en un mismo sitio. Ni una sola palabra sobre las razones por las que los madrileños votan constantemente al PP; ni un sólo reproche a los ciudadanos capitalinos por su contumacia en sostenerla y no enmendarla. A nadie se le ocurre llamar caciques a los que gobiernan durante tantos años en la comunidad y en el ayuntamiento madrileños como se hacía con los gobernantes extremeños o castellanomanchegos, y se sigue haciendo con los andaluces. ¡Todo lo contrario! Para los defensores del voto popular en Madrid, los electores son listos, inteligentes y saben lo que hacen cuando votan como votan. Por el contrario, en Andalucía, donde los andaluces votan lo contrario, son torpes, ignorantes y dependientes del poder socialista. Será divertido escuchar las opiniones de quienes se irriten por el resultado andaluz para, a renglón seguido, exigir un gobierno continuista en Madrid, en las elecciones del próximo mes de mayo.

Siempre he pensado y sostengo que la democracia no se basa en la alternancia, sino en la posibilidad de que la misma se produzca cuando se decida democráticamente por quienes pueden hacerlo. En las dictaduras no hay alternancia porque no deja el dictador; en las democracias, cuando no la hay, es porque no quiere el elector. Son los ciudadanos los que con su voto ordenan si esa alternancia debe o no producirse. Cuando apuestan por mantener el gobierno durante años en manos de un mismo partido, ellos sabrán por qué lo hacen y no hay más que respetar sus deseos. Lo que no tiene justificación es que cuando esa continuidad es socialista, a los defensores de la esencia democrática se les llene la boca de improperios hacia los gobernantes y los gobernados mientras aplauden si esa permanencia es popular. Lo de siempre: Las dos varas de medir.

Durante años hemos tenido que escuchar que la democracia consiste en la alternancia en el gobierno. Ese eslogan siempre aparecía en los procesos electorales y venía a cuento porque quienes así opinaban consideraban que, tanto en Extremadura como en Castilla-La Mancha como en Andalucía, esa máxima no se estaba cumpliendo debido a la larga permanencia de los socialistas en el gobierno de dichas comunidades autónomas y que, por lo tanto, en ninguna de esas comunidades existía la democracia. Pero no sólo no se conformaban con desautorizar esa larga permanencia de quienes ganaban una elección tras otra, sino que con furia inusitada se atacaba a los votantes de esos territorios que, o bien no sabían lo que hacían con su papeleta de voto, o bien eran todos ellos unos paniaguados analfabetos que se dejaban comprar su voto a cambio de subvenciones, amiguismo o el manoseado PER. A los críticos de ese continuo voto a los socialistas no les cabía en la cabeza que un partido pudiera ganar limpiamente las elecciones y que los electores andaluces, castellanomanchegos y extremeños votaran como votaban en función de sus intereses personales y colectivos.

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