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Ana y los siete
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Juan Carlos Rodríguez Ibarra

En Nombre de la Rosa

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Ana y los siete

Algunos políticos se han acostumbrado a acicalar los discursos para contentar a todos los públicos, a practicar la política del buenismo, como las malas series de televisión

Foto: Inicio de campaña del PSOE en Extremadura con Guillermo Fernández Vara. (Efe)
Inicio de campaña del PSOE en Extremadura con Guillermo Fernández Vara. (Efe)

En ocasiones hay quienes apuestan por abrir o cerrar las listas electorales para que el elector tache a quien no le guste o cambie el orden de los candidatos elegibles. La propuesta pierde virtualidad cuando el número de candidatos excede de largo la capacidad de los votantes para tener un conocimiento cabal de los mismos. Pero de lo que no cabe la menor duda es del nivel de conocimiento de los que encabezan las listas de los partidos o coaliciones. Un porcentaje de más del 90% conoce el nombre de los cabezas de listas cuando se abre cualquier tipo de proceso electoral.

Centrándonos en las Elecciones Autonómicas del pasado 24 de mayo, los que se presentaban en primera posición por el PP, por el PSOE o por IU eran suficientemente conocidos en cualquiera de las circunscripciones por las que optaban a la presidencia del Gobierno autonómico correspondiente. Igual grado de conocimiento acompañaba a algunos candidatos de Podemos o Ciudadanos en determinadas regiones. Por ejemplo, en Extremadura, los nombres de José Antonio Monago y de Guillermo Fernández Vara eran conocidos por casi el cien por cien de los ciudadanos extremeños.

Ser identificados por todos tiene ventajas e inconvenientes cuando de un proceso electoral se trata. Entre las ventajas, la de saber que el electorado no suele votar mayoritariamente aquello que no le es conocido. Cuantos más sepan el nombre de quien encabeza una lista, mayor posibilidad de ser votado. Entre los inconvenientes, lo absurdo que resulta intentar aparecer ante la opinión pública con una imagen o una personalidad distinta de aquella que los ciudadanos se fueron forjando con anterioridad en su mente y en su retina a medida que fueron conociendo a los candidatos en sus trayectorias políticas o profesionales. Travestirse o disfrazarse conduce directamente a la risa o al desafecto. Salvo que un candidato sea tonto de remate o que tenga conciencia de que su imagen repele al votante, nadie en su sano juicio tiende a cambiar su personalidad o su manera de ser o de estar para aparecer, a los ojos de la gente, con rasgos o características que para nada casan con la imagen que se había proyectado previamente.

Es absurdo intentar aparecer con una imagen o una personalidad distinta de aquella que los ciudadanos se fueron forjando con anterioridad en su mente

Pero pudiera ocurrir y, de hecho ocurre, que el candidato trate de seducir y manipular y hasta intente cambiar su forma de hablar, de tal manera que cuando oímos en ocasiones, en campaña, el típico lenguaje charlatán, loril, sabemos que no es el candidato el que dice lo que piensa, sino que trata de convencer con una política superficial, maquillando cifras, pronunciando palabras huecas, sin sustancia. “Crecimiento negativo”, “contracción”, “lenta desaceleración”, “derecho a decidir”, “devaluación interna”, “externalizar servicios”, “flexibilizar el mercado laboral”, son sólo algunos ejemplos que demuestran que algunos se han acostumbrado a acicalar los discursos para contentar a todos los públicos, a practicar la política del buenismo para todos y para todas las edades, como las malas series de televisión. La última campaña electoral de algunos candidatos se parecía más a Ana y los 7 que a un proyecto político e identificable con una ideología determinada.

Un lenguaje impostado anula lo que debería ser la seña de identidad de cualquiera que aspire a liderar un proyecto político, es decir, hacerse cargo del estado de ánimo de la gente, ya sea para potenciarlo si ese estado de ánimo es positivo, o para cambiarlo si el ánimo colectivo lleva camino de despeñarse por el precipicio de la desesperación. Pero para saber cómo es la personalidad de un conjunto de ciudadanos que comparten un espacio común, se necesita conocerlos, haber compartido su historia, sus alegrías, sus dramas, sus éxitos, sus fracasos… Para eso se necesita la convivencia y la experiencia común. Travestirse conlleva el riesgo cierto de fracasar; si encima se deja guiar por lo que le dicta el tópico, el batacazo está cantado. En elecciones hay que tener cuidado de no extralimitarse porque se puede ir a por lana y salir trasquilado.

El éxito electoral de Guillermo Fernández Vara en Extremadura, superando en porcentaje de votos lo que ya fue muy meritorio en el PSOE andaluz, ha puesto de manifiesto que llevaba razón Eleonora Dose cuando afirmó que “el mayor peligro de engañar a los demás, está en que uno acaba inevitablemente por engañarse a sí mismo”.

En ocasiones hay quienes apuestan por abrir o cerrar las listas electorales para que el elector tache a quien no le guste o cambie el orden de los candidatos elegibles. La propuesta pierde virtualidad cuando el número de candidatos excede de largo la capacidad de los votantes para tener un conocimiento cabal de los mismos. Pero de lo que no cabe la menor duda es del nivel de conocimiento de los que encabezan las listas de los partidos o coaliciones. Un porcentaje de más del 90% conoce el nombre de los cabezas de listas cuando se abre cualquier tipo de proceso electoral.

Guillermo Fernández Vara Extremadura José Antonio Monago