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La Monarquía y Qatar
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Pilar García de la Granja

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Pilar García de la Granja

La Monarquía y Qatar

A estas alturas puede resultar incluso obsceno explicar lo obvio, pero se me antoja necesario: la Corona, la Monarquía (aún adaptada a las necesidades democráticas del

A estas alturas puede resultar incluso obsceno explicar lo obvio, pero se me antoja necesario: la Corona, la Monarquía (aún adaptada a las necesidades democráticas del s. XXI), es un anacronismo. Dicho anacronismo sólo se puede mantener si los integrantes de la Corona, de la institución monárquica, se comportan como les exige la institución a la que representan. Ni que decir tiene que Europa está llena de monarcas sin institución. Valgan un par de ejemplos cercanos: el rey Pablo de Grecia, que vive felizmente de sus negocios en Londres, o el rey Simeón de Bulgaria, que hace lo propio, aunque regresó a su país para presentarse a unas elecciones democráticas. El padre de don Juan Carlos, sin ir más lejos, nunca reinó.

Es decir, que esto de la monarquía depende, en gran medida, del respeto que a la institución manifiesten sus titulares, herederos por sangre, pero que sólo llegarán a ejercer en la medida en que ganen el favor de los ciudadanos, que son los verdaderos soberanos.       

Los ya casi cuarenta años de reinado de don Juan Carlos han constituido uno de los períodos de la historia moderna de España más fecundos, pacíficos y extraordinarios en todos los sentidos. Ahora que vivimos en lo peor de una crisis que puede acabar con todo, con lo bueno y con lo malo, conviene recordarlo. Este periodo ha sido posible por muchos motivos, pero en absoluto es despreciable el hecho de que el Rey, al abanderar la transición democrática, mantuvo el pulso y la sensibilidad necesarios para que el desarrollo político, económico y social fuera compatible con la supervivencia de una institución extemporánea.

Esto de la Monarquía depende, en gran medida, del respeto que a la institución manifiesten sus titulares, herederos por sangre, pero que sólo llegarán a ejercer en la medida en que ganen el favor de los ciudadanos

Pero, en los últimos años, la Monarquía ha vivido algunos errores de concepto que ahora estamos pagando. Si la institución monárquica es anacrónica, los valores que encarnen sus titulares no deben ser modernos, sino antiguos. Los Reyes deben ser razonablemente distantes y deben dedicar sus afanes a representar lo mejor de España por el mundo. El Rey no es ya un político, por mucho que esté en el centro de la vida política. Y estas virtudes se deben extender a la Familia Real, en un país que ha carecido de ella durante casi cien años.     

Hace casi una década y media, los hijos de los Reyes de España se empezaron a casar. Muchos aplaudieron que se casaran "por amor", con "gente normal" porque esto acercaba la Monarquía al pueblo. Muchos incluso pensaban que era "lo mejor para mantener la institución, una especie de modernización de la Corona. Y todo estaba muy bien, siempre y cuando hubiera estado claro el papel de las Infantas y de sus maridos, una vez casadas estas por amor.

A estas alturas, no hace falta decir que la Corona es una profesión, y que la más profesional de la Familia está siendo la Reina de España. Hubo, pues, un problema de diseño formal, público. Y, como no había nada previsto, desde la Corona se organizó la vida de las hijas del Rey. Las Infantas, junto con sus maridos, tendrían que haber trabajado para representar a España y sus familias deberían haber sido mantenidas por el Estado por representar a su país. Una lista civil clara y transparente desde el principio, con dotaciones y responsabilidades claramente diseñadas. Nada de vida privada, porque no hay nada de privado en su vida.

Pero no fue así. Se decidió que Jaime de Marichalar encontrara acomodo en diversos Consejos de Administración, y que Iñaki Urdangarin se ganara la vida a través de actividades que tuvieran que ver con su pasado como deportista. Hasta que todo se fue de las manos. Empezaron los problemas entre el Rey y la Reina, los problemas entre las Infantas y los Príncipes de Asturias (también casados por amor, tras un órdago del Príncipe Felipe, quien no apareció en un desfile del 12 de octubre de 2004 porque estaba en Nueva York esperando el 'OK' de su padre a su elección de Letizia).

Y los problemas familiares afectan a todo, incluso a la institución. A la vida del Rey llegó Corinna, una señora que para los progres está fenomenal y para los conservadores también. El problema es cuando la señora Corinna no sólo vive en las cercanías de la Zarzuela, sino que acompaña al Rey en viajes oficiales, junto con ministros del Gobierno de España, y tiene una empresa montada supuestamente para asesorar a Gobiernos y jefes de Estado. La línea entre la amistad y el negocio es tan fina que nadie la encuentra, ni los progres, ni los conservadores. Y  ese sí que es un problema.

Respecto de Urdangarin, cada día es más evidente que hacía negocios porque era el yerno del Rey. Ahora, tras años de errores en materia de comunicación política de la institución, es fácil decirlo. Pero hace unos años, en los que el Rey por supuesto era una autoridad respetada, todo el mundo entendía que su yerno hacia negocios permitidos por la Casa Real. Lo entendían los Gobiernos autonómicos, los ayuntamientos y las grandes empresas españolas. También es evidente, ahora, que las personas que rodearon al exjugador de balonmano, que puso la Casa Real en Nóos, y su entorno no hicieron su trabajo como cabía esperar. Y aquella fatídica noche del 24 de diciembre de 2011, cuando el Rey explicó por televisión que todo el mundo es igual ante la ley (menos él, que no puede ser juzgado por nada), Urdangarin fue sentenciado. Y con él su mujer, su propia hija.

Urdangarin ha dado muestras constantes de querer explicarse ante los tribunales españoles, no hay peligro de que el yerno del Rey no cumpla con sus responsabilidades ante la Justicia

¿Y por qué? Pues porque en medio de una crisis económica y social profundísima, nadie va a entender que no haya culpables: además, los dos. Por ello, el Rey decidió separar al duque de Palma de la familia por comportamiento poco ejemplar. Y por ello, pese a lo que digan, si no se les condena por nada, la mayoría de la población no creerá que se está haciendo justicia. Es falso, en mi opinión, pensar que la imputación de la Infanta sea para demostrar que España es un país ejemplar en el que cualquiera puede ser imputado. Si no hay condena, los mismos que ahora aplauden la imputación en nombre de la "limpieza democrática y la imparcialidad de la Justicia", hablarán de tongo si la sentencia no les satisface. Todo dependerá del momento social, económico y político... Pero en todo caso, el melón ya está abierto.      

Y aquí estamos, ante unas personas que conforman una institución bajo sospecha por los cuatro costados. Ayer, el diario ABC público que Iñaki Urdangarin puede tener una oferta para trabajar en Qatar. A mí me parece que debiera irse con su familia, si es cierta la oferta. Urdangarin ha dado muestras constantes de querer explicarse ante los tribunales españoles, no hay peligro de que el yerno del Rey no cumpla con sus responsabilidades ante la Justicia. El hecho de que los duques de Palma salgan del foco mediático no es ninguna tontería, para aquellos que queremos que a España vuelva el sentido común y el sentido de Estado y de Justicia.

Urdangarin y la Infanta no huyen de sus responsabilidades. Todo el mundo, incluso los imputados, tiene derecho a ganarse la vida, a comer y a mantener a sus hijos, sin perjuicio de cumplir con la Justicia. Sería el principio de una salida razonable a un problema que nunca se debió producir. Ojalá la moderación, la sensatez y el sentido común vuelvan a nuestra vida pública. De las muchas cosas que hoy necesitamos, no es esta la menor.

A estas alturas puede resultar incluso obsceno explicar lo obvio, pero se me antoja necesario: la Corona, la Monarquía (aún adaptada a las necesidades democráticas del s. XXI), es un anacronismo. Dicho anacronismo sólo se puede mantener si los integrantes de la Corona, de la institución monárquica, se comportan como les exige la institución a la que representan. Ni que decir tiene que Europa está llena de monarcas sin institución. Valgan un par de ejemplos cercanos: el rey Pablo de Grecia, que vive felizmente de sus negocios en Londres, o el rey Simeón de Bulgaria, que hace lo propio, aunque regresó a su país para presentarse a unas elecciones democráticas. El padre de don Juan Carlos, sin ir más lejos, nunca reinó.

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