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Sea cual sea el resultado, ganarán
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Sea cual sea el resultado, ganarán

El 27-S está a la vuelta de la esquina. Cada vez hay más dudas sobre el 'procés': lista única, con o sin políticos, gobierno de concentración... A veces da la sensación de que todo está ya bastante decidido

Foto: Ilustración: Javier Aguilar
Ilustración: Javier Aguilar

De la misma forma que en la calle hay mucha gente convencida de que argumentar es hablar sin parar, o de que tener facilidad de palabra es soltar largas parrafadas sin trabucarse ni balbucear, en los despachos proliferan los políticos persuadidos de que para ser solventes en lo suyo basta con tener respuestas para todo (sea en sede parlamentaria o ante un sagaz periodista) y con dar buena imagen en la televisión. Frente a la importancia que se le concede a esto, disponer de un dibujo claro de los objetivos que se quieren alcanzar a largo plazo, tener la suficiente sensibilidad para detectar en qué medida determinadas novedades o cambios obligan a reconsiderar los propios planteamientos, no dejarse atrapar por las incitaciones electoralistas más coyunturales o ceder a los cantos de sirena de los aduladores profesionales parecen, definitivamente, valores que cotizan a la baja.

Pero que la Bolsa (en este caso, la de los valores políticos) se dispare o se hunda no convierte en bueno al que se enriquece ni malo al que se arruina con tales oscilaciones. Es obvio que para quienes lo cifran todo en la victoria en la próxima contienda electoral, el declive de determinados valores les parece no ya solo lógico sino incluso conveniente. Es justo esta lógica desatadamente cortoplacista la que explica las constantes piruetas llevadas a cabo por determinados políticos, piruetas que parecen más destinadas a desconcertar al adversario y capturar fugazmente la atención de la ciudadanía, que a proponer soluciones para los problemas.

La cuestión es si semejante forma de proceder lo que en realidad está consiguiendo es confundir por completo el debate público. Una buena muestra de ello la constituye la reciente invitación de Artur Mas a que sean las entidades soberanistas las que lideren una lista unitaria a favor de la independencia. Era evidente que, al coexistir en el seno de las mismas (especialmente de la ANC) diversas sensibilidades políticas, se las colocaba en una tesitura extremadamente delicada. Porque para unas organizaciones que han hecho bandera del derecho a decidir ¿qué mejor manera de resolver si se acepta o no la propuesta podía haber que a través de un referendum interno? Pero, claro, ¿y si esto fracturaba a las propias organizaciones como ya le sucedió antes a la UDC de Durán? ¿Y si el resultado, como ha terminado siendo el caso con las entidades soberanistas, lejos de aclarar, no hacía sino confundir más el escenario (a la hora de la verdad, ANC ha respondido a la propuesta de Mas planteando "impulsar una candidatura transversal" y Omnium Cultural, en cambio, defendiendo "una lista sin políticos")? La cosa nunca pareció preocupar en lo más mínimo a quien cursaba la invitación: la democracia, suele repetir, nunca fractura ni confunde (aunque no haya querido hacer la prueba en su propio partido).

El presidente Artur Mas ha optado últimamente de manera sistemática por refugiarse en el burladero de un casi desesperado “¿usted qué haría?“

No deja de resultar llamativo, en esta misma línea, el auténtico vaciado de argumentos del que viene haciendo gala últimamente Artur Mas cuando es instado a defender sus propuestas, un vaciado que, sin exagerar demasiado, cabría calificar de grado cero de la argumentación. En efecto, en las ocasiones en las se le han señalado las contradicciones, insuficiencias o falacias a las que parece estar abocando la deriva que ha tomado el proceso, lejos de plantear nuevas razones o aportar argumentos hasta ahora inéditos, ha optado de manera sistemática por refugiarse en el burladero de un casi desesperado "¿usted qué haría?", que, como mucho, se ve reforzado por un no menos decepcionante (desde el punto de vista de la consistencia del discurso) "por lo menos que no se diga que no lo hemos intentado".

El procés queda convertido de esta forma en un auténtico fin en sí mismo, que ha de llevarse adelante incluso en el supuesto de que se hayan agotado, como parece el caso, los planteamientos políticos, haya saltado por los aires la supuesta unidad de la sociedad catalana en favor de la independencia e incluso las organizaciones que canalizaban el presuntamente espontáneo clamor popular hayan sido arrastradas a asumir el papel de comités electorales dedicados a la confección de listas. Tanto da. La determinación está tomada.

Suceda lo que suceda el próximo 27-S, tenemos indicios para sospechar que nada cambiará el día después. De hecho, ya nos lo han anunciado

Lo que significa en concreto que, pase lo que pase el 27-S, tenemos indicios para sospechar que nada cambiará el día después. De hecho, ya nos lo han anunciado. Porque empezaron diciéndonos, en el momento en el que se anunció la última hoja de ruta para después de las elecciones, que si las fuerzas que incluyen la independencia en su programa conseguían una mayoría, por raspada que fuera, de escaños (hasta en el caso de que no equivaliera a mayoría de votos) se llevaría a cabo el plan previsto. Pero los ciudadanos de Cataluña ya han podido reparar en que de un tiempo a esta parte los mensajes que se lanzan desde el poder han variado. Ya ha empezado a anunciársenos que, dado que en la izquierda emergente (Podemos, el entorno de la exmonja Forcades, ICV, etc.) hay también sectores independentistas que eventualmente podrían ser atraídos para la causa, no existe razón para reconsiderar nada ni siquiera en el supuesto de que la lista oficialista (se supone que de nuevo unitaria, aunque no se termine de saber si será del o con el o sin el president) no sumara lo suficiente. Lo que es como ponernos sobre aviso: sea cual sea el resultado, habremos ganado. De ahí que en las últimas semanas ERC ande reiterando que su prioridad es pactar un "gobierno de concentración" antes del 27-S que deje claro ante el universo mundo qué hará para avanzar hacia la independencia.

Pero si esto es así, una pregunta resta, de manera inevitable, pendiente de respuesta. En el supuesto de que se aceptara el carácter plebiscitario de las próximas elecciones catalanas, ¿entre qué opciones está teniendo que optar entonces de veras la ciudadanía el 27-S? Sería de agradecer que aquellos a quienes durante dos largos años se les ha llenado la boca con el derecho a decidir nos dijeran ahora si es que hay algo respecto a lo que poder tomar alguna decisión. Con otras palabras: qué va a pasar si la propuesta que se presenta desde el poder no resulta victoriosa. Estoy convencido de que la ciudadanía catalana (y, por extensión, la española por entero) agradecería la clarificación. De lo contrario, va a resultar muy difícil dejar de pensar que hay poco que decidir, porque la cosa está bastante decidida.

De la misma forma que en la calle hay mucha gente convencida de que argumentar es hablar sin parar, o de que tener facilidad de palabra es soltar largas parrafadas sin trabucarse ni balbucear, en los despachos proliferan los políticos persuadidos de que para ser solventes en lo suyo basta con tener respuestas para todo (sea en sede parlamentaria o ante un sagaz periodista) y con dar buena imagen en la televisión. Frente a la importancia que se le concede a esto, disponer de un dibujo claro de los objetivos que se quieren alcanzar a largo plazo, tener la suficiente sensibilidad para detectar en qué medida determinadas novedades o cambios obligan a reconsiderar los propios planteamientos, no dejarse atrapar por las incitaciones electoralistas más coyunturales o ceder a los cantos de sirena de los aduladores profesionales parecen, definitivamente, valores que cotizan a la baja.

Artur Mas