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¿De verdad quisieron alguna vez un referéndum? (Con propuesta para finalizar)
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Manuel Cruz

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¿De verdad quisieron alguna vez un referéndum? (Con propuesta para finalizar)

Artur Mas y los independentistas han ido incumpliendo y cambiando de forma sistemática las promesas lanzadas a la opinión pública catalana

Foto: Ilustración: Javier Aguilar
Ilustración: Javier Aguilar

De vez en cuando, conviene resistirse a las inercias, hacer el esfuerzo de sobreponerse a la dinámica de permanente sorpresa y novedad que caracteriza a la información hoy en día, tomar distancia respecto al alboroto de los mensajes que pugnan ferozmente por captar la atención de los ciudadanos, y pararse a pensar. La parada permite, aunque sea por poco tiempo (el tiempo que dure la demora), percibir aspectos y dimensiones de lo que ha terminado por suceder que, sin esa pausa, tenderíamos a ver como lógicos y necesarios. En ese sentido, acostumbra a resultar extremadamente esclarecedor echar la vista atrás y comprobar qué cosas decían y hacían aquellos que hoy se han resuelto a hablar y actuar de una determinada manera.

El procedimiento resulta particularmente recomendable a la hora de analizar la política catalana. Porque, como era de esperar, la propuesta oficialista que ha terminado cuajando se presenta ahora no solo como un prodigio de coherencia política, sino como poco menos que la formulación más adecuada de un anhelo popular compartido e inequívoco. Pero ninguna de las dos cosas se corresponde lo más mínimo con la realidad, como la más apresurada mirada retrospectiva permite comprobar. Por lo pronto, lo primero que hay que señalar es la falta de explicaciones a la ciudadanía por parte de los políticos que decidieron, hace un par de semanas, reabrir la cuestión de las listas, supuestamente cerrada (con su correspondiente hoja de ruta, claro está) meses atrás. ¿Qué había cambiado para que Artur Mas llegara a plantear incluso la no convocatoria de las elecciones anunciadas para el 27-S? El único motivo de suficiente peso hubiera sido el adelanto de las generales por parte de Mariano Rajoy, pero esa coincidencia no se ha producido? ¿Por qué reabrir el debate acerca de la lista presuntamente unitaria?

Alguien podría decir que no hay en esta actitud novedad alguna. También se habló en su momento de una lista unitaria soberanista para las europeas, y el asunto pasó a mejor vida sin proporcionar la menor explicación a los ciudadanos a los que se les había anunciado. O se dijo que el resultado de las municipales debería interpretarse en clave de primera vuelta de las llamadas plebiscitarias, y quienes lo habían dicho se dedicaron en la noche electoral a silbar, mientras miraban al techo, como si la cosa no fuera con ellos.

Pero tal vez lo de ahora permita señalar aspectos políticos de mayor entidad. No es cuestión nimia que la semana antes de anunciarse la nueva lista Oriol Junqueras no se recatara en declarar en TV3 que era partidario (ojo: en coincidencia con las CUP y las entidades soberanistas) de una lista sin políticos. No obstante, es todavía más importante, y revelador, la respuesta que entonces proporcionaba Artur Mas: aceptaba la propuesta siempre que se interpretara que él podía ser incluido porque, en puridad, no era un político en activo.

No lo manifestaba en un arranque de humildad o de autocrítica, esto es, reconociendo que en los años que lleva al frente del gobierno de la Generalitat había permanecido inactivo, esto es, sin gobernar (ocupado como se encontraba, a tiempo completo, en la convocatoria de cumbres de partidos soberanistas y en la elaboración de hojas de ruta). No. Lo decía porque, a su juicio, alguien que, como él, se presentara por última vez, sin el menor ánimo de repetir en el futuro, no se podía considerar en sentido propio un político en activo. El razonamiento resultaba ciertamente pintoresco, por no decir, sin más, disparatado. Porque, en estricta aplicación del mismo criterio, el resto de la lista en cuestión podría haber sido ocupada por políticos de larguísima trayectoria pero que se comprometieran a que éstas fueran las últimas elecciones a las que se presentaban. El resultado habría sido una lista sin políticos en activo abarrotada de veteranísimos profesionales de la cosa pública despidiéndose del oficio.

Vale la penar recordar esto para ponderar en mejores condiciones el volantazo posterior. Porque, en efecto, en el momento en que Artur Mas percibió que su invitación, anunciada a bombo y platillo, a que fueran las entidades soberanistas las que asumieran la elaboración de las listas podía significar que él mismo se quedara fuera, procedió a un espectacular cambio de rumbo, que tal vez merecería mejor ser descrito como cambiazo. Y así, los ciudadanos de este país se desayunaron el martes, 14, con la noticia, a grandes titulares, de que "Mas y Junqueras [sic] habían llegado a un acuerdo". Y aunque, eso sí, dicho acuerdo había sido posteriormente aceptado por la ANC y Omnium Cultural, lo cierto es que, en todo caso, del protagonismo en la confección de las listas que les había prometido a ambas entidades el propio Mas pocos días antes no quedaba prácticamente nada.

Por supuesto que cabe leer tales episodios en clave meramente personal, como las maniobras, casi desesperadas, de alguien (Artur Mas) que se aferra a toda costa al poder, a la espera de encontrar una salida mínimamente digna al extraordinario embrollo en que él mismo ha metido a todo el país. Pero tal vez en este momento convenga destacar, más que las claves individuales, el precio político que se le está haciendo pagar a la ciudadanía catalana por la actitud de quien se tiene por su líder. Porque hay muy serias razones para sospechar seriamente de la sinceridad de las argumentaciones con las que se justificaban las propuestas que se le han ido presentando por parte del soberanismo.

Todo el mundo recordará la forma en la que se planteaba la necesidad de ofrecerle al pueblo de Cataluña la oportunidad de manifestar su opinión respecto a la mejor forma de articular su relación con el resto de España. Se trataba, se decía, de consultarle, de tener la oportunidad de saber lo que piensa, de disponer de la noticia más exacta posible de cuáles son sus preferencias y otras formulaciones semejantes, todas de idéntica apariencia inocua. Y cuando se trataba de elevar el tono, entonces se apelaba a la urgencia de que ese mismo pueblo pudiera manifestar libremente su opinión, a la prisa por que pudiera ejercer la democracia sin miedos ni ataduras.

Resulta que las elecciones mal llamadas plebiscitarias no se convocan para saber lo que piensa el pueblo de Cataluña, sino “para ganar“ (Artur Mas dixit)

Pues bien, ahora resulta que todos esos argumentos parecen haber caducado súbitamente, sin que, tampoco en esta ocasión, quienes los utilizaban de manera profusa expliquen el motivo de la caducidad. Ahora resulta que las elecciones mal llamadas plebiscitarias no se convocan para saber lo que piensa el pueblo de Cataluña, sino "para ganar" (Artur Mas dixit). De tal manera que si en un determinado momento (el actual, sin ir más lejos) el govern maneja encuestas que parecen indicar que el independentismo no alcanzaría el resultado deseado por sus líderes, se puede llegar a replantear la convocatoria electoral o, si eso acarrea excesivos costes políticos, se retuerce el sentido de la misma hasta conseguir que arroje el fruto deseado.

Y así, los mismos que se rasgaban las vestiduras por no tener la oportunidad de poder contar cuántos ciudadanos catalanes están a favor y cuántos en contra de la desconexión con España plantean ahora una argucia de trilero, la de contabilizar la mayoría de escaños como si equivaliera a la mayoría de votos, sin importarles en lo más mínimo el reproche de que están aceptando la posibilidad de iniciar la secesión en contra de la voluntad de la mayoría de este país.

Cuando se les plantea la objeción, responden, con una resignación impropia de gente con tan acreditada imaginación (recuérdese la original jornada participativa del pasado 9-N): "Es lo que hay", de acuerdo con la legislación vigente. Pues bien, si me lo permiten, se podría plantear otra posibilidad, bien sencilla y fácil de materializar, por cierto, y que no entraría en conflicto con legislación alguna. Sería la de que los impulsores de la lista oficialista asumieran públicamente, si la suma de los votantes partidarios de la particular hoja de ruta suscrita por CDC, ERC y las entidades soberanistas no alcanza la mayoría de votos (por más que, en aplicación de la vigente ley electoral, les correspondiera la mayoría de escaños), el compromiso político de admitir que no cuentan con suficiente respaldo popular como para continuar con su proyecto de ruptura. ¿Qué impide este compromiso que, por añadidura, les permitiría llevar a cabo algo bastante parecido a ese "referéndum que no nos han dejado hacer", y que tanto declaran añorar? Solo una cosa lo impide, pero es extremadamente importante: el miedo cerval que en este momento tienen Mas y Junqueras a quedar en evidencia.

De vez en cuando, conviene resistirse a las inercias, hacer el esfuerzo de sobreponerse a la dinámica de permanente sorpresa y novedad que caracteriza a la información hoy en día, tomar distancia respecto al alboroto de los mensajes que pugnan ferozmente por captar la atención de los ciudadanos, y pararse a pensar. La parada permite, aunque sea por poco tiempo (el tiempo que dure la demora), percibir aspectos y dimensiones de lo que ha terminado por suceder que, sin esa pausa, tenderíamos a ver como lógicos y necesarios. En ese sentido, acostumbra a resultar extremadamente esclarecedor echar la vista atrás y comprobar qué cosas decían y hacían aquellos que hoy se han resuelto a hablar y actuar de una determinada manera.

Artur Mas Oriol Junqueras