Es noticia
Sobre pantallas y casillas
  1. España
  2. Filósofo de Guardia
Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

Por

Sobre pantallas y casillas

La retórica en cuestión no siempre muestra su auténtico signo, sino que se presenta disfrazada con lenguajes que fingen adaptarla a los nuevos tiempos. Es el caso de la expresión "pasar pantalla"

Foto: Ilustración de Javier Aguilar
Ilustración de Javier Aguilar

El imaginario soberanista, hegemónico en Cataluña merced a un cúmulo de factores que no viene ahora al caso reiterar, gusta de apoyarse en categorías de acreditado linaje como democracia, utopía, historia o nación para apuntalar su proyecto político. Lo primero que le saltará a la vista a cualquier observador interesado en asuntos de pensamiento es la enorme distancia que separa la realidad teórica de dichas categorías, del uso que los soberanistas hacen de ellas.

Tan es así que si alguien, de buena fe, se aplicara a analizar con detenimiento el empleo que hoy tiende a hacerse de las mismas entre nosotros, a buen seguro se sentiría embargado por una notable perplejidad. Podríamos aludir, vgr., a la concepción de la historia, en el fondo de matriz romántico-idealista, que subyace al discurso independentista. La retórica del pueblo que avanza, inexorable, hacia una meta, la cual por añadidura solo puede suponer una mejoría respecto a las etapas que deja atrás, permanece absolutamente atrapada en una idea de progreso del todo insostenible en nuestros días.

Pero la retórica en cuestión no siempre muestra su auténtico signo, a pecho descubierto, sino que a menudo se presenta disfrazada con lenguajes que fingen adaptarla a los nuevos tiempos. Es el caso de la expresión "pasar pantalla", utilizada durante mucho tiempo por el soberanismo para designar la superación irreversible de determinados momentos o fases. No hace falta perder mucho tiempo analizando una obsolescencia doctrinal de semejante magnitud: de hecho, no parecían estar demasiado convencidos de la expresión ni quienes la mantenían. Bastará con constatar que buena parte de los que la utilizaban como aquel que dice hasta ayer mismo, ahora, en cuanto han surgido dificultades, la han abandonado sin el menor escrúpulo. Lo llamativo es que no la han sustituido por un concepto o categoría con una mínima entidad teórica, sino por otra metáfora de parecida insustancialidad.

La retórica del pueblo que avanza, inexorable, hacia una meta permanece atrapada en una idea de progreso del todo insostenible en nuestros días

Tenemos un claro ejemplo muy cerca en el tiempo, apenas hace una semana. Cualquiera que siguiera la noche electoral del pasado domingo con un poco de atención percibiría la celeridad con la que en cuestión de horas un sector del independentismo, el representado por la ex-CDC, que había alardeado hasta el último instante de la campaña de haber superado la reivindicación del referendum de autodeterminación (porque, tras la declaración de desconexión del pasado 9-N, no quedaba más referendum pendiente que el que debía someter a votación popular la Constitución de la nueva república catalana) pasó, sin proporcionar la menor explicación de la mudanza, a hablar de la necesidad del regreso "a una casilla anterior", metáfora que denomina una vuelta atrás (a la etapa del derecho a decidir, tan presuntamente unitaria ella) de todo punto contradictoria con lo que se había estado manteniendo hasta entonces. He aquí el razonamiento sustituido por la logomaquia, como si sustituyendo "pantalla" por "casilla" la contradicción quedara resuelta.

En realidad, no estamos ante un fenómeno nuevo sino ante una determinada manera de hacer política, muy propia de ese sector. Era el propio Artur Mas el que hace unos años, utilizando otras imágenes ("un concepto oxidado" era la expresión de aquel momento), consideraba la independencia como un concepto superado, pero hete aquí que, cuando experimentó su particular revelación independentista (en alguna ocasión ha referido que fue la sentencia sobre el Estatut la que provocó su caída del caballo autonomista), decidió "retroceder pantallas" y regresar a lo que, de acuerdo con sus propias palabras, históricamente había quedado atrás. En todo caso, siendo importantes, tal vez lo que valga la pena destacar no sean tanto las inconsistencias de nadie (ni siquiera las del líder carismático) sino la profunda fragilidad de un discurso diseñado más sobre consignas que sobre argumentos, más sobre eslóganes que sobre razones, más sobre la demagogia de las emociones que sobre planteamientos políticos susceptibles de ser debatidos en la plaza pública.

Nada tiene de extraño en este contexto aquel sms que un espectador enviaba hace semanas a uno de los programas vespertinos más vistos en Cataluña: "como Junts pel SÍ y la CUP no sean capaces de ponerse de acuerdo, me borro del independentismo [sic]". Ni al conductor del programa ni a ninguno de los tertulianos que le acompañaban les llamó la atención la extrema ligereza que revelaba un mensaje así. Probablemente porque estaban, como todos los ciudadanos de Cataluña, acostumbrados a razonamientos del mismo tipo. ¿O es que no expresan idéntica ligereza argumentativa tópicos, repetidos hasta el hartazgo, como el de que "cada vez que abren la boca los dirigentes del PP, crece el número de independentistas"?

No parece demasiado aventurado afirmar que estamos ante una tendencia cada vez más arraigada. Hoy, en efecto, se ha convertido en normal que los ciudadanos modifiquen el sentido de su voto atendiendo a criterios absolutamente contingentes, cuando no por completo anecdóticos. Tal vez, por razones que se dan en prácticamente todas las democracias occidentales, esté casi en trance de extinción el votante ideologizado, aquel que consideraba que su apuesta por un modelo de sociedad debía responder a un firme convencimiento y no a elementos de tan poca relevancia como unas declaraciones periodísticas. Sin duda el independentismo no solo se ha beneficiado de la desaparición de dicha figura o, lo que es lo mismo, de esta creciente volatilidad en el sentido del voto, sino que, más allá de que esa fuera la tendencia, se ha esforzado por potenciarla, empeñado como estaba en conseguir un aceleradísimo rédito político (no se olvide su insistencia en el tenim presa).

El independentismo se ha beneficiado de la creciente volatilidad en el sentido del voto y se ha esforzado por potenciarla, empeñado en lograr un rédito político

Pero, por definición, nada puede quedar garantizado por la volatilidad. Como mostraba de manera elocuente el sms antes citado, quienes fueron capaces de abandonar su antigua opción política para abrazar el independentismo por causas como la de unas simples declaraciones (pongamos que de un determinado dirigente del PP), con la misma ligereza pueden alejarse mañana de aquel en favor de cualquier otra opción por motivos análogos. En definitiva, malos tiempos estos, sin duda, para hacerse hegeliano. Aunque también ustedes pueden mirar la cosa por el lado bueno: nos aguardan momentos electrizantes.

El imaginario soberanista, hegemónico en Cataluña merced a un cúmulo de factores que no viene ahora al caso reiterar, gusta de apoyarse en categorías de acreditado linaje como democracia, utopía, historia o nación para apuntalar su proyecto político. Lo primero que le saltará a la vista a cualquier observador interesado en asuntos de pensamiento es la enorme distancia que separa la realidad teórica de dichas categorías, del uso que los soberanistas hacen de ellas.

Cataluña Artur Mas Nacionalismo