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La paradoja de Epiménides, por fin resuelta (o las lecciones del caso Pujol)
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Manuel Cruz

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La paradoja de Epiménides, por fin resuelta (o las lecciones del caso Pujol)

Lo esencial viene constituido por el hecho de que mentir es llamar a engaño, por lo que tan mentiroso es el que lo hace diciendo verdad como el que lleva a cabo el mismo propósito falseando los hechos

Foto: El 'expresident' de la Generalitat Jordi Pujol, a su salida de la sede de la Audiencia Nacional. (EFE)
El 'expresident' de la Generalitat Jordi Pujol, a su salida de la sede de la Audiencia Nacional. (EFE)

Se le atribuye a Epiménides de Cnosos (Creta), un filósofo pagano y poeta griego que vivió en el siglo VI a. C., la formulación de la paradoja que lleva su nombre (también conocida como paradoja del mentiroso). La formuló al afirmar: "Todos los cretenses son mentirosos". ¿Dónde está la paradoja? En que, al ser el propio Epiménides cretense, dejaba abierta la cuestión de cómo considerar su afirmación, si como verdadera o como falsa.

Ya supondrán ustedes que no es mi intención ocupar este espacio que tan gentilmente me brinda El Confidencial con un asunto técnico (lógico-filosófico, para ser exactos). Si lo prefieren, para evitar enredarnos en la discusión -interesante, pero que nos alejaría de lo que me interesa plantear- que podría suscitar alguien que replicara que bastaría con que Epiménides hubiera nacido en Atenas para que la paradoja se disolviera, podemos ir a la que, según algunos, constituye la versión más antigua de la paradoja del mentiroso. Es la que se atribuye a Eubúlides de Mileto, quien supuestamente ya había dicho: “Un hombre afirma que está mintiendo. ¿Lo que dice es verdadero o falso?”.

Lo llamativo es que dicha presunción de veracidad la desencadenara una mentira, pues como tal ha terminado por revelarse la supuesta confesión

En realidad, y por extravagante que les parezca, pensé en este asunto leyendo la noticia de las declaraciones de los diversos miembros de la familia Pujol en la Audiencia Nacional a lo largo de esta semana. En un determinado momento de mi lectura, caí en la cuenta de que, más allá del asunto propiamente jurídico, todos los episodios protagonizados por dicho clan adquirieron en la opinión pública de Cataluña lo que podríamos denominar presunción de veracidad a partir de la famosa confesión, en julio de 2014, del 'expresident' de la Generalitat. Hasta entonces, cualesquiera denuncias en análogo sentido por parte de los medios de comunicación solían cumplir el efecto contrario, esto es, el de reforzar el convencimiento, generalizado entre amplios sectores de la ciudadanía catalana, de que esos ataques respondían a una conspiración exterior. La estrategia puesta en marcha con gran eficacia a partir del caso Banca Catalana, como es sabido, seguía desarrollando sin mayores problemas los efectos exculpatorios para los que fue diseñada.

Lo llamativo -hasta el extremo de que tal vez algún lógico del futuro se refiera a ello, tipificándolo como la paradoja de Pujol- es que dicha presunción de veracidad la desencadenara una mentira, pues como tal ha terminado por revelarse la supuesta confesión. En efecto, cuando el hoy denominado patriarca del clan quiso confesarse en público por las mentiras acerca de su fortuna, lo hizo mintiendo de nuevo, lo que terminó provocando un efecto relacionado no con lo enunciado sino con el enunciante. Dicho con otras palabras, se hizo evidente que Pujol mentía siempre. Su confesión era un reconocimiento de su condición de mentiroso, que se hacía patente en el hecho de que mentía incluso cuando declaraba arrepentirse.

Aunque, llegados a este punto, tal vez cupiera preguntarse: ¿es lo más propio hablar de la paradoja de Pujol o tal vez resultaría más adecuado referirse a la paradoja del pujolismo? Porque si pensamos en su hijo político más destacado, Artur Mas, resulta inevitable recordar ahora aquí sus alardes de astucia y su declarada voluntad de engañar al Estado. Se podría plantear entonces, refiriéndonos a él, la misma cuestión que respecto a su padre político. Que en definitiva podría quedar resumida así: si aceptamos la propia solicitud de Mas de ser considerado un hábil mentiroso, ¿cómo estar seguros de cuándo miente?, ¿cómo saber con certeza a quién pretende engañar?

Su confesión era un reconocimiento de su condición de mentiroso, que se hacía patente en el hecho de que mentía incluso cuando declaraba arrepentirse

No hace falta remontarse muy atrás recordando las astucias desplegadas con ocasión del pseudo-referéndum del pasado año (me referí a ellas en 'Astuto ¿con quién?', El Confidencial, 4 de octubre de 2014). Bastará con aludir a los episodios más recientes. Así, cuando el Parlamento de Cataluña lleva a cabo, como hizo el pasado octubre, una solemne declaración de desconexión con España y luego se afirma que no es del todo verdad (en la jerga correspondiente, que es solo una declaración política sin efecto real alguno), ¿a quién se está engañando?: ¿al Tribunal Constitucional?, ¿a los catalanes? Esta última hipótesis no cabe descartarla, habida cuenta de la cantidad de testimonios existentes que acreditan que políticos soberanistas del más alto nivel afirmaban hasta ayer mismo, de forma tan reservada como reiterada, que en realidad la sostenida estrategia de la tensión mantenida por Mas únicamente pretendía presionar al Gobierno central para poder negociar en mejores condiciones, pero que en ningún caso perseguía los objetivos declarados.

La clave del asunto lógico-filosófico que planteaba al principio no son las palabras sino los efectos. Una anécdota ilustrará esta afirmación mía mejor que mil desarrollos teóricos. Contaba José Manuel Lara, el fundador del grupo Planeta, que en cierta ocasión recibió la visita de los representantes de un gran grupo editorial italiano, interesado en conocer el 'know-how' de la venta a crédito, una de las líneas económicamente más boyantes de la editorial en aquel momento. Requerido por ellos, el fundador no tuvo el menor inconveniente en describir con pelos y señales a sus interlocutores toda la experiencia acumulada por la división correspondiente a lo largo de muchos años. Cuando, a la salida de la entrevista, el más estrecho colaborador del editor sevillano le preguntó, alarmado, por qué razón había relatado hasta los más pequeños detalles de lo que tantos esfuerzos les había costado levantar, precisamente a los representantes de un grupo que, con toda seguridad, aspiraba a convertirse en su competencia, el fundador respondió: "Muy sencillo: estos italianos creían que no les iba a decir la verdad y, pensando que les miento, en vez de copiarnos harán lo contrario de lo que les he dicho, y ya te imaginas cómo les irá".

En otros términos, si alguien, poco aficionado a las disquisiciones técnico-formales, sostuviera que las paradojas expuestas hasta aquí no constituyen, en definitiva, otra cosa que nudos gordianos argumentativos de imposible resolución, se le podría responder que finalmente es la realidad la que se encarga de deshacer el enrevesado nudo. Lo que en todo caso queda claro es que, por más que la mentira se diga de muchas maneras, lo esencial viene constituido por el hecho de que mentir es llamar a engaño, por lo que tan mentiroso es el que lo hace diciendo verdad como el que lleva a cabo el mismo propósito falseando los hechos (al igual que -¿paradoja de Pujol?- a veces puede producir verdad a su pesar el que pretende engañar). Considere el lector, a la vista de todo ello, si Pujol y sus hijos políticos merecen, de pleno derecho y hasta sus últimas consecuencias, el calificativo que Epiménides dedicaba al conjunto de los cretenses.

Se le atribuye a Epiménides de Cnosos (Creta), un filósofo pagano y poeta griego que vivió en el siglo VI a. C., la formulación de la paradoja que lleva su nombre (también conocida como paradoja del mentiroso). La formuló al afirmar: "Todos los cretenses son mentirosos". ¿Dónde está la paradoja? En que, al ser el propio Epiménides cretense, dejaba abierta la cuestión de cómo considerar su afirmación, si como verdadera o como falsa.

Familia Pujol-Ferrusola