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Mentiras, conspiraciones e incompetencias
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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Mentiras, conspiraciones e incompetencias

Atribuir a un contubernio lo que pasa por ser una mera falta de visión para sacar adelante una gobernabilidad puede parece extraño pero para algunos es una explicación válida

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)

Probablemente una de las razones del éxito de las concepciones conspirativas del mundo es que no hay forma humana de refutarlas. Ocurra lo que ocurra, sea cual sea el efecto desencadenado, ponen a nuestra disposición una causa a la medida (a fin de cuentas, siempre hay alguien a quien le viene bien lo que ha terminado sucediendo) que parece atribuir sentido a lo que de otro modo nos resultaría extremadamente difícil de entender.

De tales concepciones conspirativas existen múltiples variantes, desde la que se utiliza para dar cuenta del signo de la entera historia de la humanidad hasta la que sirve para explicar el más reciente y coyuntural episodio particular. Cerca de esta última modalidad se encuentra la teoría que en las últimas semanas ha dado en atribuir la repetición de las elecciones a un elaborado diseño desde la sala de máquinas del palacio de La Moncloa, supuesto diseño que, inexorablemente, no habría hecho otra cosa que cumplirse con el paso del tiempo.

Es cierto que la apuesta de Mariano Rajoy por la repetición ha sido una apuesta de alto riesgo que, finalmente, le ha salido bien. Pero inferir de esto último que el presidente en funciones disponía de las claves que le permitían predecir el futuro inmediato y que ha movido, con tanta habilidad como discreción, los hilos para que terminara por producirse lo que deseaba resulta abusivo desde el punto de vista de la más mínima racionalidad argumentativa. Rajoy podía suponer, imaginar o anticipar las dificultades que tendría Pedro Sánchez para recabar los apoyos que le permitieran ser investido nuevo presidente, pero en modo alguno conocía tanto a los posible aliados de aquel como para estar seguro de la forma en que se comportarían a la hora de negociar, el límite de las renuncias de cada uno de ellos, las líneas rojas que trazarían, etc.

¿Acaso alguien se cree que quienes no han sido capaces de llegar a acuerdos para formar gobierno lo van a ser para emprender inaplazables reformas?

Obviamente, el PP no puede admitir esto y necesita proyectar sobre Rajoy cualidades de hábil estratega (cuando no de formidable estadista) porque lo contrario le llevaría a tener que reconocer que la apuesta de su líder representaba casi el grado cero de la política, a la vista de su absoluta falta de contenido. Y es que, en efecto, con la misma se trataba única y exclusivamente de no perder el sillón de la presidencia del Gobierno. En ningún momento -ni por un instante- ni él ni sus colaboradores se han tomado la molestia de presentarle a la ciudadanía un mínimo plan de reformas para este país.

No es este, ciertamente, un reproche menor. En una situación como la actual, en la que la sociedad española tiene ante sí importantísimos retos de carácter social, económico y político, es posible que el dontancredismo de Rajoy sea una salida personal para permanecer en el cargo mientras el resto de fuerzas políticas se despedazan entre sí, pero representa un auténtico desastre para España. Sí, ya sé que este tipo de enunciados apenas preocupa a nuestros responsables políticos, que, cuando escuchan frases del tipo "la actual situación representa una impugnación de toda la clase política", parecen pensar: "Bueno, si impugna a la totalidad, a mí me corresponde solo una pequeña parte de la impugnación". En todo caso, constituye, de existir, un tipo de razonamiento que desautoriza y deslegitima por completo a quienes se acogen a él.

Sin embargo, supondría un error interpretar este último reproche en términos abstractos, meramente especulativos. Resultando graves imputaciones como las de tacticismo u oportunismo (los rótulos que corresponderían a las críticas precedentes), tal vez peor aún sería la de incompetencia. Pero ¿cómo evitar pensar en tales términos?, ¿acaso alguien se cree que quienes no han sido capaces de llegar a acuerdos para formar gobierno lo van a ser para emprender las profundísimas e inaplazables reformas, de diverso tipo, que necesita este país?, ¿o que quienes han antepuesto la hipotética mejoría de sus resultados en caso de repetición de las elecciones al interés general de la sociedad y de los ciudadanos van a tener ahora la imprescindible altura de miras para diseñar el futuro de la próxima generación dejando de lado sus beneficios a corto plazo?

Buena parte de aquellos a los que se les llenaba la boca con la proclamación del fin del bipartidismo, ahora están aplicando sus esfuerzos a reeditarlo

Pero el reproche aún puede empeorar si a la incompetencia le añadimos la mendacidad, hábito o costumbre del que ninguna fuerza política parece haber quedado a salvo en los últimos tiempos. Así, no deja de ser llamativo que buena parte de aquellos a los que tanto se les llenaba la boca con la proclamación del fin del bipartidismo, ahora parecen estar aplicando todos sus esfuerzos a reeditarlo, solo que sustituyendo a uno de los antiguos protagonistas (el PSOE) por otro nuevo (Podemos). Y qué decir de quienes interpretaban los resultados electorales del 20-D como un mandato que la ciudadanía le había hecho a los partidos para que dialogaran y alcanzaran acuerdos, pero que, apenas pocos días después, se dedicaban a trazar líneas rojas, poner vetos o declarar incompatibilidades ideológicas insalvables con otros partidos. Por no hablar, en fin, de los que, desde esta esquina de la Península desde la que escribo, se dedicaron toda la legislatura anterior a repetir de manera inmisericorde el mensaje de que con España (que ellos identificaban con la mayoría absoluta del PP) no había nada que hacer y ahora, cuando podían haber empezado a hacer cosas, han acreditado de manera fehaciente que, en realidad, nunca supieron qué hacer.

Por supuesto que cabe la posibilidad -que yo me atrevería a aventurar que incluso sea probabilidad- de que, tras las próximas elecciones, lejos de eternizarse de nuevo las negociaciones para que alguna fuerza obtenga la investidura, se alcance, como consecuencia de importantes presiones de muy diverso tipo (con las europeas en lugar muy destacado), un rápido acuerdo. Pero en un determinado sentido el mal ya está hecho. Alguien alertó, hace ya unos cuantos meses, del desencanto que venía. Pues bien, ya llegó, y está claro que lo ha hecho para quedarse. Sin el menor género de dudas, constituye una muy mala noticia, aunque, como quedó dicho antes, los que deberían estar más preocupados por ella no quieran darse por enterados y continúen encerrados en su juguete, como si nada. A lo suyo. Encantados de haberse conocido.

Probablemente una de las razones del éxito de las concepciones conspirativas del mundo es que no hay forma humana de refutarlas. Ocurra lo que ocurra, sea cual sea el efecto desencadenado, ponen a nuestra disposición una causa a la medida (a fin de cuentas, siempre hay alguien a quien le viene bien lo que ha terminado sucediendo) que parece atribuir sentido a lo que de otro modo nos resultaría extremadamente difícil de entender.

Mariano Rajoy Moncloa