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No creyentes pero sí practicantes
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Manuel Cruz

Filósofo de Guardia

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No creyentes pero sí practicantes

Lejos de escasear y constituir una rareza, abundan los políticos catalanes que parecen empeñados en practicar aquello en lo que por otro lado declaran descreer

Foto: Ada Colau y Xavier Trias. (EFE)
Ada Colau y Xavier Trias. (EFE)

Hace años quienes, en lo tocante a la cuestión religiosa, querían demostrar que poseían un moderado espíritu crítico, esto es, un pensamiento propio frente a las dóciles y gregarias opiniones de la mayoría, acostumbraban a definirse como creyentes pero no practicantes (también los había más verticales que preferían formular la misma idea afirmando que creían en Dios pero no en la Iglesia). La frase alcanzó tanta fortuna que no faltó quien, cansado del topicazo, optó por invertir los términos y definirse, entre cínico y provocador, como practicante pero no creyente.

La verdad es que lo que, aplicado a la esfera de la religión, parecía una mera boutade, en la esfera de la política en Cataluña parece haber cobrado carta de naturaleza. Porque, lejos de escasear y constituir una rareza, abundan los políticos catalanes que parecen empeñados en practicar aquello en lo que por otro lado declaran descreer. Probablemente para algunos, el ejemplo paradigmático de dicha actitud venga constituido por la actual alcaldesa de Barcelona quien, como se recordará, declaró en su momento que, a pesar de que no se consideraba ni nacionalista ni independentista, había votado que sí en el simulacro de referéndum del 9 de noviembre de 2014, apresurándose a puntualizar a renglón seguido que lo había hecho para castigar al PP (como si Artur Mas hubiera convocado a la ciudadanía catalana para decidir si se censuraba o no políticamente a Mariano Rajoy).

Para otros, el ejemplo más ilustrativo lo constituiría el anterior alcalde, Xavier Trías, que se pronunció en idéntico sentido que su sucesora, solo que en su caso aduciendo que su voto positivo había sido para propiciar una negociación en mejores condiciones con el gobierno central (como si el resultado mismo de aquella consulta fuera perfectamente desechable.)

A mi juicio, mejor ejemplo, sobre todo por más próximo en el tiempo, es el de una anécdota que tuvo lugar hace escasas semanas en uno de los programas más influyentes de una televisión privada catalana ('8 al día', en 8tv). En la tertulia con la que suele terminar el programa en cuestión intervenía el periodista Xavier Vidal-Folch, junto con otros, de reconocida adscripción independentista. En un momento dado del debate, aquel tomó la palabra para afirmar, con absoluta rotundidad, que en Cataluña había una –y solo una, enfatizó– persona que creyera que el ahora anunciado referéndum se iba a celebrar, y era el actual 'president' de la Generalitat. El resto de miembros de su gobierno, así como los más destacados líderes de formaciones soberanistas, continuó el periodista catalán, no cesan de deslizar, a cuanto empresario importante, cónsul extranjero o personalidad pública se les ponga a tiro que, en efecto, el referéndum no tendrá lugar.

Lo que convierte la anécdota en profundamente reveladora no es tanto la afirmación en sí, o el énfasis con la que se formuló, sino el hecho de que ninguno de los contertulios no solo no rebatió, sino que ni tan siquiera se atrevió a introducir el menor matiz a tan rotunda aseveración. Nunca se hizo tan palmaria la verdad que contiene el dicho popular según el cual el que calla otorga. Pero convendría no limitarse a la constatación de aquel escandaloso silencio e intentar dar un paso más. ¿Qué pensar de todos esos representantes de la ciudadanía catalana, de todos esos intelectuales y líderes de opinión varios que, tras repetir en los medios de comunicación la consigna "esto va de democracia" para defender la realización del referéndum, le esconden a su propia sociedad lo que le confiesan en privado al cuerpo diplomático, a consejeros delegados de grandes empresas o a grandes banqueros? ¿Por qué razón todas estas personalidades, muy respetables por supuesto, son más merecedoras de conocer la verdad (o al menos, lo que verdaderamente piensan aquellos defensores del referéndum) que la mismísima ciudadanía catalana?

¿Qué pensar de todos esos representantes que, tras repetir "esto va de democracia", esconden a su sociedad lo que confiesan en privado?

En todo caso, y sea cual sea el ejemplo ilustrativo que escojamos de entre los anteriores, convendrán conmigo que, en circunstancias normales, comportamientos de este orden deberían ser merecedores de un severo reproche social. El hecho de que las creencias de determinados políticos resulten compatibles con cualesquiera prácticas –incluidas, como acabamos de señalar, las de signo contrario a todo aquello en lo que proclaman creer– introduce en la vida pública un elemento de profunda preocupación. Porque deja en evidencia de manera incontrovertible que para ellos no son las creencias o principios generales los que determinan el curso de sus acciones, sino que los criterios para su obrar se encuentran en otra parte.

¿Dónde? Desde luego, no en el terreno de las convicciones políticas propiamente dichas, a la vista del escaso entusiasmo con que las defienden, a la facilidad con que las sustituyen por otras o a lo barato que venden su traición a las mismas, según la circunstancia de la que se trate. Quizá, parafraseando a los verticales del primer párrafo, lo que responderían, preguntados por la ubicación de sus criterios para la acción política, sería algo así como "yo en lo que realmente creo es en el poder, no en las ideas".

Puntualización para evitar malentendidos: Dado que, al empezar el presente texto, me atreví a calificar de cínicos y provocadores a quienes reivindicaban su presunta condición de practicantes no creyentes, no quisiera que nadie pudiera interpretar a partir de tales palabras que atribuyo esa misma condición a los que siguen dicho planteamiento en la esfera de la política. Que no se me enfaden estos últimos: en realidad me parecen, simplemente, oportunistas.

Hace años quienes, en lo tocante a la cuestión religiosa, querían demostrar que poseían un moderado espíritu crítico, esto es, un pensamiento propio frente a las dóciles y gregarias opiniones de la mayoría, acostumbraban a definirse como creyentes pero no practicantes (también los había más verticales que preferían formular la misma idea afirmando que creían en Dios pero no en la Iglesia). La frase alcanzó tanta fortuna que no faltó quien, cansado del topicazo, optó por invertir los términos y definirse, entre cínico y provocador, como practicante pero no creyente.

Xavier Trias Ada Colau Carles Puigdemont