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El síndrome de Tántalo de Rajoy y el complejo de culpa de Rubalcaba
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Gonzalo López Alba

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El síndrome de Tántalo de Rajoy y el complejo de culpa de Rubalcaba

Y a la tercera fue la vencida. Hubo amenaza de intervención en mayo de 2010 y, de nuevo, en agosto de 2011. Al final ha llegado

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Y a la tercera fue la vencida. Hubo amenaza de intervención en mayo de 2010 y, de nuevo, en agosto de 2011. Al final ha llegado en julio de 2012, aunque ya era una realidad desde que las agencias de calificación retiraron la codiciada ‘A’ a la banca española.

Rajoy se ha visto golpeado por el bumerán que lanzó en Europa en forma de herencia recibida y datos falsos sobre el déficit público para acabar hundiéndose en el socavón de Bankia. Desde entonces, arrastra los pies ante una prima de riesgo impasible pese a los recortes. Así, no puede extrañar que el presidente justifique la voladura de su programa electoral alegando que hace “lo único que se puede hacer”. Pero no es cierto; ni en los contenidos, ni en los tiempos, ni en las formas.

Al presidente Rajoy le ocurre lo que a Tántalo, el hijo de Zeus que fue sumergido en agua hasta la barbilla. Cuando bajaba la cabeza para aplacar su sed, el agua descendía, y cuando extendía la mano para saciar el hambre con el racimo de frutas que colgaba sobre su cabeza, un golpe de viento se llevaba los alimentos. Como en el suplicio de Tántalo, para el Gobierno todo se desvanece en el momento en el que parece que, por fin, lo tiene ya al alcance, que el enésimo “mayor recorte en la historia de la democracia” será el último. Pero tras cada nuevo recorte llega “sin dilación” una exigencia mayor. La próxima aún está por venir.

La otra sorpresa de la semana la dio Alfredo Pérez Rubalcaba, que desperdició una de las mejores oportunidades que tendrá para aplacar la impaciencia de los suyos

Lo sustancial del menú del rescate ya lo anticipó El Confidencial el 18 de junio por lo que no cabe hablar de sorpresas en el contenido. Tan dramática es la situación que ya ni siquiera sorprendió que, después de haber alardeado de su capacidad para presionar a los socios europeos, el miércoles Rajoy reconociera explícitamente que su Gobierno está tutelado por la Unión Europea. Si algo resultó sorprendente en el debate (?) del Pleno del Congreso de los Diputados fue la actitud de los diputados del PP y la respuesta del líder de la oposición.

En una especie de absurda e innecesaria humillación a los paganos de la crisis, paradigma de lo que Gilles Lipovetsky llama “la ética de geometría variable” (El crepúsculo del deber), la bancada conservadora aplaudió a rabiar el pasaje del discurso en el que Rajoy anunció el recorte de las prestaciones por desempleo. A más de un diputado veterano le recordó el entusiasmo con el que abrazaron la decisión de José María Aznar de meter a España en la guerra de Irak. También el PP precisa ser rescatado de la dedicación a tiempo parcial de María Dolores de Cospedal. Como bombero de urgencia son cada vez más los que en las filas del PP esperan a Javier Arenas, que algo debe saber de política cuando se le recuerda como uno de los mejores portavoces de Gobierno sin que nunca llegara a tener esa responsabilidad.

La otra sorpresa de la semana la dio Alfredo Pérez Rubalcaba, que desperdició una de las mejores oportunidades que tendrá para aplacar la impaciencia de los suyos. Entre leer el discurso que había preparado e improvisar una respuesta a la dieta de caballo anunciada por Rajoy, dio la impresión de querer hacer una mezcla sobre la marcha. Tan evidente fue el fracaso de la alquimia que rectificó el tiro en la réplica, cuando acertó en la diana al señalar que aquí “los únicos que no parecen culpables son los defraudadores de Hacienda” y que es “un insulto” llamar vagos a los parados en un país sin alternativas de empleo.

Pero para entonces ya le habían robado la cartera de la oposición Cayo Lara y Rosa Díez. Por más que Rubalcaba sostenga que dijo lo que quería decir, que a las pocas horas el PSOE se apresurara a solicitar una nueva comparecencia de Rajoy en sesión plenaria y que él mismo compareciera ante los medios de comunicación al día siguiente, es un reconocimiento implícito del error, sobre el que debieron ponerle en alerta los elogios del PP, encabezados por el propio Rajoy, a su “sentido del Estado”.

Si Rajoy padece el suplicio de Tántalo, Rubalcaba muestra síntomas de arrastrar un complejo de culpa por su reciente pasado como gobernante, precisamente lo que las bases socialistas quieren sacudirse ya de encima, mientras que los cuadros dirigentes se declaran paralizados por el desconcierto. Aunque el líder del PSOE haya comunicado a sus colaboradores más cercanos su determinación de ser el candidato electoral de su partido en 2015, al término de la sesión parlamentaria eran muchos entre los suyos los que ponían en duda que llegue a la fecha de las elecciones en condiciones de serlo.

Cada vez son más los que trazan un símil entre la situación actual del PSOE y la transición que protagonizó Joaquín Almunia entre 1997 y 2000, aunque a diferencia de entonces, cuando había media docena de nombres en el banquillo socialista, ahora sólo parece haber dos: Eduardo Madina, que se mantiene en un cauto segundo plano, y Carme Chacón, que de cuando en cuando se da una carrera por la banda.

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Y a la tercera fue la vencida. Hubo amenaza de intervención en mayo de 2010 y, de nuevo, en agosto de 2011. Al final ha llegado en julio de 2012, aunque ya era una realidad desde que las agencias de calificación retiraron la codiciada ‘A’ a la banca española.

Mariano Rajoy Alfredo Pérez Rubalcaba