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El 26 de noviembre
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Gonzalo López Alba

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El 26 de noviembre

 Sea cual sea el resultado de las elecciones del domingo en Cataluña, el 26 de noviembre seguirá habiendo en aquella comunidad autónoma más de 600.000 desempleados,

Sea cual sea el resultado de las elecciones del domingo en Cataluña, el 26 de noviembre seguirá habiendo en aquella comunidad autónoma más de 600.000 desempleados, recortes en educación y sanidad, desahucios…; será insoslayable la búsqueda de un consenso entre todas las fuerzas políticas para articular un nuevo encaje de aquel territorio en el conjunto del Estado; y los socialistas, sin más dilación, tendrán que dotar de un contenido claro y concreto su propuesta de articulación federal del país. Para afrontar este pandemónium, que incluye el peligro mayor de que Cataluña acabe convirtiéndose en un remedo del Ulster, con una sociedad dividida entre unionistas y separatistas, “la potencia verdaderamente substancial” sigue siendo, como dijo Ortega y Gasset (España invertebrada), acordar “un proyecto sugestivo de vida en común”.

Lo más escandalosamente chocante de la campaña que hoy entra en su recta final es que, a pesar de que Cataluña dista mucho de ser un oasis en medio del tsunami económico, apenas se ha podido oír de la élite política una sola propuesta de lucha contra la crisis. Todo gira en torno a la posibilidad (la palanca movilizadora de los dos nacionalismos en pugna, el catalán y el español) de que la mayoría de los catalanes secunden la propuesta secesionista de CiU, un desafío de la mayor magnitud al orden constitucional vigente, pero ajeno por completo a los problemas cotidianos y el bienestar de las personas. Negociar un nueve encaje de Cataluña será insoslayable, sea cual sea el resultado de las elecciones del domingo

Y, sin embargo, no puede sorprender que el debate despierte la pasión de los ciudadanos. Las naciones-estado van camino del anacronismo histórico y los soberanismos territoriales están trasnochados, pero la religión ha sido un refugio histórico en tiempos de turbulencia y, como señala José Álvarez Junco (Mater Dolorosa), citando a Carlton Hayes, tras la desreligionización de la política las naciones asumieron la función de “religión secular”. Se han convertido, como apuntó Eric Hobsbawm, en “utopías compensatorias de las frustraciones de las clases populares, propuestas por élites que obtienen de ello beneficios políticos”. A la postre, subraya Álvarez Junco, “como la religión o la familia, la nación es un lazo íntimo, personal, sobre el que no se razona”. Y así ,como en siglos pasados, la preocupación religiosa desvió la atención de las mejoras de las condiciones de vida, el fenómeno se repite con esta religión secular. 

La situación exige, más que nunca, razonar. La apuesta secesionista de Artur Mas es inviable constitucionalmente, no sólo por la letra de la Carta Magna, sino también por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Pero, sobre todo, es políticamente insensata porque Mas reclama más poder frente a España para que Cataluña (en la improbable hipótesis de que fuera reconocida como una nación independiente) tenga menos poder dentro de la Unión Europea. Y, sobre todo, es insensata porque Cataluña y España, España y Cataluña, se necesitan mutuamente.

La debilidad ideológica del PSOE

Razón y confusión son términos antitéticos. Y Artur Mas ha sembrado mucha confusión. Lo hizo el pasado día 7, cuando afirmó en Bruselas que, si resultara inviable una Cataluña independiente dentro de la UE, entonces tendría “que repensar nuestra estrategia”. La afirmación de Mas da crédito a la presunción del presidente de Andalucía, José Antonio Griñán, quien teme que a la postre se produzca una nueva alianza (alentada por los empresarios) entre las derechas española y catalana, que, por la vía del pacto fiscal ahora desestimado, privilegie a Cataluña en relación con el resto de las comunidades autónomas.

A Griñán le alarma que el Estado de las Autonomías pueda derivar en una confederación de Cataluña, Euskadi, Navarra y Galicia con el resto de España porque supondría relegar a Andalucía política y económicamente, pero sus temores también ponen el foco sobre la debilidad ideológica del PSOE. Una solución de esa naturaleza arruinaría la estrategia en la que el PSOE andaluz ha sustentado su hegemonía política durante los últimos treinta años: su identificación nacionalista como “el partido de Andalucía”.

Los socialistas, que han sido un pilar decisivo para la estabilidad territorial de España, están obligados a resolver cuanto antes sus dilemas existenciales y sus diferencias internas sobre este crucial asunto, que no se reducen a las existentes entre el PSC y el PSOE, sino que están vivas dentro de cada uno de estos dos partidos. En el PSOE conviven al menos tres tendencias: los partidarios de avanzar decididamente hacia una España más federal, los que (aunque regañadientes) asumen que no queda otra salida que reconocer algún “plus” diferencial a Cataluña y los que están enrocados en que nada cambie.

El problema de fondo es que, sin reformar la Constitución, apenas hay margen significativo para reconocer más singularidades a Cataluña.    

Sea cual sea el resultado de las elecciones del domingo en Cataluña, el 26 de noviembre seguirá habiendo en aquella comunidad autónoma más de 600.000 desempleados, recortes en educación y sanidad, desahucios…; será insoslayable la búsqueda de un consenso entre todas las fuerzas políticas para articular un nuevo encaje de aquel territorio en el conjunto del Estado; y los socialistas, sin más dilación, tendrán que dotar de un contenido claro y concreto su propuesta de articulación federal del país. Para afrontar este pandemónium, que incluye el peligro mayor de que Cataluña acabe convirtiéndose en un remedo del Ulster, con una sociedad dividida entre unionistas y separatistas, “la potencia verdaderamente substancial” sigue siendo, como dijo Ortega y Gasset (España invertebrada), acordar “un proyecto sugestivo de vida en común”.