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El PSOE se agarra a Felipe y difumina a Zapatero
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Gonzalo López Alba

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El PSOE se agarra a Felipe y difumina a Zapatero

 En su desesperado intento por recuperar la conexión con el electorado de la izquierda y frenar su decadencia electoral, el PSOE se agarró ayer a la

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En su desesperado intento por recuperar la conexión con el electorado de la izquierda y frenar su decadencia electoral, el PSOE se agarró ayer a la conmemoración del 30 aniversario del primer gobierno de Felipe González, el principio de tres lustros que acabaron bajo el manto oscuro de la corrupción y la guerra sucia contra ETA en un clima de crispación exacerbada por la derecha, pero durante los que se produjo la consolidación de la democracia, la modernización del país y la universalización de los servicios públicos básicos que definen el Estado social. Justamente, todo lo que hoy está en cuestión o proceso de demolición. Por ello, el PSOE lo reivindica resaltando similitudes entre los desafíos de 1982 y los de 2012, una especie de viaje en el túnel del tiempo en el que la luz la pusieron los socialistas y el apagón, el PP.

El acto, puesto en escena como un diálogo entre Felipe González y Alfredo Pérez Rubalcaba, con María González (la más joven de la Ejecutiva como moderadora), más que por un entusiasmo renovado estuvo marcado por la nostalgia (con silla vacía en recuerdo de Ernest Lluch, asesinado por ETA, y presencia de Miguel Boyer, aunque hace tiempo que se pasó a la otra orilla). Y acabó siendo prácticamente un monólogo del patriarca socialista, en el mismo lugar en el que en 1997 anunció su renuncia a seguir liderando el PSOE. Como acostumbra, González estuvo lúcido en su análisis, recurrente en las inquietudes que le han acompañado siempre como dirigente del PSOE (“no tenemos vocación de mayoría”) y encantado de haberse conocido, porque todo lo predijo y nadie le hizo caso. Pagado de sí mismo, no tuvo empacho en afirmar que a él se le percibe como a “un triunfador”. Los socialistas viven atemorizados por la posibilidad de perder la condición de alternativa de Gobierno

Todo lo contrario que al presidente socialista que tomó su relevo, José Luis Rodríguez Zapatero. Entre hacer que compartiera el escenario o dejarlo de cuerpo presente, se optó por darle la palabra como si pasara por allí, desde su asiento en la fila cero (entre Alfonso Guerra y José Antonio Griñán), cuando el acto ya llevaba hora y media. Rubalcaba le preguntó por el Banco Central Europeo y Zapatero respondió con un llamamiento a “mantener los afectos, la lealtad y la unidad”, expresión que tuvo mucho de autorreivindicación de un alma dolida. Lo que vino a decir Zapatero, fue: “Si no nos queremos entre nosotros, cómo nos va a querer la gente”.

Su mandato terminó sumido en el agujero negro de la crisis económica, pero suyo fue el mérito de haber movido las fichas definitivas para la desaparición del terrorismo de ETA (la peor lacra durante décadas) y de haber impulsado una revolución en la extensión de los derechos civiles. Sin embargo, Rubalcaba sólo ensalzó su contribución a la igualdad de género, lo que le granjeó una ovación del auditorio, pero confirmó que la actual dirección ha decidido tender un manto de olvido sobre el conjunto de su gestión, como si hubiera sido un paréntesis inexistente, lo que convierte al PSOE en altavoz de su estigmatización por la derecha.

La caducidad de una generación

Aunque Herodoto estableció en 30 años la vida de una generación, Ortega y Gasset acotó a 15 su “vigencia” real, con la siguiente argumentación: “Una generación actúa alrededor de treinta años. Pero esa actuación se divide en dos etapas y toma dos formas: durante la primera mitad –aproximadamente- de ese periodo, la nueva generación hace la propaganda de sus ideas, preferencias y gustos, que al cabo adquieren vigencia y son lo dominante en la segunda mitad de su carrera. Mas la generación educada bajo su imperio trae ya otras ideas, preferencias y gustos, que empieza a inyectar en el aire público” (La rebelión de las masas).

El intento de proyectar una imagen de unidad choca con el clima interno de desconfianza

González gobernó el PSOE durante 23 años (1974-1997) y España durante casi 14 (1982-1996), con lo que su ciclo de gobierno fue, en términos orteguianos, el de la plena vigencia de su generación y lo excedió ampliamente en su liderazgo al frente del PSOE. Rubalcaba es nueve años más joven (González nació en 1942 y él en 1951), pero pertenece también a la generación que ya había alcanzado la mayoría de edad cuando murió Franco y que se fajó activamente en la lucha por la recuperación de la democracia. Si se aplica la doctrina orteguiana, las ideas, preferencias y gustos de los socialistas educados bajo el imperio de la generación felipista son diferentes a las suyas. Si se acepta la teoría de los 30 años, el aniversario que ayer celebró el PSOE fue el de la caducidad de toda esa generación.

Trapero del tiempo, Rubalcaba fue el portavoz del último Gobierno de González y también el portavoz del último Gobierno de Zapatero, quien con sus 11 años como líder del PSOE no llegó a culminar los quince de vigencia orteguiana de su generación, que perdió el paso con la crisis. Rubalcaba ha sido un joven de la generación de González y un viejo en la de Zapatero, que pertenece a la del baby boom (1960), la de quienes votaron por primera vez cuando se sometió a referéndum la Constitución de 1978, algo que no pudieron hacer todos los españoles menores de 52 años, un dato no menor para analizar la opinión ciudadana en el contexto de la crisis institucional.

Impotencia y desconfianzas

La generación felipista asiste con desgarrada impotencia al desmantelamiento de una arquitectura socio-político-institucional que permitió a España disfrutar de los mejores treinta años de su historia moderna, aunque no siempre estuvieran protagonizados por los gobiernos socialistas. Y es también la generación que, con Rubalcaba, ha asumido en primera línea la tarea de acometer la imprescindible renovación del proyecto socialista en el peor momento de la historia contemporánea del PSOE, un partido centenario que se siente íntimamente amenazado por el fantasma de perder el carácter de alternativa de Gobierno.

Rubalcaba, según impresión generalizada en la élite socialista, ya ha asumido que no puede volver a ser el candidato electoral después de los sucesivos reveses electorales sin que logre remontar en las encuestas, de modo que todo apunta a que acabará siendo el secretario general “de transición” que muchos ya vieron en el momento de su elección frente a Carme Chacón. En todo caso, ya ha dicho que piensa agotar su mandato (que sobrepasa la fecha de las próximas elecciones generales). Es decir, que está decidido a pilotar la renovación ideológica del partido y a tutelar en lo posible el proceso de elecciones primarias.

El consenso sobre el calendario lo buscará el día 15, en la reunión con los dirigentes territoriales, entre los que parece haber ganado adeptos la posibilidad de demorar la convocatoria hasta después de las elecciones europeas, en el verano de 2014, para volcar en 2013 todas las energías en el debate sobre la renovación de las ideas.

Pero la apariencia de unidad que quiso darse ayer, choca con los hechos. La reunión celebrada el 16 de noviembre por Rubalcaba con algunos dirigentes territoriales de su confianza (a la que no fueron invitados los de las principales federaciones: Andalucía, Cataluña, Valencia y Madrid) delata el clima de desconfianza interna. Ayer, mientras hablaba González, una espontánea gritó: “¡Hay que escuchar a las bases!”.

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En su desesperado intento por recuperar la conexión con el electorado de la izquierda y frenar su decadencia electoral, el PSOE se agarró ayer a la conmemoración del 30 aniversario del primer gobierno de Felipe González, el principio de tres lustros que acabaron bajo el manto oscuro de la corrupción y la guerra sucia contra ETA en un clima de crispación exacerbada por la derecha, pero durante los que se produjo la consolidación de la democracia, la modernización del país y la universalización de los servicios públicos básicos que definen el Estado social. Justamente, todo lo que hoy está en cuestión o proceso de demolición. Por ello, el PSOE lo reivindica resaltando similitudes entre los desafíos de 1982 y los de 2012, una especie de viaje en el túnel del tiempo en el que la luz la pusieron los socialistas y el apagón, el PP.