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El PSOE, un partido roto
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Gonzalo López Alba

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El PSOE, un partido roto

  De este a oeste y de norte a sur, el PSOE es un partido roto. Sigue siéndolo trece meses después de haber elegido al sustituto

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De este a oeste y de norte a sur, el PSOE es un partido roto. Sigue siéndolo trece meses después de haber elegido al sustituto de José Luis Rodríguez Zapatero. No se trata sólo, aunque también, de las divergencias de fondo sobre el proyecto político que amenaza con acabar en un cisma con el PSC, ni del pulso de los socialistas gallegos a los estatutos federales con la convocatoria de unas primarias consultivas para elegir a su secretario general. Ni siquiera de la burlesca pifia de Ponferrada, que añade a la fractura interna la imagen de un partido fuera de control, en el que cada cual navega a su aire y cualquier líder local puede desafiar a la autoridad de Alfredo Pérez Rubalcaba.

Las crisis catalana, gallega y berciana sólo son síntomas de un estado general en el que, probablemente, la excepción a la regla es Asturias, donde la recuperación del Gobierno autonómico ha compactado el partido en torno al liderazgo del secretario general, Javier Fernández, uno de los puntales más firmes de apoyo a Rubalcaba. Fuera de Asturias, la cohesión interna no es real ni siquiera en Andalucía, donde los inmortales Gaspar Zarrías y Luis Pizarro, fortificados en Jaén y Cádiz, manejan un frente crítico que si no se mueve es porque su silencio es una de las contrapartidas de Rubalcaba al apoyo que precisa de José Antonio Griñán para mantenerse como secretario general.

Los críticos hablan de “dos grandes grupos: quienes piden a gritos el cambio y quienes lo controlan y se resisten al mismo”

Provincia a provincia, que es el auténtico ámbito donde se dilucidan las luchas de poder en su estructura interna, el PSOE sigue siendo un partido dividido entre quienes en febrero de 2012 apoyaron la candidatura de Rubalcaba y quienes se inclinaron por la de Carmen Chacón. En casi todas, cuando se reúnen, quienes optaron por uno u otra hacen corrillos independientes que se dan la espalda. Esta imagen es la prueba de la fractura de fondo: una quiebra de confianza y compañerismo. No fue casual que Zapatero, que conoce bien su partido, hiciera en diciembre, durante la conmemoración del 30º aniversario del primer Gobierno de Felipe González, un llamamiento a “mantener los afectos y la lealtad”.

El mosaico interno

El mosaico interno reproduce casi de forma mimética la foto de Sevilla, en la que el PSOE se fracturó en dos mitades casi iguales (Rubalcaba obtuvo el 51,16% de los votos y Chacón, el 48,84%, con sólo 22 votos de diferencia a favor del primero). Pero no quiere decir esto que, de repetirse el cónclave con los mismos protagonistas, obtuvieran los mismos resultados.

Algunos de los que entonces votaron a Rubalcaba no lo harían hoy, decepcionados con su gestión como número uno; otros, que entonces apoyaron a Chacón, tampoco lo harían si surgiera otra alternativa, porque la que se fraguó en torno a la diputada catalana fue, en gran medida, una coalición negativa, polarizada más por el rechazo a Rubalcaba que por la identificación con ella. Si entonces ninguno de los dos logró emocionar, ahora tampoco convencen. A ello se suma el descontento de los territorios con la madriñelización del poder federal y la creciente presión que el calendario ejerce sobre los que van a ser candidatos en las elecciones municipales y autonómicas.

Provincia a provincia, que es el auténtico ámbito donde se dilucidan las luchas de poder en su estructura interna, el PSOE sigue estando dividido entre quienes apoyaron a Rubalcaba y quienes se inclinaron por Chacón

El pulso del gallego Pachi Vázquez con Ferraz es sintomático no sólo porque lo plantea un dirigente que, en octubre pasado, fue contundentemente derrotado en las urnas y que desde entonces está en situación de interinidad orgánica (dimitió), sino sobre todo porque en la pizarra de los socialistas gallegos para abrir una nueva etapa había dos opciones: esperar a la celebración de la Conferencia Política del otoño, para ser los primeros del “nuevo PSOE” que Rubalcaba quiere presentar a partir de esa cita de redefinición programática, o intentar marcar la pauta por su cuenta y riesgo.

Los gallegos han optado por lo segundo y no son los únicos que andan en ello, aunque hasta ahora hayan evitado el enfrentamiento público. También en la federación valenciana, que ha recuperado fuelle con Chimo Puig, se quiere elegir al secretario regional por el procedimiento de elecciones primarias (que los estatutos circunscriben a la elección de candidatos electorales). Y al madrileño Tomás Gómez le ha faltado tiempo para aplaudir a sus compañeros gallegos. La derivada es fácil de leer: si los secretarios regionales son elegidos directamente por los militantes, otro tanto tendría que ocurrir con el secretario general.

‘El señor de las mareas’

Pero, como dijo la vicesecretaria general, Elena Valenciano, en el fragor del terremoto con el PSC: “En la dirección del PSOE sabemos que a veces ejercer la autoridad es mantener el timón”. La trayectoria de Rubalcaba acredita de tal modo su capacidad para sobrevivir a toda clase de desastres políticos que bien podría llamársele El señor de las mareas. Su proyecto sigue siendo “llegar a 2015” y, si los números salen, pactar para volver al gobierno. Y si no salen, ¿acaso no se asumió por el PSOE la tesis de la derecha para convertir a Zapatero en 'un paréntesis' de la historia? Pues los otros presidentes, Felipe González y José María Aznar (Adolfo Suárez lo hizo desde la Presidencia del Gobierno), no ganaron hasta el tercer intento, y él sólo lleva uno.

Sin embargo, los que se oponen a este planteamiento y ven en la Conferencia Política una mera “operación cosmética” ya se están moviendo. La mayoría, en silencio, por temor a represalias. Algunos, a cara descubierta en las redes sociales, como el exsenador andaluz Luis Salvador, que escribe en su Bitácora: “El PSOE hoy se divide en dos grandes grupos: quienes piden a gritos el cambio y quienes lo controlan y se resisten al mismo”. Salvador denuncia “aquellas voces autocomplacientes e interesadas que abogan por dar tiempo al tiempo para que pasada la tempestad vuelva la calma, momento en que como fruta madura el partido volvería liderar la sociedad española”, porque -dice- “la teoría de la travesía del desierto” sólo “exculpa y libera de responsabilidad a quienes la dirigen” y, mientras tanto, el PSOE se desangra.

La crisis de Ponferrada ha tenido el efecto colateral de resucitar a Chacón, que tuvo los reflejos de ser la primera en escandalizarse públicamente ante el pacto con un acosador para rebañar un poco de poder y, para más escarnio, en el Día Internacional de la Mujer. Sin palabras. Un año después de enterrar el zapaterismo, si Luis Bárcenas es la oposición al Gobierno, el PSOE es la oposición al PSOE. Para reconciliarse con sus votantes, antes tendrá el partido que reconciliar sus prácticas con su ideario.

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De este a oeste y de norte a sur, el PSOE es un partido roto. Sigue siéndolo trece meses después de haber elegido al sustituto de José Luis Rodríguez Zapatero. No se trata sólo, aunque también, de las divergencias de fondo sobre el proyecto político que amenaza con acabar en un cisma con el PSC, ni del pulso de los socialistas gallegos a los estatutos federales con la convocatoria de unas primarias consultivas para elegir a su secretario general. Ni siquiera de la burlesca pifia de Ponferrada, que añade a la fractura interna la imagen de un partido fuera de control, en el que cada cual navega a su aire y cualquier líder local puede desafiar a la autoridad de Alfredo Pérez Rubalcaba.