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"Algo tenemos que hacer, pero no sabemos qué"
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Gonzalo López Alba

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"Algo tenemos que hacer, pero no sabemos qué"

El marasmo que vive el PSOE se resume en una frase: “Algo tenemos que hacer, pero no sabemos qué”. Así lo reconoce uno de

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El marasmo que vive el PSOE se resume en una frase: “Algo tenemos que hacer, pero no sabemos qué”. Así lo reconoce uno de los colaboradores más cercanos de Alfredo Pérez Rubalcaba, que va poniendo como puede parches para taponar las grietas que amenazan con el hundimiento de la nave socialista, pues no otra cosa son los ajustes que el jueves realizó en la Ejecutiva y en la dirección del grupo parlamentario, en los que ha despreciado la oportunidad para integrar a algún crítico.

Incluso dirigentes nada sospechosos de querer segarle la hierba bajo los pies asumen que en el partido “se ha instalado que a Alfredo le quedan dos telediarios” y, aunque en política los muertos se cuentan por resucitados, opinan que ese es un estado de opinión “ya irreversible”.

La fuerza para precipitar o demorar el cambio de líder la tiene el califa andaluz, José Antonio Griñán, quien, de momento, ha optado por renovar el pacto de estabilidad que ya suscribió con Rubalcaba para cerrar la crisis que se abrió a finales del año pasado tras los varapalos electorales de Cataluña y Galicia. Pero, en cada pacto, el secretario general se va dejando pelos en la gatera o, en otras palabras, perdiendo autoridad.

Y es que, como subrayó Manuel Chaves en la reunión que el vicesecretario general de los socialistas andaluces, Mario Jiménez, mantuvo el martes en Madrid con sus diputados para trasladarles formalmente la decisión de apuntalar “por responsabilidad” a Rubalcaba, la autoridad del secretario general no sólo dimana de cómo la ejerce, sino también de la medida en que se le reconoce. Para la vieja guardia, que otorga mucha importancia a los gestos, es todo un síntoma que tuviera que ser Rubalcaba el que se desplazara a Sevilla, en vez de Griñán a Madrid, para renovar la prórroga del aval andaluz durante un almuerzo celebrado el día 8 en el domicilio privado del presidente de la Junta.

Fuego cruzado

La situación no puede ser más paradójica, porque si es Griñán quien mantiene con respiración asistida a Rubalcaba, los colaboradores del secretario general no dudan en señalar al presidente andaluz como principal responsable del deterioro de la autoridad del primero. “Griñán no ha aceptado que perdió el Congreso de Sevilla (en el que apoyó a Chacón) y, desde que Rubalcaba subió al AVE para regresar a Madrid, no ha tenido un día de tregua”, sostienen. Así se entiende que Chaves diera “la bienvenida” a Jiménez a las posiciones de refuerzo de la figura del secretario general.

Parlamentarios y cuadros intentan promover un cambio que aflore en la Conferencia Política

El de Rubalcaba y Griñán no pasa de ser un pacto de intereses coyunturales. El primero, consciente de que no puede desestabilizar el gobierno más importante que tiene el PSOE, necesita del respaldo de la federación más poderosa para hacer frente a una situación en la que otras federaciones menores, como la de Galicia, son capaces de imponerle su criterio bordeando, cuando menos, los estatutos del partido. Y Griñán, aparte de que tampoco le conviene la imagen de que preside un partido roto y tiene que lidiar en su feudo con los ERE y con IU, no ve una alternativa clara.

Periclitado el acuerdo con Carme Chacón, el líder andaluz no ve recambio en Patxi López, Emiliano García-Page, Eduardo Madina ni ningún otro. El exlehendakari, la alternativa preferida por el establishment del partido, ha levantado muchas ampollas al airear un comentario que hizo a puerta cerrada en la Ejecutiva, donde frente a la postura del PSC enfatizó que muchos socialistas vascos perdieron la vida por oponerse al “derecho a decidir”. El reproche de fondo es que alimenta la imagen de que los socialistas viven una dinámica de “todos contra todos”.

Así, tanto a Rubalcaba como a Griñán les conviene mantener la hoja de ruta aprobada en diciembre por el Comité Federal. Después de la Conferencia Política del otoño, “ya se verá” si escampa o el horizonte electoral se oscurece más. Los detractores del presidente andaluz traducen este planteamiento como una estrategia, que fuentes próximas a Griñán desmienten, para crear las condiciones en que el partido “tenga que llamarle como salvador”.

En Ferraz, aunque a regañadientes, se reconoce que las primarias consultivas aprobadas para elegir al nuevo secretario general de Galicia marcan un precedente. “Después de todo lo que hemos dicho y de todo lo que está pasando, si yo quisiera ser secretario general no aceptaría otro procedimiento que no pasara por tener el respaldo directo de los militantes”, subraya alguien que no aspira al liderazgo. Es la dinámica de los hechos consumados, porque muchos de los que claman en los medios de comunicación por las primarias las denostan en las reuniones a puerta cerrada, y algunos que las piden para elegir un sustituto de Rubalcaba hacen cuanto pueden para soslayar ese procedimiento en su propio territorio. Unos y otros saben que los militantes que quedan ya no aceptan componendas en las alturas y quieren ser protagonistas directos de lo que venga.

Algo se mueve bajo la cúpula

Bajo la cúpula, algo ha empezado a moverse, aunque de forma vaga y todavía difusa. Parlamentarios y cuadros dirigentes que están “incómodos” con la situación actual, y temen que la militancia les reproche que algunos “os quejabais, pero no hicisteis nada para cambiar las cosas”, multiplican contactos y conversaciones.

La dirección federal reconoce que Galicia sienta precedente para elegir al secretario general

Algunos creen que esa corriente de cambio debería plasmarse en “algo concreto” en la Conferencia Política, que en su planteamiento actual consideran una mera “cortina de distracción” ideada por Rubalcaba para ganar tiempo. Pero, de momento, la coincidencia en el diagnóstico no alcanza a la terapia a aplicar. Lo dificulta, entre otras razones, el clima de desconfianza en que se desenvuelve la vida interna. Incluso entre quienes comparten diagnóstico, predomina la desconfianza sobre los intereses que mueven a cada uno.

Mientras, los socialistas viven en un estado de ansiedad, acentuado por su propia percepción de que la situación del PSOE es “agónica”. “Desde Bankia a los desahucios, pasando por la corrupción, llegamos a todo tarde y mal. Cada semana empieza con la inquietud de saber dónde vamos a meter la pata”, señala un diputado primerizo.

El espejo se lo puso la vicepresidenta primera del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, durante la sesión de control parlamentario del día 13: “Ya sé que, tal como están, les parece a ustedes muy exótico e inverosímil que un partido se reúna a apoyar todos juntos a su secretario general. (…) Usted, señoría (Soraya Rodríguez, portavoz socialista), no se pone de acuerdo ni consigo misma. Cuando a usted le preguntan (por casos de corrupción), aboga por que se espere a que actúe la Justicia y, cuando usted pregunta, pide que actuemos todos los demás. No tienen criterio, y cuando no tienen criterio en Madrid, no les obedecen en Ponferrada”.

Si Galicia es el paradigma de la pérdida de autoridad de Rubalcaba, Ponferrada es la evidencia de que los socialistas viven mirándose al ombligo, porque lo allí acaecido nunca habría ocurrido si hubieran mirado a la calle. De momento, el PSOE no está, pero se le espera y se le necesita. Como escribió Susan George, doctora en Ciencias Políticas: “Los neoliberales siempre supieron que había que empezar por transformar el panorama intelectual. Y es que, antes de que tengan consecuencias sobre la vida de los ciudadanos y de la ciudad, las ideas tienen que ser propagadas”. Pero, antes, hay que tenerlas.

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El marasmo que vive el PSOE se resume en una frase: “Algo tenemos que hacer, pero no sabemos qué”. Así lo reconoce uno de los colaboradores más cercanos de Alfredo Pérez Rubalcaba, que va poniendo como puede parches para taponar las grietas que amenazan con el hundimiento de la nave socialista, pues no otra cosa son los ajustes que el jueves realizó en la Ejecutiva y en la dirección del grupo parlamentario, en los que ha despreciado la oportunidad para integrar a algún crítico.