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El descarrilamiento socialista en Navarra
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Gonzalo López Alba

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El descarrilamiento socialista en Navarra

La crisis navarra de las últimas semanas debería ser materia de estudio obligatorio en las escuelas de formación de cuadros de los partidos políticos

Foto: El secretario general del PSN-PSOE, Roberto Jiménez, el pasado jueves en Pamplona (Reuters).
El secretario general del PSN-PSOE, Roberto Jiménez, el pasado jueves en Pamplona (Reuters).

La crisis navarra de las últimas semanas debería ser materia de estudio obligatorio en las escuelas de formación de cuadros de los partidos políticos porque es un compendio de casi todos los errores posibles y un ejemplo de libro de cómo, en política, una situación adversa bien manejada puede revertirse en ventajosa si se saben explotar las torpezas y debilidades del adversario.

Lo más llamativo es que lo que empezó siendo una crisis del gobierno de Yolanda Barcina, en minoría parlamentaria y contestada en el interior de su propio partido (UPN), ha acabado siendo una crisis de los socialistas navarros (PSN), que han quedado rotos casi por la mitad. A su secretario general, Roberto Jiménez, se le da por amortizado en Ferraz y, de hecho, ya han empezado a circular nombres de posibles sustitutos, como el de la senadora María Chivite. Puede que la sucesora no sea ella, pero el simple hecho de que ya empiecen a manejarse alternativas es un dato más que indiciario.

La incógnita se despejará en las primarias del otoño que, ahora sí, se consideran imprescindibles porque, aunque pueda resistir un tiempo como secretario general –Ferraz quiere evitar a toda costa la excepcionalidad de una gestora–, el “liderazgo social” de Jiménez se considera agotado y el referente nacional del PSN, el diputado y miembro de la Ejecutiva federal Juan Moscoso –que discrepaba de la estrategia de Jiménez pero ha sido leal con su silencio–, no quiere hacer política regional.

De este sainete con huida hacia delante, freno y marcha atrás cabe extraer abundantes lecciones, aunque también deja sobre la mesa un gran interrogante a propósito de una de las asignaturas pendientes de la democracia española.

PRIMERA LECCIÓN. El descrédito del socialismo navarro se remonta a la década de los noventa, cuando, implicados en lo que dio en llamarse la trama navarra del caso Roldán, Gabriel Urralburu, presidente de la comunidad foral entre 1984 y 1991, fue condenado a once años de prisión por cobrar comisiones ilegales en obras públicas, y su sucesor, Javier Otano, que lo fue entre 1995 y 1996, tuvo que dimitir al descubrirse que tenía una cuenta en Suiza. La corrupción tarda en pasar factura electoral, pero cuando llega lleva tiempo pagarla.

La dirección federal intenta aplazar el relevo hasta las primarias del otoño

SEGUNDA LECCIÓN. Los socialistas navarros tardaron más de una década en recuperarse, hasta que, en 2007, tuvieron la posibilidad de volver al Gobierno de la mano de Fernando Puras, pero la dirección federal tumbó el pacto que ya habían alcanzado con Nafarroa Bai e IU. Entonces, José Luis Rodríguez Zapatero y José Blanco prefirieron facilitar la continuidad de Miguel Sanz (UPN) a cambio del apoyo puntual de los dos diputados de UPN en el Congreso y, sobre todo, de una actitud moderada ante el proceso de negociación con ETA, que el PP intentaba deslegitimar con la presunción de que Navarra era moneda de cambio -Alfredo Pérez Rubalcaba era a la sazón el ministro del Interior-. Para resolver la crisis que vino a continuación con la renuncia de Puras, a la que se añadió poco después el fallecimiento del secretario general, Carlos Chivite, Blanco cooptó a Jiménez, que había concurrido a las elecciones en el noveno puesto de la lista socialista. Aunque la elección digital de Jiménez fue legitimada por un congreso posterior, el tiempo ha demostrado que los liderazgos que se imponen de arriba abajo están abocados al fracaso y que en un Estado autonómico los electores regionales penalizan el sometimiento de las franquicias a su matriz.

TERCERA LECCIÓN. Aunque en 2011 el PSN obtuvo el peor resultado de su historia –nueve escaños sobre 50, con pérdida de tres–, Jiménez se convirtió en vicepresidente del Gobierno de Barcina. Los socialistas navarros volvían a tocar poder y su líder descollaba en el erial socialista como avanzadilla de una nueva generación de barones. La alianza fue efímera –se rompió en 2012 alegando maquillaje en el déficit– y entonces el PSN pasó de ser socio indispensable a primer adversario. A partir de entonces, a causa de su política zigzagueante, comenzaron los problemas internos para Jiménez, que en su comportamiento ignoró dos máximas políticas: “En política no hay que dejar que la locomotora guíe al conductor” (La silla del águila, Carlos Fuentes); y “El arte político más difícil es el de saber cuándo no actuar” (Política y perspectiva, Sheldon S. Wolin).

A Jiménez le nubló la vista el humo de la locomotora -el descrédito de Barcina, que comenzó con el caso de las dietas de Caja Navarra, y la inestabilidad de su Gobierno en minoría-. Vio la oportunidad de reflotarse ante el horizonte de un hundimiento en las próximas elecciones autonómicas que, de producirse, igualmente le obligaría a irse. Según sus propios compañeros, creyó estar ante “su última oportunidad” y actuó “a la desesperada”, embarcando a su partido en una “huida hacia delante”, pero olvidó que Rubalcaba ha apostado su resto al resultado en las elecciones europeas de mayo. El oportunismo político acostumbra a producir fruta caduca, la precipitación es mala consejera y los principios jerárquicos gobiernan la vida de los partidos.

La crisis navarra pone de manifiesto que los socialistas todavía batallan por la primacía en la izquierda

CUARTA LECCIÓN. En el comportamiento de Jiménez ha influido en gran medida el hecho de que, desde hace tiempo, el PSN se desangra en beneficio de Nafarroa Bai, de forma similar a lo que le sucede al PSC con ERC. Como en otros territorios, el PSN no pelea por la mayoría, sino por la primacía en la izquierda. Pero si el PSC es “otro partido”, el PSN es una más de las federaciones del PSOE; si el PSC tuvo 54 delegados en la última Conferencia Política, el PSN estuvo representado por cuatro -el cálculo se hace en función de la militancia, y por detrás de los navarros sólo quedaron los riojanos, con tres, ceutíes y melillenses-; si el PSC aporta al grupo parlamentario socialista 25 escaños en el Congreso, la contribución del PSN es de uno. Dicho de otra forma: ante de echar un pulso -“el PSOE en Navarra soy yo”, dijo Jiménez- hay que medir las fuerzas, sobre todo en un partido que, como el Estado, es de un federalismo imperfecto. Como se ha sentenciado desde Ferraz, “las federaciones no pueden actuar como si fueran cápsulas porque sus decisiones comprometen al conjunto”.

UNA ASIGNATURA PENDIENTE. En el PSOE hay práctica unanimidad en que, ahora que ETA ya no mata, “en algún momento se tendrá que hablar” con Bildu –hablar ya se habla, por lo que debe traducirse como sinónimo de acordar–. El principio filosófico es que ahora que los proetarras hacen lo que se les exigía, política en lugar de terrorismo, no se les puede marginar como apestados. Pero una cosa es el qué y el cómo, y otra el cuándo, y cuando se pregunta por el cuándo, la respuesta es que “aún tienen que pasar años”.

Con todo, los socialistas reconocen que probablemente se hubieran aceptado los votos de Bildu para desbancar a Barcina si no estuvieran en el horizonte inmediato las elecciones europeas. El temor a que se convirtiera en un caballo de Troya para la remontada que el PSOE espera iniciar en esos comicios ha acabado por convertir a Bildu en el escudo tras el que se parapeta Barcina para mantenerse al frente de un Gobierno bloqueado.

La crisis navarra de las últimas semanas debería ser materia de estudio obligatorio en las escuelas de formación de cuadros de los partidos políticos porque es un compendio de casi todos los errores posibles y un ejemplo de libro de cómo, en política, una situación adversa bien manejada puede revertirse en ventajosa si se saben explotar las torpezas y debilidades del adversario.

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