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Socialismo líquido en tiempos gaseosos
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Gonzalo López Alba

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Socialismo líquido en tiempos gaseosos

Si las elecciones europeas del 25 de mayo fueran un partido de fútbol, el PSOE se daría por satisfecho ganando en tiempo de descuento y de penalti injusto

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Si las elecciones europeas del 25 de mayo fueran un partido de fútbol, el PSOE se daría por satisfecho ganando en tiempo de descuento y de penalti injusto. Una victoria, aunque sea por la mínima, generaría la sensación de que los socialistas vuelven a ser alternativa de Gobierno. Por el contrario, una derrota avivaría la tensión interna porque se convertiría en un mal predictor para los comicios municipales y autonómicos del año próximo, y daría argumentos a quienes prefieren resolver el problema del liderazgo en un congreso extraordinario antes que en unas primarias.

Esta posibilidad viene siendo manejada desde hace tiempo por algunos dirigentes críticos con Alfredo Pérez Rubalcaba y reacios al procedimiento de las primarias, pero nunca ha contado con apoyos suficientes para prosperar. Desde Ferraz se descarta con rotundidad este escenario, que sería una anomalía en la historia del PSOE, ya que en sus 126 años de vida se ha producido sólo en siete ocasiones, cinco de ellas antes de la guerra civil y sólo una en el periodo democrático, cuando Felipe González forzó con su dimisión la renuncia al marxismo.

“Hay una hoja de ruta aprobada que lleva a la celebración de primarias en noviembre”, se reitera, con rotundidad, desde el entorno de Rubalcaba. Y se añade algo más: “Para que hubiera un congreso extraordinario, tendrían que echarnos”. Es decir, que el secretario general, aunque opte por no presentarse a las primarias, no renunciará en ningún caso a pilotar un tránsito que, inevitablemente, habrá de pasar por un periodo –más o menos largo– de bicefalia. En la pizarra de la actual dirección la convocatoria del congreso para elegir un nuevo secretario general sólo aparece después de las primarias, nunca antes.

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A su favor opera que la accionista mayoritaria, Susana Díaz, juega su propio partido –sus más acérrimos opinan que no intentará el salto a la política nacional sin antes haber ganado las elecciones autonómicas como candidata, es decir, en el horizonte de seis años–; que para el PSC, aunque no lo ve como candidato electoral, Rubalcaba es el mejor de los secretarios generales posibles y el que mejor puede defender sus tesis federalistas; y que la federación valenciana, que lidera Ximo Puig, intentará ir de la mano de Andalucía y los socialistas catalanes, con los que configura el triángulo de la mayoría en el PSOE. Además, Rubalcaba cuenta con el respaldo firme del presidente de Asturias, Javier Fernández.

Andalucía y Cataluña

Las elecciones europeas, un posible adelanto electoral en Andalucía y el órdago catalán amenazan con trastocar el calendario interno

Pero en estos tiempos, que han dejado de ser líquidos, como acuñó Zygmunt Bauman, para mutar en gaseosos, lo que ayer era una certeza mañana puede convertirse en un imposible. Sobre el calendario pergeñado en papel se ciernen tres amenazas que podrían trastocarlo: la derrota en las elecciones europeas, un estallido de la cuestión catalana –con una Diada incendiaria en septiembre– que provoque una crisis de Estado y un posible adelanto electoral en Andalucía.

El agrietamiento de la coalición PSOE-IU, salvada in extremis, ha reavivado esta última posibilidad. En los circuitos socialistas circula desde hace algún tiempo el rumor, desmentido oficialmente, de que Susana Díaz planea la convocatoria para marzo del año próximo, antes de las elecciones municipales, o bien en mayo, junto con los comicios locales. Pero si se reabren las fisuras entre los dos socios, todo podría precipitarse.

La presidenta ha logrado superar la primera crisis, pero nada es igual en su relación desde que Diego Valderas es sólo vicepresidente de la Junta y el coordinador de IU, que ahora es Antonio Maíllo, no se sienta en los escaños del gobierno. Díaz se siente fuerte, quiere recuperar la primacía socialista -las últimas elecciones autonómicas las ganó el PP-, no está dispuesta a abandonar el espacio de la moderación y, saltándose la legalidad con el realojo de los okupas de la corrala Utopía, IU le ha brindado la oportunidad de demostrar que no le temblará el pulso ante una hipotética ruptura. De momento, ha logrado ganar en autoridad, anclarse en el centro político y preservar la coalición.

Europa: poco entusiasmo y mucho escepticismo

A día de hoy, la derrota en las elecciones europeas sólo se considera en la dirección del PSOE como una posibilidad teórica que no se puede descartar. Aunque en Ferraz aseguran no disponer de encuestas propias, el análisis de todas las publicadas les lleva a la conclusión de que la situación es de empate técnico, con ligera ventaja a su favor. Pero, precisamente por esa igualdad, el fiel de la balanza podría inclinarse también hacia el lado del PP.

El PSOE parte como favorito, pero el PP dispone de más recursos para motivar a su electorado en la recta final

Parapetado en su legendaria indolencia, Mariano Rajoy se ha atenido al criterio dominante entre los politólogos con la demora en la designación del cabeza de lista de su partido, el ministro Miguel Arias Cañete. Ese criterio es que el efecto del candidato y de las campañas electorales está sobredimensionado y, a lo sumo, puede aportar a la marca entre dos y tres puntos. Suficiente para inclinar la balanza en una situación de empate técnico como la que reflejan las encuestas (el PP aventajó al PSOE en 3,34 puntos en las elecciones de 2009). Pero, ¿a favor de quién? Con su estrategia, Rajoy ha sometido durante dos meses a la candidata socialista, Elena Valenciano, al suplicio del boxeador que pelea contra su sombra.

La cabeza de lista del PSOE asegura que en su precampaña ha encontrado a la militancia motivada y con ganas de pelea, pero otros socialistas que ya están en campaña reconocen que lo que están encontrando es muy poco entusiasmo y mucho escepticismo. El resultado dependerá en buena medida del nivel de participación, que se espera superior al de 2009 –el 44,9%–, pero el partido en el Gobierno dispone de más recursos para motivar a su electorado en la recta final de la campaña, mientras que el PSOE ha de fiarlo casi todo a la motivación del voto de castigo al PP.

Los intentos de persuadir al electorado de la trascendencia de los comicios del 25-M tropiezan con la desafección europeísta que reflejan los estudios de opinión: según el Eurobarómetro, si la confianza en la Comisión Europea alcanzaba entre los españoles el 80 por ciento en 2008, en 2013 había caído por debajo del 20%; el candidato común de los socialistas, Martin Schultz, pertenece a un partido que forma parte del Gobierno que, aunque haya logrado implantar el salario mínimo en Alemania, sigue imponiendo el austericidio a los países del sur; y la apelación a las mayores competencias del Parlamento Europeo choca con la realidad de que “tiene más bien poco peso en las dos cuestiones cruciales, que son las relativas a la economía y a la regulación de los mercados”, como advierte Ignacio Sánchez-Cuenca (La impotencia democrática, Catarata).

La campaña estaría más polarizada, y seguramente los ciudadanos se sentirían más motivados, si alguien cuestionara el euro, en contra del que se manifestaba el 37% de los españoles en la primavera de 2013. Pero, como subraya Sánchez-Cuenca, “las élites españolas, tanto económicas como políticas, continúan defendiendo un europeísmo incondicional y acrítico que les aísla cada vez más de la sociedad en la que viven”, sin que nadie reconozca los errores en la construcción de la Unión Monetaria, que entregó el poder a un Banco Central Europeo que ni ejerce de prestamista de última instancia ni rinde cuentas a nadie.

Si las elecciones europeas del 25 de mayo fueran un partido de fútbol, el PSOE se daría por satisfecho ganando en tiempo de descuento y de penalti injusto. Una victoria, aunque sea por la mínima, generaría la sensación de que los socialistas vuelven a ser alternativa de Gobierno. Por el contrario, una derrota avivaría la tensión interna porque se convertiría en un mal predictor para los comicios municipales y autonómicos del año próximo, y daría argumentos a quienes prefieren resolver el problema del liderazgo en un congreso extraordinario antes que en unas primarias.

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