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La funesta herencia de Pedro Sánchez y la crisis entre PSOE y PSC
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Gonzalo López Alba

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La funesta herencia de Pedro Sánchez y la crisis entre PSOE y PSC

La supervivencia de los dirigentes se antepone al bien colectivo del partido y a las aspiraciones de los ciudadanos que votan para que gobiernen los socialistas

Foto: El ex secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, tras renunciar a su escaño en el Congreso, el pasado 29 de octubre. (EFE)
El ex secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, tras renunciar a su escaño en el Congreso, el pasado 29 de octubre. (EFE)

¿Qué hay detrás de la quiebra de convivencia entre el PSOE y el PSC? Depende de a quién se pregunte. Unos ponen el acento en lo orgánico, otros en lo electoral, otros en la estrategia política y otros en la ideología. Y algunos lo resumen todo en la funesta herencia dejada por Pedro Sánchez. Vayamos por partes.

Sánchez quebró con su atrincheramiento en Ferraz la cultura de la dimisión tras la derrota electoral o el horizonte de derrota establecida por Felipe González tras las elecciones de 1996 y mantenida por Joaquín Almunia en 2000 y José Luis Rodríguez Zapatero en 2011. Cuando los líderes dejaban de ser parte de la solución para convertirse en parte del problema, daban un paso atrás. Pero Sánchez hizo todo cuanto pudo por seguir en el machito tras dos derrotas consecutivas, en las que perforó todos los suelos electorales de su partido. Alumno aventajado de Mariano Rajoy en la estrategia de ganar tiempo al tiempo, debió creer que como el presidente del PP podía conquistar La Moncloa a la tercera, pero con Rajoy de candidato, aunque el PP perdió en 2004 la mayoría absoluta de la que había gozado con José María Aznar, en 2008 mejoró los resultados de los comicios anteriores. Él, por el contrario, en junio de 2016 empeoró los de diciembre de 2015.

El PSC fuerza al PSOE a clarificar su discurso sobre la articulación territorial de España

Si dos derrotas consecutivas de esa dimensión no eran motivo suficiente para la renuncia del líder nacional, ¿por qué había de serlo para los líderes territoriales? El PSOE ha perdido la mitad de su representación parlamentaria desde la marcha de Zapatero (de 169 a 84 diputados), pero en el mismo período el PSC ha perdido dos tercios (de 25 a 7).Miquel Iceta, recientementereelegido como primer secretario del PSC, accedió al cargo en 2014 y en 2015 fue candidato a la presidencia de la Generalitat, empeorando los resultados que su partido había obtenido en 2012:pasó de 20 escaños autonómicos y el 14,43% de los votos a 16 escaños y el 12,7%de las papeletas.

Tras estos resultados, la lógica política dice que el congreso del PSC celebrado a comienzos de este mes debería haberse centrado en analizar las causas de este declive. Pero no hubo nada de eso. Iceta logró desviar la atención del hundimiento del PSC para polarizar la discusión en la defensa del reconocimiento de Cataluña como “nación” y en el “no es no” a Rajoy, esgrimiendo entre otras razones que los socialistas no podían dejar gobernar a un presidente salpicado por la corrupción, pese a que Artur Mas también lo estaba cuando el PSC se abstuvo en su elección en diciembre de 2010 alegando el “interés superior” de Cataluña. Como ha explicado Joan Tapia en este diario, de los 18 diputados perdidos por el PSC en las últimas elecciones generales, 15 han ido a partidos independentistas o partidarios del referéndum de autodeterminación; pero igualmente cierto es que Ciudadanos, que lidera la oposición, ha asentado su crecimiento en feudos tradicionales del PSC como el Baix Llobregat o Nou Barris.

No obstante, el apalancamiento de Iceta –avalado por la militancia en las primarias que ganó a Núria Parlonno es una singularidad de Cataluña. En Euskadi, la sucesora del exlehendakari Patxi López, Idoia Mendia, ha dejado al PSE en las raspas, en la cuarta posición y con un raquítico 11,94% de los votos. Tampoco Mendia ha dimitido. Lejos de eso, la líder de los socialistas vascos ha encontrado un salvavidas en la coalición de gobierno con el PNV, aunque el PSE solo tendrá tres carteras, lo que lo convierte no en socio en igualdad de condiciones, sino en una muleta que se da por satisfecha con el papel de bisagra, una tentación que acecha al conjunto del PSOE si no es capaz de recuperar su condición, y vocación, de partido de mayorías.

La lista podría continuar con otros territorios donde los socialistas llevan décadas en la oposición, como La Rioja, Murcia o Castilla y León, cuyos líderes han sido puntales de apoyo a Sánchez hasta su caída. Pero lo relatado ya es suficientemente esclarecedor del cambio en la cultura interna de la dimisión que ha dejado Sánchez como legado. La supervivencia de los cuadros dirigentes se antepone al bien colectivo del partido y de los ciudadanos que votan para que los socialistas gobiernen.

La mayoría advierte de que "el PSOE no va a ceder más para que el PSC se sienta cómodo" porque "el PSOE puede ayudar más al PSC que el PSC al PSOE"

El PSOE, como decía Zapatero, sigue siendo el partido que más se parece a España: un partido desorientado, cabizbajo y acomplejado tras el impacto demoledor de la crisis económica. Pero ya no es el partido que vertebra España, cuando los socialistas obtenían en la práctica totalidad de los territorios porcentajes del 30 o el 40 por ciento de los votos. No se puede vertebrar un país con porcentajes de apoyo inferiores al 20% en muchos territorios.

Durante décadas el PSOE le negó al PP la capacidad de vertebrar España alegando su papel irrelevante en Cataluña y Euskadi. Hoy, aunque los pactos postelectorales permitan lavar la cara, los socialistas no son menos irrelevantes que los populares en estas dos comunidades históricas, y están a años luz del PP en las de Galicia y Navarra (donde el PP utiliza la franquicia de UPN). Aunque la tesis de que el PSC es el único partido que trabaja para evitar la ruptura de Cataluña con el resto de España es propagandísticamente acertada, guste o no, también Ciudadanos, PP e incluso Podemos representan una forma de entender el encaje de Cataluña en el Estado.

Pedro Sánchez jugó a enfrentar los territorios con los ciudadanos, es decir, a los líderes regionales con los militantes; el ex secretario general aplicó en la práctica el populismo que denostaba en público (hasta su giro de 180 gradosen el programa de Jordi Évole). Y apoyándose en los líderes de federaciones perdedoras, desgastó a los de las federaciones que ganan elecciones en sus ámbitos geográficos.

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Y así, los socialistas han acabado enredándose en un debate que, históricamente, nunca fue el suyo: el de si España es o no una “nación de naciones”, que nos retrotrae al sempiterno ‘España como problema’ de Pedro Laín Entralgo. Cierto es que, durante la etapa de clandestinidad y hasta que Felipe González centró al PSOE como partido de gobierno, los socialistas defendieron el “derecho a decidir” y “la autodeterminación de los pueblos”, pero eso es más lejano incluso que la renuncia al marxismo y el “de entrada, no” a la OTAN. La unidad de España como Estado único siempre ha formado parte de los principios del PSOE, en el que la corriente jacobina ha sido predominante, sin que ello haya sido impedimento para el reconocimiento de la singularidad como “naciones culturales” que tienen las comunidades históricas.

El PSOE, único partido que incorpora la palabra “español” en sus siglas, es formalmente federal: su ejecutiva se adjetiva federal, sus comités y sus congresos se adjetivan federales… pero su funcionamiento práctico es más propio del sincretismo: los miembros del comité federalno son elegidos exclusivamente por los territorios, como ocurriría si fuera estrictamente federal, sino que también hay una parte elegida por el congreso y otra designada por la ejecutiva.

La caja de Pandora la abrió Zapatero cuando rescató del olvido a Anselmo Carretero —de origen segoviano pero leonés por matrimonio—, autor de ‘España, nación de naciones’, concepto que quedó sepultado por los pactos de la Transición. Fue este el punto de conexión entre Zapatero, que acuñó la expresión “nuevo federalismo”, y Pasqual Maragall, el que decantó al PSC a favor de su candidatura para asumir el liderazgo del PSOE frente a la opción de José Bono, cuya idea de España no dista mucho de la que tiene el PP.

En el PSOE coexisten los que mantienen posiciones similares a las de Bono con otros que apuestan abiertamente por el federalismo y los que se sitúan en una posición intermedia. De hecho, aunque el PSC es el que más tirones ha dado, no es el único de la familia socialista que defiende el reconocimiento de su comunidad como nación. Hay tres federaciones del PSOE que defienden la condición de nación de sus regiones e incorporan el término “nacional” a la definición de los órganos de dirección en sus estatutos: Euskadi (PSE), País Valenciano (PSPV) y Partido de los Socialistas de Galicia (PSdeG).

Para algunos, la posición del PSOE ha de ser la de “la tradición republicana” de “Estado, sociedad y ciudadanos”, por lo que debe “desnacionalizarse para socializarse”, huyendo de “la trampa del debate entre nación cultural y nación jurídico-política” porque “el discurso romántico de naciones y patrias no es el nuestro”. Para otros, “no deberíamos rasgarnos las vestiduras por la definición de ‘nación de naciones’,porque donde radica el problema es en la voluntad política de algunos de establecer un Estado propio al amparo de su reconocimiento como nación y eso es lo aterrador”.

Pero, en todo caso, el debate está ahí. En realidad está desde siempre porque el concepto de “federalismo” se convirtió en sí mismo en tabú desde las segregaciones cantonalistas de la I República y los padres de la Constitución de 1978, queriendo evitar la controversia, sembraron su fundamento al establecer una diferencia entre “regiones” y “nacionalidades”, el eufemismo acuñado para evitar hablar de “naciones” llamando a las cosas por su nombre. El tabú pesa más que la realidad porque, en la práctica, España tiene un funcionamiento más federal de lo que se quiere reconocer. De hecho, uno de los grandes logros de la Constitución de 1978 fue que propició una distribución de poder –descentralización la llaman– como nunca había existido en España.

Foto: Javier Fernández y Miquel Iceta, al comienzo de su reunión, este 14 de noviembre en Ferraz. (EFE)

El punto de encuentro entre las diferentes visiones lo encontró el PSOE, durante el mandato de Alfredo Pérez Rubalcaba, con la 'Declaración de Granada' de julio de 2013, aprobada por unanimidad de todos los barones. Fue el pacto para la integración del PSC, pero los socialistas catalanes consideran este documento, en el que no figura el reconocimiento de Cataluña como nación, como un punto de partida, mientras que para la mayoría del PSOE es el punto de llegada.

Y así, arrastrados por el PSC, los socialistas han acabado desorientando a los ciudadanos sobre cuál es su visión de la articulación territorial de España. Las posiciones del PSC obligan al PSOE a clarificar su discurso al respecto en un momento en que la globalización ha dado alas a los neonacionalismos porque en un mundo de cambios desconcertantes el impulso natural es aferrarse a tradiciones enraizadas que proporcionen la seguridad de la comunidad, sean raíces religiosas o identitarias.

La mayoría dirigente advierte de que “el PSOE no va a ceder más para que el PSC se sienta cómodo” porque “ya ha cedido todo lo que podía” y porque, con los números electorales en las manos, en estos momentos “el PSOE puede ayudar al PSC más de lo que el PSC puede apoyar al PSOE”, como ocurría cuando Cataluña era su segundo granero de votos.

¿Qué hay detrás de la quiebra de convivencia entre el PSOE y el PSC? Depende de a quién se pregunte. Unos ponen el acento en lo orgánico, otros en lo electoral, otros en la estrategia política y otros en la ideología. Y algunos lo resumen todo en la funesta herencia dejada por Pedro Sánchez. Vayamos por partes.

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