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Juan Ramón Rallo

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Por qué grita Venezuela

Venezuela es un país en abierta descomposición política, social y también económica. Durante los últimos 18 años, el chavismo ha ido colonizando sus instituciones

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Venezuela es un país en abierta descomposición política, social y también económica. Durante los últimos 18 años, el chavismo ha ido colonizando unas instituciones que ya tenían previamente una naturaleza parasitaria y las ha readaptado, corregidas y aumentadas, a las necesidades de su nuevo régimen extractivo. Las enormes reservas de petróleo del país le permitieron durante años obtener un monto extraordinario de recursos (el 33% de todos los ingresos públicos proceden del petróleo) con el que instituir redes clientelares de afectos y dependientes del régimen: no en vano, el peso del sector público sobre el conjunto de la economía ha aumentado cerca de un 50% desde que Chávez llegara al poder.

Mientras el precio del petróleo se mantuvo por las nubes -desde la victoria de Chávez hasta mediados de 2014, el precio internacional del crudo se multiplicó por 10- este modelo basado en el pelotazo del petrodólar funcionó: exportación de crudo por parte del Estado, obtención y reparto de divisas entre la población (transferencias sociales y contratos públicos) e importación de todos aquellos bienes básicos que no estaban produciéndose en el interior (el país importa la mitad de todos los alimentos que consume). Cual economía rentista de monocultivo, Venezuela se mantenía en pie a merced de la cotización global del barril de petróleo: el chavismo abusó cuanto pudo de esa gallina de los huevos de oro que eran las regalías petroleras, hasta el punto de que, a día de hoy, el país sólo exporta petróleo al resto del mundo (más del 90% de todas las exportaciones son petróleo o derivados del mismo). Durante los últimos 20 años, el escaso aparato productivo interno ha sido totalmente devastado por las políticas bolivarianas, de modo que Venezuela sólo es capaz de vender hoy al exterior aquello que apenas necesita la incorporación de ningún valor añadido interno.

Es verdad que los enormes ingresos petroleros permitieron, cual burbuja económica, un rápido incremento del nivel de vida de muchos venezolanos -de ahí el muy amplio apoyo al chavismo durante tanto tiempo-, pero terminaron colapsando toda vez que el precio del barril se vino abajo. Desde comienzos de 2014, Venezuela va cuesta abajo y sin rumbo a través de una de las peores crisis económicas de su historia.

Basta con observar la evolución de su PIB per cápita: a finales de este año, éste se habrá hundido un 18% con respecto al nivel alcanzado en 2013 (y la previsión es que siga cayendo hasta 2018 o 2019). En España, muchos dentro de la izquierda han puesto el grito en el cielo por la “crisis humanitaria” que está sufriendo Grecia a raíz del brutal empobrecimiento que ha experimentado tras la imposición de políticas “austericidas”. Y es verdad que la sociedad helena ha sufrido uno de los mayores desplomes de la renta per cápita en todo Occidente, pero el colapso venezolano desde 2013 ha sido mayor que el que sufrió Grecia a partir de 2008: cuatro años después de arrancada la crisis griega, su renta per cápita había caído un 15%; en Venezuela, como decíamos, ya lo ha hecho un 18%. La diferencia, en absoluto baladí, es que la renta per cápita de Grecia es un 50% superior a la de Venezuela: es decir, que Venezuela cae más y desde más abajo. Si Grecia vivía una crisis humanitaria inenarrable bajo la cruel dirección de la Troika, ¿por qué situación está pasando Venezuela bajo la benevolente dirección del chavismo? ¿Qué sentido tiene rasgarse las vestiduras con Grecia y sacar pecho por Venezuela?

Pero el pinchazo del petróleo no sólo ha desmoronado la economía venezolana, sino que también ha sumido a su gobierno en una profunda crisis fiscal. Se estima que los ingresos del Estado serán en 2016 un 50% inferiores a los de 2011 (el propio Maduro se lamenta de que los ingresos petroleros han descendido un 97% desde entonces) y que, en consecuencia, el déficit público rozará el 25% del PIB.

Eso sí, como si hubiera hecho caso a los consejos de Podemos en España, el régimen venezolano se ha negado a corregir su insostenible déficit recortando los gastos: en su lugar, ha preferido imprimir moneda para hacer frente a todos los pagos del Estado. ¿Qué puede salir mal?

Pues, imagino que para sorpresa de quienes recomendaban esta misma política para España como alternativa a los recortes, puede salir mal todo: en apenas unos años, los pasivos del Banco Central de Venezuela (compuestos esencialmente por moneda de curso legal) se han multiplicado por 20.

Tal trampa de imprimir billetes para pagar a los proveedores del gobierno acaso valga para dentro de las fronteras de Venezuela, pero desde luego no sirve para comprar bienes y servicios en el extranjero (pues los vendedores foráneos se niegan a aceptar semejante moneda devaluada). Así, una vez congelada la entrada de nuevos dólares por el abaratamiento del crudo, al Estado venezolano no le queda otro remedio que fundirse sus reservas de dólares o de oro para importar (o para permitir que sus ciudadanos importen) desde el extranjero. Justamente por eso, las reservas exteriores del país han caído a un tercio en apenas unas años: cuando se agoten -y al ritmo que van no durarán más de año y medio-, Venezuela sólo podrá importar por un valor equivalente a lo que exporte. La crisis humanitaria actual puede quedar en una anécdota dentro de unos semestres si el precio del petróleo no reflota.

Y, evidentemente, esta brutal crisis fiscal del Estado -atajada mediante impresión de moneda y liquidación de reservas en lugar de mediante “recortes”- ha dejado su huella en forma de una brutal inflación. A la postre, el bolívar no es más que un pasivo del Estado venezolano cuyo valor sólo puede estabilizarse mediante los activos en manos del Estado venezolano (el valor presente de los ingresos tributarios futuros, las reservas exteriores u otras propiedades): si, como hemos visto, el número de pasivos del banco central se ha disparado y, a su vez, los activos de reserva para defender la moneda se han hundido (caída de ingresos tributarios y de reservas), el resultado sólo puede ser una descomunal inflación. Y, efectivamente, así ha sido: la mayor inflación de los últimos 40 años.

Hemos representado el gráfico del IPC venezolano en escala logarítmica para comparar con mayor facilidad las distintas etapas inflacionistas: entre 1980 y 1991, los precios se multiplicaron por diez (tasa de inflación anual media del 24,5%); entre el 92 y el 97, los precios volvieron a multiplicarse por diez (tasa de inflación anual media del 60%: el contexto en el que llegó Chávez al poder); entre 1997 y 2009, los precios se multiplicaron nuevamente por 10 (tasa de inflación anual media del 22%). A finales de 2016, se estima que los precios se habrán multiplicado por 57 con respecto a 2009: una tasa de inflación anual media del 78%.

Evidentemente, la “política social” bolivariana ha llevado a implantar controles de precios a numerosos bienes y servicios, lo cual sólo ha acelerado el desabastecimiento interno: si las reservas de dólares para comprarlos en el exterior son estrictamente racionadas por el gobierno y si, a su vez, se imponen precios máximos que vuelven no rentable su producción interna, entonces las fábricas se paralizan y las tiendas quedan vacías. En este sentido, el Banco Central de Venezuela dejó de publicar a comienzos de 2014 el denominado “índice de escasez”, que representaba el porcentaje de veces en que los consumidores no encontraban en las tiendas determinados productos (en particular, de bienes como alimentos, automóviles o electrodomésticos) ni tampoco sustitutivos cercanos. En aquel momento, que apenas representaba el comienzo de la dura crisis actual, este índice de escasez se ubicaba en el 28% y se trataba del dato más alto de la última década. A día de hoy, y a pesar del apagón estadístico, es evidente que se encuentra en niveles mucho más elevados: de hecho, en 2016 las protestas por el desabastecimiento de alimentos se han más que duplicado con respecto a 2014.

En definitiva, los venezolanos gritan contra el chavismo porque el chavismo los ha pauperizado. Es verdad que no sólo gritan por ese motivo, sino también por el cada vez más indisimulado recorte de las libertades civiles y políticas que padecen. Pero es difícil imaginar un nivel tal de oposición al régimen como el que presenciamos este jueves en la manifestación de ‘Toma Caracas’ si la penuria no acompañara. Venezuela grita contra Chávez, contra Maduro y contra los oligarcas boliburgueses: un grito desesperado y casi agónico en medio de la indiferencia e incomprensión de una parte importante de Occidente, más preocupada por afianzar sus buenas relaciones con la plutocracia bolivariana que por denunciar las míseras condiciones de vida de aquellos que la padecen. Es hora de que el resto también gritemos con firmeza: el chavismo es pobreza. El socialismo es pobreza.

Venezuela es un país en abierta descomposición política, social y también económica. Durante los últimos 18 años, el chavismo ha ido colonizando unas instituciones que ya tenían previamente una naturaleza parasitaria y las ha readaptado, corregidas y aumentadas, a las necesidades de su nuevo régimen extractivo. Las enormes reservas de petróleo del país le permitieron durante años obtener un monto extraordinario de recursos (el 33% de todos los ingresos públicos proceden del petróleo) con el que instituir redes clientelares de afectos y dependientes del régimen: no en vano, el peso del sector público sobre el conjunto de la economía ha aumentado cerca de un 50% desde que Chávez llegara al poder.

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