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Antoni Fernàndez Teixidó

Libertad de elegir

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'E pur si muove'

Parecería que las cosas se mueven. Recientes movimientos en el ámbito del asociacionismo catalán y el nacimiento de instrumentos al servicio de estas ideas abren una puerta a la esperanza

Foto: El movimiento liberal no independentista Lliures celebra su congreso fundacional en Barcelona. (EFE)
El movimiento liberal no independentista Lliures celebra su congreso fundacional en Barcelona. (EFE)

A menudo me comentan cuán sorprendente es la aparente uniformidad del pensamiento y la acción política de los catalanes. Se diría que el grueso de la ciudadanía se manifiesta receptiva a las tesis separatistas y a la celebración de un referéndum de autodeterminación en cualquier circunstancia. En efecto, esta es una imagen trasladada con éxito a la opinión pública española en su conjunto. La batalla por el imaginario colectivo y la proyección del mismo ha sido ganada claramente por las formaciones independentistas. Parecería que un discurso lineal con escasos matices se impone en Cataluña y evidencia la lógica de un amplio deseo de ruptura. No es cierto.

Cataluña es un país plural. Todas las contiendas electorales, y en particular la última, lo demuestran. No obstante, la hegemonía política y la dinámica de movilización corresponden, indiscutiblemente, a los secesionistas. Todo esto se explica porque una parte influyente de la sociedad civil organizada ha jugado un papel decisivo en este menester. ANC, Ómnium y centenares de cargos públicos han apostado y apuestan por la independencia sin reparo alguno. El clima político dominante refuerza la idea de que los ayuntamientos catalanes están en manos de los que preconizan el referéndum y, en buena medida, de aquellos que quieren romper con España.

Es una lectura correcta. Preocupante, pero cierta. Diputados, alcaldes, concejales y responsables públicos de toda índole apoyan una dinámica de oposición al Estado español que se ha convertido en mayoritaria en las instituciones catalanas. Revertir este proceso es una tarea extraordinariamente compleja. Y si se consigue, llevará mucho tiempo.

Cataluña es un país plural. Todas las contiendas electorales, y en particular la última, lo demuestran

¿Qué sucede entonces con aquellos catalanes que no se manifiestan favorables o, incondicionalmente, afectos al 'procés'? La aceptación resignada de la extrema dificultad de nadar a contracorriente ha hecho hueco en la sociedad catalana. Alzar la voz en el actual estado de cosas no es fácil y, a menudo, poco recomendable. Todo ello no solo tiene que ver con el debate nacional, guarda también relación con el progresivo desplazamiento de las políticas gubernamentales hacia la izquierda. El 'procés' ha comportado una radicalización de los presupuestos ideológicos izquierdistas de la mayoría de los partidos y, para sorpresa de muchos, de algún partido tradicionalmente situado en el centro. Es el caso del PDeCAT. Heredero de la vieja tradición catalanista de CDC y de su aliado, UDC, la nueva formación ha devenido un instrumento al servicio de la independencia, la república y las políticas asociadas, normalmente, a la izquierda. El rol político de ERC ha tenido mucho que ver en esta vertiginosa transformación, y la CUP, con sus políticas extremistas en el Parlament, ha condicionado, finalmente, esta mutación de manera irreversible.

Cabe preguntarse si la partida del referéndum y sus consecuencias está irremisiblemente perdida. Creo, sinceramente, que no. Aunque resulta estratégicamente decisiva la capacidad para ocupar primero y transformar después, el tradicional centro político catalán. Hoy este potencial electorado se siente, claramente, huérfano y mediatizado por la disyuntiva entre independencia sí-independencia no. En la resolución de esta dicotomía se juega la gran partida de ajedrez en el tablero catalán en los próximos meses. A mi juicio, se ganará o se perderá si se es capaz de dar confianza y voz a un electorado que asiste desconcertado y desmoralizado debido a la singular evolución del 'procés' en estos últimos años.

El espacio político de centro ha sido abandonado por el PDeCAT. Unió ha desaparecido de la escena política. Sospecho que es en el amplísimo colectivo de las clases medias catalanas donde la rectificación del rumbo político no solo es necesaria, sino posible. Dicho de otra manera, decenas y decenas de miles de catalanes, que aceptaron la premisa de que la ruptura con España era imprescindible para Cataluña, pueden y deben entender ahora, que esta es una pésima solución para sus intereses. Separados de España, fuera de la Unión Europea y con una dinámica de marcado tono revolucionario, estos catalanes intuyen que su futuro puede ser peor que su presente. Tal certeza va abriéndose camino en determinados sectores de votantes, que aún hoy, siguen siendo favorables a la celebración de una consulta.

Separados de España, fuera de la UE y con una dinámica de marcado tono revolucionario, estos catalanes intuyen que su futuro puede ser peor

Debe explicarse que ningún referéndum es posible si no es producto de la legalidad y de un acuerdo explícito con el gobierno español. Solo así puede tener efectos vinculantes y gozar del estatuto de legalidad política que, en ningún caso, se puede relegar. Gustaran más o menos, pero las leyes han de cumplirse.

Conocemos ya la fecha y la pregunta del referéndum. Algunos creemos que su celebración es imposible y que nadie está interesado en la reedición de un nuevo 9N pues evidenciaría un significativo retroceso de las fuerzas independentistas difícil de enmascarar. Ganar la batalla de las ideas resulta fundamental. Esta contienda se libra, en buena medida, en el espacio de centro de la política catalana. Y de su incierto resultado depende el desenlace que nos aguarda. Recientes movimientos en el ámbito del asociacionismo catalán y el nacimiento de instrumentos al servicio de estas ideas abren una puerta a la esperanza. Parecería que las cosas se mueven.

Foto: Iñigo Urkullu; la ministra de Sanidad, Dolors Montserrat; el ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido; y Carles Puigdemont, el acto en memoria de la víctimas del atentado de Hipercor. (Efe)

En mi opinión, el Congreso de Lliures celebrado con éxito este pasado viernes y el anuncio de nuevas iniciativas para fortalecer el centro catalanista deberían inaugurar una nueva etapa. En ella, puede crecer la confianza en las posibilidades de todos aquellos que apostamos por el autogobierno en Cataluña y que creemos que resulta compatible con una leal convivencia con el resto de los pueblos de España. No va a ser fácil. Lo sabemos. Es impostergable defender los principios, poner el catalanismo al día, luchar por las ideas liberales y humanistas y esperar, con un punto de optimismo, que los catalanes entiendan que otros caminos pueden ser transitados, pero que nos llevan a una clara derrota y a un volver a empezar. Esta es una penosa circunstancia que no queremos para Cataluña.

Hablo de deseos, de esperanzas, de proyectos y de realidades, pero en cualquier caso, solo la convocatoria, tarde o temprano, de unas elecciones anticipadas en Cataluña despejaran la incógnita. Nos acecha un riesgo letal: no tener el valor y el coraje suficientes para nadar resueltos a contracorriente. Sostengo que, en el fondo de esta corriente, anidan anhelos de convivencia, tolerancia, respeto y progreso. La tarea fundamental de la hora presente consiste en hacerlos aflorar.

A menudo me comentan cuán sorprendente es la aparente uniformidad del pensamiento y la acción política de los catalanes. Se diría que el grueso de la ciudadanía se manifiesta receptiva a las tesis separatistas y a la celebración de un referéndum de autodeterminación en cualquier circunstancia. En efecto, esta es una imagen trasladada con éxito a la opinión pública española en su conjunto. La batalla por el imaginario colectivo y la proyección del mismo ha sido ganada claramente por las formaciones independentistas. Parecería que un discurso lineal con escasos matices se impone en Cataluña y evidencia la lógica de un amplio deseo de ruptura. No es cierto.

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