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¡Muera la inteligencia!
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Alberto Pérez Giménez

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¡Muera la inteligencia!

En 1814, José María Blanco White, uno de esos españoles ilustres que merecen la pena, se preguntaba: “¿Cómo crecen las

En 1814,José María Blanco White, uno de esos españoles ilustres que merecen la pena, se preguntaba: “¿Cómo crecen las artes y la civilización en los pueblos?" Y la respuesta que daba el pensador sevillano era sugerente: "El reino de lasleyesy delorden civildebe prevalecer. De las leyes nace laseguridad;de la seguridad, lacuriosidad, y de la curiosidad, elsaber".

Sólo un país ignorante no se daría cuenta de la importancia del conocimiento, que no es únicamente un factor esencial para que avance laproductividad, sino que cumple un papel determinante en lalegitimación socialde las decisiones políticas. Las leyes que no están avaladas por el conocimiento profundo de las materias que tratan son, en realidad, leyes huecas condenadas a morir de forma temprana.

Como sostiene el profesorDaniel Innerarity, la vieja cuestión acerca de las relaciones entre el saber y el poder se remonta a la teoría platónica del filósofo-rey, pero en la edad contemporánea esa dicotomía se ha traducido en dos figuras que representarían el tipo de saber que debe guiar a la política. En su versión de derechas estaría la figura delexpertoy en la de izquierdas, la delintelectual. El experto encarna a la superioridad de la ciencia y sería el abogado de la objetividad. El intelectual, por el contrario,pretendería hacer valer una superioridad moral y, en vez de objetividad, lo que ofrece es un sabercrítico y comprometido.

En 1814,José María Blanco White, uno de esos españoles ilustres que merecen la pena, se preguntaba: “¿Cómo crecen las artes y la civilización en los pueblos?" Y la respuesta que daba el pensador sevillano era sugerente: "El reino de lasleyesy delorden civildebe prevalecer. De las leyes nace laseguridad;de la seguridad, lacuriosidad, y de la curiosidad, elsaber".