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Los Pujol, los Chaves. La saga autonómica
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Javier Caraballo

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Los Pujol, los Chaves. La saga autonómica

El poder también se expresa en la degeneración. Cada período de corrupción en España ha tenido un epílogo triste y sórdido de corrupción; un marasmo de

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El poder también se expresa en la degeneración. Cada período de corrupción en España ha tenido un epílogo triste y sórdido de corrupción; un marasmo de intereses, sobornos y cohechos que se destapa en el ocaso de todo gobernante, de todo gobierno. Es entonces cuando aquellos que, hasta hace pocos días, se pavoneaban por las alfombras del poder luciendo prepotencia aparecen desnudos, sucios, en un relato de llamadas teléfono grabado por la policía. Es el instante final, el poder se desmorona y a medida que pasa el tiempo todo el mundo acaba comprendiendo que, en realidad, aquellos episodios de corrupción no eran sino el anuncio abrupto de un poder moribundo. Pero es sólo la exhalación, el descubrimiento de un mal generado durante años y que irrumpe en el ocaso para certificar algo que ya estaba podrido desde mucho tiempo atrás.

Las primeras ramificaciones de la corrupción del poder alcanzan siempre a los círculos de cercanía que intermedian con los gobiernos. Empresas amigas o asesores amigos que entablan una relación privilegiada con los boletines oficiales; mediadores de favores que muy pronto son conocidos y aceptados, tácita y cínicamente, como únicos interlocutores válidos. Cualquiera podría señalar en su entorno a alguno de esos mediadores ocasionales del poder, ya sea local, autonómico o nacional, que se han beneficiado de la relación con el gobernante.

Pero es la corrupción familiar la que, en muchos casos, determina el final de una etapa, la evidencia más palpable de la podredumbre de un sistema político devenido en régimen clientelar. Ocurrió, por ejemplo, con el felipismo, cuando el caso Juan Guerra acabó destapando el entramado de comisiones ilegales que se organizó en torno a Filesa. El hermano del vicepresidente era la constatación última de una práctica institucional que estaba viciada.

Ahora, con este escándalo incipiente que ha comenzado a levantar la Hacienda pública con el hijo de Jordi Pujol, Oriol Pujol, lo que se pone de relieve es, quizá, esa etapa terminal de un sistema, las miserias del poder autonómico. El mismo sistema caciquil, las mismas prácticas de nepotismo que en su día se descubrieron en la Junta de Andalucía con los hijos del que fuera presidente, Manuel Chaves, se reproducen ahora, como una simetría de vicios paralelos, en la Generalitat de Cataluña.

Los escándalos en los que se han visto envueltos los hijos de dos presidentes tan longevos en sus mandatos como Jordi Pujol y Manuel Chaves viene a certificarnos la degeneración sufrida por muchas comunidades autónomas. Y no es casual, no puede ser casual, que justo en este momento en el que muchas autonomías están al borde del abismo de la quiebra, echemos la vista atrás y podamos unir la coincidencia de esos dos apellidos manchados por una cadena de favores.

“No es lo mismo que te llame el hermano del vicepresidente del Gobierno que cualquier otra persona”, llegó a confesar entonces el alcalde de Barbate, Serafín Núñez, cuando comenzó el ‘caso Guerra’. No hay forma más nítida de expresar la esencia de un tráfico de influencias. Es así, no hay más, y lo más frustrante para el ciudadano es la dificultad de demostrar luego ese tráfico de influencias en un juzgado y otorgarle alguna relevancia penal. Lo que a todos nos parece evidente, tiene luego, porque así se ha demostrado en multitud de casos, una compleja resolución judicial.

El caso de Oriol Pujol es probable que acabe en nada en los tribunales de Justicia, como ocurrió con los hijos de Manuel Chaves. Ya se verá si la figura de “colaborador necesario” que el informe de la Agencia Tributaria detecta en Oriol Pujol tiene relevancia penal, porque también existían evidencias del papel de “comisionista” de Iván Chaves y nada sucedió después. Ocurrirá lo que tenga que ocurrir en los tribunales, pero de momento lo que nos queda es la certeza de que esos dos casos nos están señalando una malformación. El poder también se expresa en la degeneración. Ésta es la degeneración de la saga autonómica. 

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El poder también se expresa en la degeneración. Cada período de corrupción en España ha tenido un epílogo triste y sórdido de corrupción; un marasmo de intereses, sobornos y cohechos que se destapa en el ocaso de todo gobernante, de todo gobierno. Es entonces cuando aquellos que, hasta hace pocos días, se pavoneaban por las alfombras del poder luciendo prepotencia aparecen desnudos, sucios, en un relato de llamadas teléfono grabado por la policía. Es el instante final, el poder se desmorona y a medida que pasa el tiempo todo el mundo acaba comprendiendo que, en realidad, aquellos episodios de corrupción no eran sino el anuncio abrupto de un poder moribundo. Pero es sólo la exhalación, el descubrimiento de un mal generado durante años y que irrumpe en el ocaso para certificar algo que ya estaba podrido desde mucho tiempo atrás.