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La imposibilidad de ser parado en España
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Javier Caraballo

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La imposibilidad de ser parado en España

¿Mi historia? ¿Que quiere usted que le cuente mi historia?, me pregunta extrañado, y hasta gira la cabeza a los lados, pensando que podría tratarse de

¿Mi historia? ¿Que quiere usted que le cuente mi historia?, me pregunta extrañado, y hasta gira la cabeza a los lados, pensando que podría tratarse de una confusión, que es a otra persona a la que me estoy dirigiendo. Sí, sí, le digo, porque mire, usted perdone, es que no he podido evitar oírle, y, en fin, créame, me ha extrañado mucho lo que dice. ¿De verdad que usted quiere ser parado y no puede? 

Han pasado ya las doce del mediodía y en el bar de la esquina, donde estamos, la gente se agarra a un vaso de agua fría, a una cerveza, con el ímpetu de un atleta de maratón en el avituallamiento después de haber atravesado un desierto de asfalto derretido desde las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo, aquello que antes se llamaba Inem en toda España. Todos vienen de allí, del túnel del paro. Como este señor, que ahora me mira extrañado. Pues sí, mire usted, lo que acabo de vivir es insólito, único en el mundo, porque verá, si en España, si en Andalucía, es imposible hasta apuntarse al paro, qué diablos podemos esperar que funcione aquí. Si no sabemos hacer ni eso, oiga, nosotros que somos líderes en desempleo… 

Y explíqueme usted, entonces, si en este país, si en esta Andalucía, no puede uno ni apuntarse al paro, ¿cómo podemos aspirar algún día a encontrar empleo? 

Verá, yo me quedé parado hace ya más de un mes y, desde entonces, intento de forma infructuosa apuntarme al paro. No puedo, no. El primer día llegué a las oficinas, estas oficinas nuevas que ha abierto la Junta de Andalucía, y la empleada de información me indicó unas mesas con unos ordenadores: ‘Ahí puede usted tramitar su solicitud de inscripción en el desempleo y la solicitud de la correspondiente prestación’. Caramba, me dije, qué bien funciona esto, ni colas, ni esperas ni nada, perfecto… Perfecto, sí, mi ingenuidad sí que es perfecta. Después de intentarlo todo con aquel ordenador, y con el siguiente, y con el siguiente, la misma empleada me indica que tiene problemas de conexión, que es mejor que lo intente por teléfono. Quince minutos después de comunicar, la misma escena: ya, verá, es que hay mucha demanda, me dice. Y me aconseja: lo mejor es que se vaya usted a su casa y llame a esas horas que nadie llama, a las tres o a las cuatro de la tarde. Una teleoperadora le atenderá. ¿Y no es posible, ya que estoy aquí, que usted misma o algún compañero suyo me tome los datos para inscribirme en el paro? No, no, señor, eso es imposible, no es nuestro cometido. Tiene usted que coger cita telefónica

La primera vez que, al fin, una teleoperadora pudo coger el teléfono fue para comunicarme que no había hueco posible en las dos próximas semanas. “Llame usted mañana”. Y cuando llegó mañana: “Lo siento señor, llame usted mañana” Y así un día y otro. Y el siguiente, y el siguiente, y el siguiente: jamás había cita disponible. “Llame usted mañana”. La misma frase, siempre repetida. Y así, una semana y otra. Oiga, le digo, ya malhumorado, que llevo más de un mes intentando apuntarme al puto paro y no puedo. Y existen unos plazos, que ya he superado por culpa de la administración que ni siquiera puede atenderme. ¿Esto es una broma, verdad? De esas de la radio, sí… 

Otros en el bar, que asentían en cada capítulo, completaron luego el relato con vivencias similares porque todos ellos habían sucumbido a un infierno parecido. Y explíqueme usted, entonces, si en este país, si en esta Andalucía, no puede uno ni apuntarse al paro, ¿cómo podemos aspirar algún día a encontrar empleo? ¿Cómo vamos a aspirar a empresas mayores como el inversor que quiere abrir un negocio y lo sepultan entre trámites e impuestos? ¿O el joven universitario que quiere experimentar con un proyecto nuevo? ¿Qué puede funcionar aquí si no funciona ni el paro? Lanzaba preguntas al aire de aquel bar y era inevitable ver a Larra sentado en una de las mesas, descojonado por esta inercia nuestra. Y como en aquel ‘Vuelva usted mañana’, otra vez nos diría: “Me marcho, señor Fígaro, porque en este país no hay tiempo para hacer nada. No se puede hacer otra cosa que volver siempre mañana, eternamente futuro”.

¿Mi historia? ¿Que quiere usted que le cuente mi historia?, me pregunta extrañado, y hasta gira la cabeza a los lados, pensando que podría tratarse de una confusión, que es a otra persona a la que me estoy dirigiendo. Sí, sí, le digo, porque mire, usted perdone, es que no he podido evitar oírle, y, en fin, créame, me ha extrañado mucho lo que dice. ¿De verdad que usted quiere ser parado y no puede?