Es noticia
Abuelo emigrante, nieto independentista
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Abuelo emigrante, nieto independentista

Llegó en un camión con remolque de madera hace cincuenta años. Un hatillo con algo de comida y una maleta anudada con un trozo de cuerda.

Llegó en un camión con remolque de madera hace cincuenta años. Un hatillo con algo de comida y una maleta anudada con un trozo de cuerda. Llegó a Lérida como tantos otros de su provincia de Jaén, porque un primo, el más avezado de la familia, se marchó hace años y ya tenía casa y un jornal digno. “¿Por qué no probar suerte? Que aquí acogen a todo el mundo; aquí hacen falta manos, que sí, que te vengas.” Llegó a Lérida con las manos encalladas y dejó atrás la hambruna que siempre había conocido en Andalucía, la hambruna a la que parecía condenado y, allí, en la recogida de la fruta, comenzó una vida nueva. Luego, más tarde, vinieron los hijos y floreció el ‘boom’ de la construcción. Llegó de emigrante a Cataluña y cincuenta años después se le revuelve el estómago cuando ve llegar a su nieto de una manifestación independentista, con la senyera al hombro y los ojos inyectados de odio a España, a Andalucía. “Nos roban”. Se le revuelve el estómago porque ni él ni sus hijos, ni sus amigos ni sus vecinos; nadie es capaz de explicar qué ha ocurrido para que en tres generaciones se haya producido esta transformación brutal.

Los censos de la época señalan que en 1970 la emigración andaluza en Cataluña, el exilio interior al que los forzó la necesidad, alcanzaba las 840.206 personas. La novena provincia andaluza. Era la colonia de inmigrantes más numerosa, pero junto a los andaluces estaban los extremeños, los aragoneses y los castellanos. Todos aquellos que habían dejado atrás un pueblo blanco como aquél al que le cantaba Serrat. “Escapad gente tierna,/ que esta tierra está enferma,/ y no esperes mañana/ lo que no te dio ayer,/ que no hay nada que hacer”. Y Cataluña, donde la planificación económica del último siglo había concentrado tanta industria, ofrecía todas las posibilidades que le negaba la tierra que los vio nacer. De aquellos catalanes que venían de la emigración, a estos catalanes que se suman decididos a la ofensiva por la independencia. Como vivimos el conflicto soberanista planteado por Convergencia i Unio en la espuma intensa de estos días, apenas hemos podido detenernos a pensar en el fenómeno sociológico más interesante que ha experimentado Cataluña en los últimos treinta años, y, que se ha desbocado ahora, con esta marea independentista.

Llegó de emigrante a Cataluña y cincuenta años después se le revuelve el estómago cuando ve llegar a su nieto de una manifestación independentista, con la senyera al hombro y los ojos inyectados de odio a España, a Andalucía. 

Algunos analistas catalanes sostienen que si los dirigentes de CiU se han decidido, al cabo de tanto tiempo de tira y afloja, a romper hostilidades y embarcarse plenamente en el independentismo es porque en este momento, a diferencia de lo que ha ocurrido hasta ahora, el electorado ha evolucionado hacia esas posiciones radicales. Dicho de otra forma, hasta ahora Convergencia i Unio lideraba los procesos electorales autonómicos por el apoyo incondicional que le ha prestado la burguesía catalana, las clases medias y altas de origen catalán. Lo que nunca había conseguido es que hubiera un trasvase de votos de la clase trabajadora hacia sus candidaturas. Esa limitación es la que ha desaparecido ahora y se plasma, por un lado, en el sesenta o setenta por ciento de fuerzas independentistas que se sentarán en el nuevo Parlament que salga de las elecciones y, en el envés, en el desplome del Partido Socialista de Cataluña. Quiere decirse que es muy probable que ese trasvase de votos, ese movimiento sustancial del electorado, no se hubiera producido si el PSOE no se desnaturaliza en Cataluña. El día que la izquierda, internacionalista se convierte en nacionalista, comienzan a sentarse las bases de la situación actual. De ese engrudo ideológico no podía surgir otra cosa que la confusión general del mensaje socialista, la orfandad de una parte del electorado, y el declive que ahora vemos.

Pero, ¿sólo eso? ¿Es ésa toda la explicación del viraje del electorado catalán? No, claro, nada de lo que ocurre ahora se explica sin varias generaciones de catalanes educados en el discurso del agravio nacionalista, en el ideario del odio a España, en la realidad virtual del reino que nunca existió, de la nación que nunca existió. En la radio catalana, en RAC1, un locutor comenzaba todas las mañanas saludando a sus oyentes con adrenalina explosiva. “Hola catalans, bon dia. Comença un dia mes treballant per els andaluços” (“Hola catalanes, buenos días. Empieza un día más trabajando para los andaluces”). Ese goteo diario tenía que acabar en tormenta, sí. Y nadie habrá más desconcertado que aquel emigrante que llegó a Cataluña hace cuarenta o cincuenta años. El contraste del abuelo emigrante y el nieto independentista.

Llegó en un camión con remolque de madera hace cincuenta años. Un hatillo con algo de comida y una maleta anudada con un trozo de cuerda. Llegó a Lérida como tantos otros de su provincia de Jaén, porque un primo, el más avezado de la familia, se marchó hace años y ya tenía casa y un jornal digno. “¿Por qué no probar suerte? Que aquí acogen a todo el mundo; aquí hacen falta manos, que sí, que te vengas.” Llegó a Lérida con las manos encalladas y dejó atrás la hambruna que siempre había conocido en Andalucía, la hambruna a la que parecía condenado y, allí, en la recogida de la fruta, comenzó una vida nueva. Luego, más tarde, vinieron los hijos y floreció el ‘boom’ de la construcción. Llegó de emigrante a Cataluña y cincuenta años después se le revuelve el estómago cuando ve llegar a su nieto de una manifestación independentista, con la senyera al hombro y los ojos inyectados de odio a España, a Andalucía. “Nos roban”. Se le revuelve el estómago porque ni él ni sus hijos, ni sus amigos ni sus vecinos; nadie es capaz de explicar qué ha ocurrido para que en tres generaciones se haya producido esta transformación brutal.