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Orto y ocaso del cambio andaluz
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Javier Caraballo

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Orto y ocaso del cambio andaluz

Un tipo tan peculiar en la historia de España como el conde de Romanones sentenció que “en política no hay absurdo imposible; la realidad política lo

Un tipo tan peculiar en la historia de España como el conde de Romanones sentenció que “en política no hay absurdo imposible; la realidad política lo admite todo”. Cualquier análisis de la realidad política de Andalucía se instala plenamente en esa sentencia porque todo parece absurdo aquí, desproporcionado, irreal. Desnortado. Se mire por donde se mire, no hay consuelo posible ni esperanza. Una sensación extraña y peligrosa de abatimiento y hastío social como la que se podía desprender de la última encuesta oficial que se ha conocido en esta región. No llegaba ni al 50% el número de encuestados que era capaz de adivinar qué partidos están gobernando en Andalucía, y eso que las elecciones han sido este mismo año, y, por encima de esa cifra, casi el 60% expresaba abiertamente su insatisfacción con el funcionamiento de la democracia en España. Luego le preguntaban al personal por la gestión del Gobierno andaluz y la mayoría lo suspendía, pero si le trasladaban la pregunta acerca del Gobierno de la nación, el suspenso era todavía más contundente.

Después de treinta años de autonomía andaluza, quizá sea éste el peor momento, el de mayor mediocridad. En tres décadas, los despropósitos históricos de la oposición de centro derecha se han combinado a la perfección con la bien trabada hegemonía del socialismo andaluz para anular aquello que está en la esencia de una democracia, la alternancia de gobiernoDesconocimiento, desconfianza y malestar generalizado. En un año, la sociedad andaluza ha pasado de expresar, por primera vez en tres décadas, una clara ambición de cambio político en la región a este estado de ánimo de ahora, que se parece más al abatimiento que a cualquier otra sensación. Cuando el declive es tan vertiginoso como este, en tan poco tiempo, lo razonable es pensar que las razones que se esconden no se corresponden sólo con uno o dos parámetros de la realidad, sino que probablemente confluyan varias explicaciones. Quizá todo arranca de una primera decepción, que afecta al Gobierno de Mariano Rajoy, y, a partir de ahí, como si fueran fichas de dominó, van desmoronándose todas las expectativas posteriores. Pero vayamos por partes.

En noviembre del año pasado, en las elecciones generales, el Partido Popular cosechó en Andalucía un resultado espectacular y, por primera vez en la historia, se impuso al PSOE por diez puntos (lo normal había sido hasta entonces que los socialistas ganasen en esas elecciones hasta con veinte puntos de ventaja). Eso fue en noviembre. En marzo siguiente, el deterioro del Gobierno de Rajoy fue tan acelerado que hasta 400.000 votantes del PP decidieron no acudir a votar al mismo partido en las elecciones andaluzas. La consecuencia es de sobras conocida: Javier Arenas no logró la mayoría absoluta que le vaticinaban todas las encuestas y acabó abandonando la política andaluza y hundiendo al Partido Popular andaluz en el deterioro político actual, desfondado otra vez en las encuestas y descabezado.

Cuando en un estado democrático la oposición no funciona cabe esperar que, al menos, el Gobierno esté en manos de una fuerza política vigorosa, pero tampoco este es el caso de Andalucía. La coalición que gobierna la región es tan endeble que el discurso gubernamental oscila entre la nada y la grosería, entre la demagogia y la ruina. Un solo ejemplo: hace una semana, un portavoz de la coalición del Gobierno andaluz amenazó con no cumplir el objetivo de déficit con el argumento grotesco de que “Montoro se meta el déficit por donde estime conveniente” y, ayer mismo, otro portavoz de ese mismo Gobierno adelantó que el año próximo volverán a pedir al fondo de rescate autonómico cinco mil millones de euros. Entre la nada y la grosería, entre la demagogia y la ruina. El absurdo del que hablaba el conde de Romanones.

Un tipo tan peculiar en la historia de España como el conde de Romanones sentenció que “en política no hay absurdo imposible; la realidad política lo admite todo”. Cualquier análisis de la realidad política de Andalucía se instala plenamente en esa sentencia porque todo parece absurdo aquí, desproporcionado, irreal. Desnortado. Se mire por donde se mire, no hay consuelo posible ni esperanza. Una sensación extraña y peligrosa de abatimiento y hastío social como la que se podía desprender de la última encuesta oficial que se ha conocido en esta región. No llegaba ni al 50% el número de encuestados que era capaz de adivinar qué partidos están gobernando en Andalucía, y eso que las elecciones han sido este mismo año, y, por encima de esa cifra, casi el 60% expresaba abiertamente su insatisfacción con el funcionamiento de la democracia en España. Luego le preguntaban al personal por la gestión del Gobierno andaluz y la mayoría lo suspendía, pero si le trasladaban la pregunta acerca del Gobierno de la nación, el suspenso era todavía más contundente.