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Memoria sentimental de ETA
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Javier Caraballo

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Memoria sentimental de ETA

Ni el frío gélido de aquella madrugada evitó que, al abandonar el coche, la escueta camiseta de manga corta que llevaba puesta estuviera empapada de sudor.

Ni el frío gélido de aquella madrugada evitó que, al abandonar el coche, la escueta camiseta de manga corta que llevaba puesta estuviera empapada de sudor. Era la víspera de la Nochevieja y en Sevilla sólo un grupo de turistas, que fueron desalojados de un hotel cercano, se había percatado del enorme cordón de seguridad que había establecido la Policía en torno al edificio de la Seguridad Social, frente a la estación del AVE de la capital andaluza. A las tres de la madrugada llegaron con un estruendo azul de sirenas una decena de coches patrulla, y sólo cuando ya había amanecido, pasadas las ocho y media de la mañana, se deshizo aquel cordón policial.

También la radio informaba ya a aquella temprana hora del resultado de la operación: “La Policía acaba de desactivar en Sevilla un coche bomba con 160 kilos de explosivo, la mayor carga que se recuerda en un atentado de ETA, ya que la cantidad utilizada habitualmente ronda los cuarenta o cincuenta kilos. El objetivo de la banda terrorista era el de reducir a escombros el edificio de la Seguridad Social y provocar una gran masacre por la cercanía de otros edificios habitados, que también se habrían visto afectados”.

Ciento sesenta kilos de explosivo que el agente que aquella noche estaba de guardia en la unidad de los Tedax había calculado nada más llegar, al ver las dos ollas enormes, conectadas con cartuchos y un sistema eléctrico que acababa en un cebador para explosionarlas con un temporizador. Entró en el coche, observó atónito la monumental bomba de ETA y salió decidido a quitarse el chaleco antibombas, hasta quedarse sólo en camiseta.

Antes incluso de que Bildu y de que ninguno de los partidarios o cómplices de la banda terrorista plantee el acercamiento de los presos etarras como una cesión del Estado español, el Gobierno debería de emprender la política de normalización que supone el traslado de los presos etarras a las prisiones más cercanas al País Vasco“¿Estás loco? ¿Piensas desactivarla sin chaleco antibalas?”, le preguntó uno de sus superiores. “¿Un chaleco, jefe? ¿Para qué? ¿Usted cree que si no sale bien, con esa cantidad de explosivo, el chaleco va a servir para algo?. Desde fuera lo veían sudar, los cristales del coche bomba empañados dibujaban los perfiles de aquel hombre valiente, sereno, decidido. “Vosotros preocupaos sólo de que la prensa no sepa nada, que mi mujer se levanta varias veces en la noche a darle el pecho a nuestro bebé y no quiero que se asuste si pone la radio”. Amanecía la ciudad, el último día del año, cuando aquel hombre abandonó el coche bomba. “Ya está; lo hemos conseguido”. En el frío gélido del amanecer, lo vieron alejarse con la camiseta empapada en sudor, exhausto, con la tranquilidad de que su mujer estaría esperándolo en casa con su hijo recién nacido en brazos. “¿Qué tal la noche, cariño, algún problema?”.

Fue aquella la madrugada del 30 al 31 de diciembre de 2001. Gracias a la actuación del tedax, la crónica de aquella noche tiene un final feliz, heroico, orgulloso como cada vez que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad han logrado vencer y doblegar los planes terroríficos de ETA. Fue aquella una madrugada épica que forma parte de la memoria sentimental de los españoles en su lucha contra la banda terrorista, sentimientos de dolor y muerte, sensaciones de impotencia y de burla, llantos de rabia y desconsuelo, pero también experiencias como esta, que acababa reconfortándonos más aún, reafirmándonos en la firmeza de la democracia, en la frialdad inalterable de la justicia, en la calma de la convivencia ciudadana.

Cuando se caigan las últimas hojas del calendario de este 2012, se cumplirá el primer año completo sin la amenaza de ETA en España. Casi medio siglo soportando esa amenaza y ahora, sin más, tenemos que contemplar esa ausencia como una derrota del enemigo, como una victoria de aquello que hemos sufrido. Debemos ver la ausencia de atentados como un logro que no exige más recompensas que la justicia, que no se acuna en las vísceras sino en la razón democrática de saber que la verdad se impone. Vendrán días en los que la normalidad de los presos etarras se habrá de imponer como la normalidad de los otros presos, condenados por asesinato, que cumplen sus penas en las cárceles cercanas allí donde nacieron, donde vivieron. Y eso, que en términos del debate político se denomina "el acercamiento de los presos vascos" tendremos que contemplarlo como parte de la normalidad, de la victoria. Antes incluso de que Bildu y de que ninguno de los partidarios o cómplices de la banda terrorista plantee el acercamiento de los presos etarras como una cesión del Estado español, el Gobierno debería emprender la política de normalización que supone el traslado de los presos etarras a las prisiones más cercanas al País Vasco. Y luego, nada más. Lo constitucional, nada más. El Estado habrá actuado una vez mas de acuerdo a la legalidad, a la Constitución. Ningún otro perdón para quien ha asesinado. La memoria sentimental de la banda terrorista nos trae dolor, nos devuelve el horror, pero después de medio siglo hemos ganado. Paz y Justicia.

Ni el frío gélido de aquella madrugada evitó que, al abandonar el coche, la escueta camiseta de manga corta que llevaba puesta estuviera empapada de sudor. Era la víspera de la Nochevieja y en Sevilla sólo un grupo de turistas, que fueron desalojados de un hotel cercano, se había percatado del enorme cordón de seguridad que había establecido la Policía en torno al edificio de la Seguridad Social, frente a la estación del AVE de la capital andaluza. A las tres de la madrugada llegaron con un estruendo azul de sirenas una decena de coches patrulla, y sólo cuando ya había amanecido, pasadas las ocho y media de la mañana, se deshizo aquel cordón policial.