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Andaluces, Franco ha vuelto
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Javier Caraballo

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Andaluces, Franco ha vuelto

La autonomía era un objetivo y, con el paso de los años, se ha vuelto una excusa. Una excusa para la clase política que se ha

La autonomía era un objetivo y, con el paso de los años, se ha vuelto una excusa. Una excusa para la clase política que se ha asentado en esta comunidad, como en otras, y que ha convertido la reivindicación de lo que ya existe en su modo de vida. Es verdad, porque es innegable, que en estos tres decenios de autonomía la comunidad ha prosperado y nada tiene que ver la realidad de hoy con la región subdesarrollada que dejó en herencia el franquismo.

Podría objetarse, y también es cierto, que nunca se podrá demostrar si, con un Estado centralista y con el mismo nivel de ayudas europeas, el desarrollo habría sido igual que el actual o incluso mayor, pero como ese debate pertenece al mundo de lo imaginario, lo mejor es aparcarlo. La realidad es la que tenemos delante: es indiscutible que Andalucía ha evolucionado con la autonomía como no lo había hecho en los dos últimos siglos.

Lo que ocurre es que, siendo así, nadie podrá negar tampoco que existe una enorme desproporción entre el crecimiento, en ese tiempo, de la trama institucional andaluza y el desarrollo los servicios públicos y la calidad de vida de los andaluces. Nada se ha desarrollado tanto en estos treinta años como la burocracia que vive del poder andaluz, y que va mucho más allá de la propia hegemonía socialista asentada en el Gobierno de la comunidad, ya que abarca a decenas de organismos paralelos, desde asociaciones vecinales hasta universidades, pasando por agrupaciones patronales y sindicales.

Frente a esa realidad institucional, ampulosa y desbordada, lo que se puede contraponer son estadísticas terribles para una sociedad, como el porcentaje de desempleo más elevado de Europa, el grado mayor de fracaso escolar, el pésimo nivel medio de las universidades, la renta per cápita o la creciente desertización industrial.

La telaraña autonómica

Por la necesidad de mantener la telaraña autonómica se produce el hecho perceptible de que la autonomía haya pasado de ser un objetivo reclamado por los ciudadanos a una excusa del poder político para perpetuarse como clase dirigente

Por esa desproporción, y por la necesidad de mantener la telaraña autonómica, se produce la distorsión de la que antes hablaba, el hecho perceptible de que la autonomía haya pasado de ser un objetivo reclamado por los ciudadanos a una excusa del poder político para perpetuarse como clase dirigente. Hoy, por ejemplo, 28 de Febrero, es un buen día para reparar en esa distorsión. Hoy se celebra en esta comunidad el Día de Andalucía, en conmemoración del referéndum con el que se logró la autonomía andaluza cuando se desperezaba la democracia española.

Ganó Andalucía su autonomía un día como hoy de 1980 gracias a un referéndum que ninguna otra comunidad autónoma ha superado, ni siquiera aquellas que se denominan erróneamente ‘comunidades históricas’ por el simple hecho de que el golpe de Estado de Franco irrumpió cuando ya se habían aprobado sus estatutos de autonomía, omitiendo a aquellas otras, como Andalucía, que estaban en el mismo proceso. La oleada ciudadana que se echó a la calle entonces en demanda de su autonomía perseguía la igualdad entre las regiones, la justicia entre las comunidades de España, sin privilegios ni amenazas, y fue tan grande la convulsión provocada por el referéndum andaluz que todo el Estado autonómico se trastocó, descartando la asimetría regional que estaba prevista y diseñada.

Lo que cuesta trabajo entender es que, treinta años después, con todas las competencias de autogobierno en su mano, la clase dirigente andaluza siga manteniendo el mismo discurso de entonces, como si nada hubiera pasado. Como aquel discurso fue rentable entonces, se mantiene aún hoy como excusa de todos los males de Andalucía. De hecho, el Gobierno andaluz, integrado por el PSOE e Izquierda Unida, lleva semanas preparando un 28-F “reivindicativo”, con proliferación de manifestaciones y manifiestos en los que se presenta a la comunidad andaluza como una víctima de un ataque exterior que quiere aniquilar la autonomía; como víctima “de las más de siete plagas que representan para los andaluces las reformas implantadas por el PP, que atentan contra el Estatuto de autonomía, y que nos exigen luchar por recuperar nuestros derechos y ganarnos el respeto de los poderes del Estado, que piensan poco en los andaluces”, como vociferan desde el Gobierno andaluz.

¿Se ve claro? Hace treinta años, la autonomía andaluza era un objetivo y, una vez lograda, esa misma reivindicación se perpetúa como excusa política de los males internos. En definitiva, el mismo mecanismo mental que se puede apreciar en otros nacionalismos.

Para redondear el agravio, este año, incluso, el Gobierno andaluz, de la mano de Izquierda Unida, ha incluido la resurrección del franquismo para otorgar más potencia demagógica a la protesta. La idea que se intenta trasladar es que la amenaza contra la autonomía andaluza es equivalente a la que ya se produjo durante la dictadura franquista. Para ello, se elige uno de los lugares marcados en la memoria histórica: se recuerda “a los andaluces que sufrieron la represión, la tortura y la muerte en el franquismo” y se insta a continuación a los ciudadanos a salir a la calle “para defender nuestra identidad como pueblo”. “Andaluces, Franco ha vuelto”, parecen decir. Cualquier cosa, en suma, antes que reconocer que el tiempo ha pasado y que para buscar a los responsables de la realidad andaluza ya no hay que salir de esta comunidad. El 28 de Febrero de 1980 nadie habría pensado que una manifestación ciudadana tan grande, tan pura, podría pervertirse de esta forma. Pero ha sucedido.

La autonomía era un objetivo y, con el paso de los años, se ha vuelto una excusa. Una excusa para la clase política que se ha asentado en esta comunidad, como en otras, y que ha convertido la reivindicación de lo que ya existe en su modo de vida. Es verdad, porque es innegable, que en estos tres decenios de autonomía la comunidad ha prosperado y nada tiene que ver la realidad de hoy con la región subdesarrollada que dejó en herencia el franquismo.