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Rajoy y Bárcenas, malo será...
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Javier Caraballo

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Rajoy y Bárcenas, malo será...

"¿Que el caso Bárcenas va a acabar derrumbando al Gobierno? No, hombre, malo será". Si existe una expresión en Galicia que entusiasma a los gallegos es esta del

"¿Que el caso Bárcenas va a acabar derrumbando al Gobierno? No, hombre, malo será". Si existe una expresión en Galicia que entusiasma a los gallegos es esta del "malo será", que se reivindica como un compendio filosófico de la espera, del optimismo, de la confianza en que nada malo que se presuma acabará pasando. En la Real Academia de la Lengua se recoge como una expresión que se utiliza "para manifestar la dificultad o poca probabilidad de que suceda algo que no se desea". Desde los pimientos de Padrón, esa ruleta rusa de la mesa gallega, hasta los partidos de fútbol del Dépor o del Celta, pasando por un día de playa que amanece nublado, todo se afronta con la esperanza del malo será. "¿Es que no va a amainar nunca el temporal de Bárcenas? Sí, mujer, malo será". Y debe de ser que Rajoy afronta esa escandalera con la misma flema gallega, que es la que ha mamado desde que nació. Malo será.

Si alguna característica ha demostrado Rajoy desde que lidera el Partido Popular ha sido esta inclinación suya por marcar los tiempos ajeno a cualquier convulsión, de forma que nada ni nadie consigue variarle los plazos pausados, desesperantes, a la espera siempre de que el propio paso de los días vaya aportando soluciones a aquellos problemas que días antes parecían irresolubles. Todo se aplaza pendientes de que el futuro inmediato irá despejando el camino y, sobre todo, seguros de que nada de lo que se vaticina se acabará cumpliendo, porque malo será.

Hasta ahora, en varios episodios controvertidos de su vida política la estrategia ha salido bien, parece evidente, y podemos encontrar ejemplos muy claros y variados en cómo el presidente del Gobierno afrontó, por ejemplo, las reclamaciones internacionales para que España pidiera el rescate de la Unión Europea o en cómo ha ido resolviendo los desafíos internos que cuestionaban su liderazgo dentro del Partido Popular. La filosofía política del malo será ha acabado dando los resultados apetecidos y, tal y como pudo pensar Rajoy en su día, ni se cumplieron los pésimos presagios de la economía española del verano pasado ni las arremetidas internas, reiteradas, recurrentes, de los sectores más conservadores del Partido Popular han logrado nunca desestabilizarlo.

La democracia no es un auto de fe

Lo inquietante de esa estrategia política del presidente del Gobierno es que, además de la templanza de quien la aplica, requiere la paciencia ciega de quienes lo contemplan, en este caso, de una sociedad que lo que espera de la persona que dirige el país son explicaciones y respuestas. La filosofía del malo será necesita, cuando la aplica un presidente del Gobierno, de la confianza absoluta de los gobernados y ya sabemos que esa incondicionalidad no se suele dar en política y tampoco es deseable en una democracia, porque es más propia de otros regímenes. La democracia no es un auto de fe, en definitiva.

Podrán repetirse actos de cierre de filas, pero esas demostraciones no aclaran nada de lo ya es irrefutable: que el PP no sólo no detectó nunca las "fechorías de ese personaje", sino que lo mantuvo a resguardo en la estructura del partidoEn contra de lo que se ha dicho y de lo que se sigue transmitiendo, el caso Bárcenas'no ha sido ni otro 11-M contra el Partido Popular (muchos en España tendrían que tentarse la ropa antes de invocar los episodios de infamia generalizada de aquellos trágicos días) ni es fruto de la invención amañada de ningún poder fáctico. El solo enriquecimiento del tesorero de un partido político, de la forma en que se ha enriquecido Luis Bárcenas, es ya un motivo suficiente para que en el Partido Popular se hubieran dado muchas más explicaciones de las que se han ofrecido.

Podrán repetirse, hasta la saciedad, actos de cierre de filas como el de este lunes en torno a María Dolores de Cospedal, pero esas demostraciones no aclaran nada de lo ya es irrefutable: que el Partido Popular no sólo no detectó nunca las "fechorías de ese personaje", como le llaman ahora, sino que lo mantuvo a resguardo en la estructura del partido incluso mucho después de que estallase el escándalo. Se trata de cambiarle el tiempo verbal a los discursos exculpatorios, que se repiten a diario. Ya no vale decir otra vez, como ocurrió ayer con la secretaria general del Partido Popular, que "no podemos permitir que comportamientos reprobables o ilícitos e indignos cercenen la vida política y el porvenir de España"; se trata de que nos expliquen a todos por qué se han permitido esos comportamientos. La corrupción del pasado no se explica con tiempos verbales de futuro.

El Partido Popular lucha estos días contra un imposible repetido en estos años de democracia, el intento baldío de los partidos políticos que se ven involucrados en casos de corrupción y pretenden que esos escándalos sólo afecten a los directamente implicados. Es inútil y, por mucho que se repita, el Partido Popular no va a conseguir que la gente separe a Luis Bárcenas de esas siglas. ¿Acaso alguien del PP pensó, por ejemplo, que el escándalo de Luis Roldán o de Juan Guerra no le afectaba al Partido Socialista? Pues de la misma forma que nadie se planteó siquiera que el caso Juan Guerra no tenía nada que ver con el Gobierno socialista, ahora suena ridículo que se pretenda lo mismo de la relación de Bárcenas con el Partido Popular. Que el tesorero, a ver, no es un "personaje" ajeno al PP.

¿Acabará este escándalo con el Gobierno? Se formula al aire la pregunta, y ya se puede imaginar al presidente Rajoy mascullando por los pasillos de la Moncloa que no, hombre, que malo será. Y, entre tanto, desmentidos inverosímiles y cierres de filas. Pero, en estas circunstancias, los cierres de filas en política tienen el efecto que tienen, temporal, y duran lo que duran, justo hasta que se produzca la próxima revelación. Como aquel "dos por el precio de uno" de Felipe González cuando el caso Juan Guerra. Murmurará Rajoy su 'malo será' aunque, tan sólo dos metros más allá de su entorno, todo el mundo haya comprendido ya hace mucho tiempo que, antes o después, al presidente no le quedará otra salida que comenzar a enumerar a responsables políticos dentro de su partido y a marcar un cortafuegos de dimisiones que separe su etapa como dirigente del PP de aquella otra que acabó empantanada en la Gürtel y en las cuentas opacas de Suiza. Y si no sucede así, malo será.

"¿Que el caso Bárcenas va a acabar derrumbando al Gobierno? No, hombre, malo será". Si existe una expresión en Galicia que entusiasma a los gallegos es esta del "malo será", que se reivindica como un compendio filosófico de la espera, del optimismo, de la confianza en que nada malo que se presuma acabará pasando. En la Real Academia de la Lengua se recoge como una expresión que se utiliza "para manifestar la dificultad o poca probabilidad de que suceda algo que no se desea". Desde los pimientos de Padrón, esa ruleta rusa de la mesa gallega, hasta los partidos de fútbol del Dépor o del Celta, pasando por un día de playa que amanece nublado, todo se afronta con la esperanza del malo será. "¿Es que no va a amainar nunca el temporal de Bárcenas? Sí, mujer, malo será". Y debe de ser que Rajoy afronta esa escandalera con la misma flema gallega, que es la que ha mamado desde que nació. Malo será.

Mariano Rajoy Luis Bárcenas