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Thatcher’s Massive Cojones
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Javier Caraballo

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Thatcher’s Massive Cojones

El valor testicular siempre ha sido una de las cualidades del poder político más apreciadas por la sociedad. Es evidente que todo eso nace del subconsciente

El valor testicular siempre ha sido una de las cualidades del poder político más apreciadas por la sociedad. Es evidente que todo eso nace del subconsciente machista de la sociedad, pero más allá de ese sustrato el concepto tiene mucho que ver con la satisfacción general con la que se recibe a los dirigentes que no se arredran ante los problemas; esos que tiran para adelante sin que ninguna amenaza externa, ninguna coacción, les haga temblar el pulso. Como principio básico, ese tipo de dirigente gusta; más en la derecha que en la izquierda, es verdad, pero de forma general la cosa testicular se aprecia como virtud en todos ellos.

De todos los políticos de ese corte testicular que podríamos recordar ahora, quizá ha sido Margaret Thatcher la más representativa, acaso porque el hecho de ser mujer le confería más mérito aún entre el personal. Ayer, cuando se conoció su muerte, se tecleaba en Google “cojones Thatcher” y aparecían más de un millón de referencias, entre ellas el artículo de un periodista inglés titulado así, “Thatcher’s Massive Cojones”, como si el carácter inflexible de la dama hubiera sido un arma de ejecución masiva, un arma de poder enorme para gobernar.

Claro que si Thatcher tiene alguna importancia en la historia, si marcó una tendencia y señaló un camino de gobierno, no era sólo por el carácter que la hizo famosa, sino porque supo aplicar esa determinación férrea a aquello en lo que creía firmemente. Que no es baladí recordar ahora, entre tanto demagogo y tanto oportunista como proliferan, que el poder testicular en sí mismo no conduce más que al desastre si no se aplica sobre principios sólidos de acción política en una democracia. Y Margaret Thatcher, como bien recordaba ayer Daniel Lacalle en El Confidencial, logró transformar Gran Bretaña porque aplicó su carácter de Dama de Hierro a un enorme programa reformista de la economía, de las finanzas, de la política y de la sociedad misma. Su ministro de Exteriores, Lord Carrington, decía de ella que “llama a las cosas por su nombre, no tiene miedo de decir lo que piensa, tiene una cabeza brillante y opiniones bien razonadas, y conoce sus límites”. Carácter, temperamento, determinación, sí, pero sobre todo un programa concreto de reformas.

¿Puede haber algún punto en común entre Thatcher y Rajoy, quel se declara un reformista decidido? Si se acude a las propias palabras del presidente no existe la más mínima relación

Por la comparación inevitable que surge con otros políticos, tiene que resultarnos por lo menos curioso que la muerte de Margaret Thatcher se produjera el mismo día que el actual inquilino del número 10 de Downing Street visitaba la Moncloa después de muchos años. ¿Puede haber algún punto en común entre Thatcher y Mariano Rajoy, habida cuenta de que también el presidente del Gobierno español se declara un reformista decidido? Desde luego, si se acude a las propias palabras de Rajoy, sobre su forma de gobernar, no existe la más mínima relación entre los dos. Rajoy lo encomienda todo al manejo de los tiempos: “Hay que manejar los tiempos sabiendo que hay veces que las cosas hay que resolverlas en un segundo, que a veces hay que esperar un mes y que otras, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión”.

Esta declaración de arriba la realizó Mariano Rajoy, en una revista dominical, antes de ganar las elecciones y, con el tiempo transcurrido desde noviembre de 2011, ya podemos asegurar que, en efecto, el presidente del Gobierno se desenvuelve así como dijo, en ese plano difuso, etéreo, del manejo de los tiempos. Pero es el tercer precepto (“a veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión”) el que más inquieta del presidente Rajoy. Entre otras cosas porque da la sensación de que elige esa opción para todos aquellos problemas que exigen algo más, mucho más, que la aprobación de una ley o un decreto en el Consejo de Ministros. Hablamos de los grandes acuerdos que se precisan en España para que las reformas parciales que se van aprobando sean de verdad efectivas; hablamos de la reestructuración profunda del modelo de Estado, para hacerlo más ágil, más barato, más estable; hablamos de cambios profundos en la clase política, de la burocracia política, que no puede seguir soportando la podredumbre de la corrupción y el descrédito; hablamos, incluso, de reforzar algunos pilares esenciales del equilibrio constitucional en los últimos treinta años, como la Corona, sometida a un insoportable goteo de deterioro interno que la está horadando.

No, no pasará Rajoy a la historia como un político testicular, al estilo de la fallecida Margaret Thatcher. Y aunque no está escrito en ninguna parte que sólo se pueda reformar un país con un carácter agrio como el de la Dama de Hierro, lo que sí es evidente es que quien deja pudrirse los problemas acaba naufragando en un cenagal de asuntos pendientes. En eso, con política testicular o sin ella, o se es reformista o no se es. Y el presidente Rajoy tendrá que remover todavía muchos avisperos para que España despegue algún día. 

El valor testicular siempre ha sido una de las cualidades del poder político más apreciadas por la sociedad. Es evidente que todo eso nace del subconsciente machista de la sociedad, pero más allá de ese sustrato el concepto tiene mucho que ver con la satisfacción general con la que se recibe a los dirigentes que no se arredran ante los problemas; esos que tiran para adelante sin que ninguna amenaza externa, ninguna coacción, les haga temblar el pulso. Como principio básico, ese tipo de dirigente gusta; más en la derecha que en la izquierda, es verdad, pero de forma general la cosa testicular se aprecia como virtud en todos ellos.

Margaret Thatcher