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Pantoja, delincuente de cuello rosa
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Javier Caraballo

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Pantoja, delincuente de cuello rosa

Si algún elemento le faltaba a la corrupción en España, era este que ha unido el mundo rosa con los escándalos políticos; si algún ingrediente había

Si algún elemento le faltaba a la corrupción en España, era este que ha unido el mundo rosa con los escándalos políticos; si algún ingrediente había que añadirle al engrudo para que la corrupción se hiciera más espesa, más pestilente, era este desfile de famosos camino de la trena o del juzgado, mientras el público agolpado tras las vallas, en plan pasarela de Hollywood, se desgañita con vítores y escupitajos, insultos y adulaciones. Es la España de las banderías, la que más entusiasma, la que más conmueve, la que más pasión suscita. La España de las banderías... La excusa perfecta para aquellos que se escudan en la fama, en la popularidad, para justificar su paso por los juzgados. ¿Qué mejor para Isabel Pantoja, por ejemplo, que el debate que ha seguido a su condena, como si fuera víctima de su popularidad? "Es la envidia que me tienen", como le dijo a alguno de los que se han sentado con ella en el banquillo. Habla de envidia, de atropello. Pero sabemos que esa no es la verdad. De hecho, lo que ha ocurrido es que Isabel Pantoja ha utilizado su fama para delinquir.

La fama ha sido, primero, la puerta por la que Isabel Pantoja se adentró en el desfalco de Marbella y la fama ha sido, después, la tapadera que ha utilizado la cantante para disimular sus tropelías. Tanto es así que toda la estrategia de defensa de la cantante en este proceso ha contado siempre con que la fama, su popularidad, le serviría de parapeto para orientar los debates al mundo rosa. Cuando esta mujer llegó a Marbella, Julián Muñoz ya estaba procesado por varios delitos de corrupción urbanística que iba sorteando entre el desparpajo, la inconsciencia y el descaro. Isabel Pantoja, que forma parte de esa especie de procesados en España que nunca supo nada, que nunca sospechó nada y jamás oyó nada, contempló aquello con la naturalidad de quien ve a su pareja ir al fútbol los domingos. "Yo veía que iba mucho a los juzgados, pero nunca me interesé", dijo en una de sus contadas y medidas declaraciones ante el juez con las que ha querido convertir su caso en un serial más de la prensa del corazón.

La fama ha sido, primero, la puerta por la que Isabel Pantoja se adentró en el desfalco de Marbella y la fama ha sido, después, la tapadera que ha utilizado la cantante para disimular sus tropelíasNada sabía de los procesamientos de Julián Muñoz cuando comenzó su relación con él, de la misma forma que nada sabía de los cientos de miles de euros que se ingresaron en su cuenta durante los años que duró el negocio, "el plan preconcebido que ejecutaron para aflorar dinero y ganancias". Así está acreditado en la sentencia porque Isabel Pantoja, esta doliente que nada sabía, experimenta una transformación espectacular en sus cuentas corrientes desde que conoce a Julián Muñoz, desde que se arrima al perol del saqueo de Marbella: un goteo incesante de dinero en efectivo que le llevó a ingresar 292.000 euros sólo en el año 2003, al poco de conocer a Julián Muñoz, más dinero que el que había ingresado en metálico en los siete años precedentes, desde 1996 hasta 2002. Los datos acreditados son tan apabullantes que, a la luz de la sentencia, las declaraciones de Isabel Pantoja durante el juicio sólo se pueden contemplar como un ejercicio de insoportable cinismo. Es aquello que dijo: "Yo mantuve a Julián Muñoz y le di todo el dinero. Él no tenía nada. Yo le seguí y lo hice todo por él".

Cuando, a la salida de la lectura de la sentencia, a la cantante la zarandearon entre vítores e insultos, se produjo un inquietante paralelismo gráfico entre ese momento de la Pantoja, ya condenada, y aquella otra estampa suya que está grabada en la memoria colectiva de la sociedad española: la cantante destrozada por el dolor, cuando un toro le arrebató a su marido en la plaza de toros de Pozoblanco. Ayer se repetían las fotos y hasta los titulares de entonces: "La pena de la Pantoja", decían, como si otra vez hubiera enviudado.

Todo esto no pasaría de una mera casualidad si en todo este tiempo, en los años que ha durado este proceso, la propia Isabel Pantoja no hubiera buscado ese paralelismo cruel, plagado de frivolidad. "No sé cómo una persona puede aguantar lo que yo he aguantado... Después de la muerte de Paco, este ha sido el peor momento de mi vida... El daño ya está hecho". Por la conjunción fatal de la corrupción política con el mundo rosa, ya hay quien pretende convertir el procesamiento de la cantante en un linchamiento de la sociedad, en una arbitrariedad de la Justicia. La Pantoja, víctima de la vida otra vez. Y mañana, cuando se recuerde este caso, sólo esgrimirán la estampa inmortalizada de su salida del juzgado, desfallecida, ultrajada; como una doliente, una pobre inocente engañada por los demás. Pero sabemos que esa no es la verdad. Isabel Pantoja ya no es, aunque lo pretenda, aquella viuda de España; Isabel Pantoja es hoy una delincuente de cuello rosa.

Si algún elemento le faltaba a la corrupción en España, era este que ha unido el mundo rosa con los escándalos políticos; si algún ingrediente había que añadirle al engrudo para que la corrupción se hiciera más espesa, más pestilente, era este desfile de famosos camino de la trena o del juzgado, mientras el público agolpado tras las vallas, en plan pasarela de Hollywood, se desgañita con vítores y escupitajos, insultos y adulaciones. Es la España de las banderías, la que más entusiasma, la que más conmueve, la que más pasión suscita. La España de las banderías... La excusa perfecta para aquellos que se escudan en la fama, en la popularidad, para justificar su paso por los juzgados. ¿Qué mejor para Isabel Pantoja, por ejemplo, que el debate que ha seguido a su condena, como si fuera víctima de su popularidad? "Es la envidia que me tienen", como le dijo a alguno de los que se han sentado con ella en el banquillo. Habla de envidia, de atropello. Pero sabemos que esa no es la verdad. De hecho, lo que ha ocurrido es que Isabel Pantoja ha utilizado su fama para delinquir.

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