Es noticia
Un pensamiento tonto del Rey
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Un pensamiento tonto del Rey

Que todo fue por un pensamiento tonto que se cruzó en la cabeza el otro día, cuando el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, estaba abroncando y

Que todo fue por un pensamiento tonto que se cruzó en la cabeza el otro día, cuando el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, estaba abroncando y aleccionando a los diputados italianos, malhumorado tras dos meses de caos institucional por la incapacidad de los políticos de ese país de llegar a un mínimo acuerdo de gobernabilidad. Ni en las circunstancias extremas en las que se encuentra Italia son capaces los distintos líderes políticos de anteponer el interés nacional al interés particular, sectario, y por eso Napolitano se subió a la tribuna, después de ser reelegido, a cantarles algunas verdades a la cara: “Hacía falta ofrecer al país y al mundo una imagen de confianza y de cohesión nacional (…) y han prevalecido las contraposiciones, la lentitud, las dudas sobre las decisiones a adoptar, los cálculos, las conveniencias y los juegos tácticos” de las fuerzas políticas.

Bueno, pues en esas andaba, escuchándolo, cuando se cruzó la pregunta tonta: ¿Quién queda en España con autoridad moral para subirse a una tribuna y soltar una bronca así? Cuando la respuesta a una pregunta es silencio y sudor frío, malo. Y eso mismo me ocurrió con la duda que se atravesó en mi cabeza sin avisar. Porque no hay nadie, claro; por eso. En un ligero repaso por las instituciones públicas, no parece que haya al frente de las mismas ni una sola autoridad que pueda asumir ese rol, que pueda destacarse sobre las cabezas de todos los demás y decir en voz alta que no se puede seguir así.

Es tal el deterioro al que hemos llegado que ni siquiera se puede considerar una exageración que en el descrédito de la clase política española incluyamos, además de a los actuales gobernantes, en todos los ámbitos, con sus respectivas oposiciones, a aquellos gobernantes que ya no están en activo. No queda en España una voz política con autoridad que no sea discutida por algún sector y, por descontado, no existe un liderazgo en la actualidad que se le considere como tal en la sociedad.

El Rey, y el Príncipe, todavía están a tiempo de enderezar el rumbo, pero para eso tendrán de dejar de esconder bajo la alfombra los problemas y sus soluciones. Hacen falta decisiones de la Casa Real que estén a la altura de los problemas que ha generado, desde Corinna hasta UrdangarinPero, ¿y el Rey? Esa es la cuestión, por eso el sudor frío. Porque a diferencia de otras etapas críticas de la reciente historia democrática de España, quizá sea este el momento en el que todas las instituciones por igual están contaminadas por el descrédito. Otras veces, la figura del Rey prevalecía por encima de todas las polémicas, emergía, y se podía escuchar la autoridad impoluta de su voz. Y si, luego, no surtía efecto el llamamiento de don Juan Carlos, buena parte de la opinión pública, de la sociedad española, podía identificar a alguien que expresaba lo que se sentía a pie de calle.

Ese esquema ha funcionado, si lo piensan, en muchas ocasiones, desde algunos momentos de graves desavenencias políticas a otros de enorme gravedad, como el propio golpe de Estado de Tejero. Bastaría comparar el crédito actual de la Corona con el que tenía en aquella maldita intentona del 23-F para comprender la gravedad de la avería. La avería institucional que tiene España. Tras lo de Urdangarin, ¿cómo va a dar lecciones nadie de la Corona sobre la corrupción? Tras los excesos ocultos de Corinna como los que se han contado en El Confidencial, ¿cómo va a ponerse nadie de la Corona de ejemplo ante la sociedad?

Es tan crítica la situación y tan complejo el momento que vivimos, que la propia depresión trae consigo el único consuelo que podemos encontrar. Como en otras crisis, de la economía o de la misma vida, a veces hace falta tocar suelo para solucionar algunos problemas que parecían enquistados, imposibles de solucionar. Y esa debe ser la lección que se extraiga de este momento. La Corona de España, por descontado, porque a mi entender no se puede considerar aún finiquitada. El Rey, y el príncipe Felipe, todavía están a tiempo de enderezar el rumbo, pero para eso tendrán de dejar de esconder bajo la alfombra los problemas y sus soluciones. Hacen falta decisiones de la Casa Real que estén a la altura de los problemas que ha generado, desde Corinna hasta Urdangarin. Y se admitirá que han sido problemas muy graves.

La clase política, de la misma forma, tendría que aprovechar esta depresión absoluta para sacudirse las miserias sectarias que siguen configurando estrategias y discursos a diario para recuperar con urgencia el prestigio perdido. Y también aquí, las soluciones, las renuncias, los acuerdos, tienen que estar a la altura de los problemas generados. Dicho sea todo esto en el día, jueves 25 de abril, en el que un grupo de exaltados (desde ultras de fútbol a radicales de la política) pretende rodear el Congreso para arrogarse una legitimidad de la que carecen y para apropiarse, otra vez, de un movimiento de protesta que surgió sano en la sociedad y que acabó viciándose con la desmesura de los escraches. Que las soluciones al sistema democrático, que es el menos malo que ha concebido la humanidad, están dentro del sistema. Nunca fuera de él.

Que todo fue por un pensamiento tonto que se cruzó en la cabeza el otro día, cuando el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, estaba abroncando y aleccionando a los diputados italianos, malhumorado tras dos meses de caos institucional por la incapacidad de los políticos de ese país de llegar a un mínimo acuerdo de gobernabilidad. Ni en las circunstancias extremas en las que se encuentra Italia son capaces los distintos líderes políticos de anteponer el interés nacional al interés particular, sectario, y por eso Napolitano se subió a la tribuna, después de ser reelegido, a cantarles algunas verdades a la cara: “Hacía falta ofrecer al país y al mundo una imagen de confianza y de cohesión nacional (…) y han prevalecido las contraposiciones, la lentitud, las dudas sobre las decisiones a adoptar, los cálculos, las conveniencias y los juegos tácticos” de las fuerzas políticas.