Es noticia
Griñán, el engaño como estrategia política
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Griñán, el engaño como estrategia política

“Habla para que yo te conozca”, le decía Sócrates a sus alumnos en el ágora griega. Aquellos sabios, sobre los que se iba a edificar luego

“Habla para que yo te conozca”, le decía Sócrates a sus alumnos en el ágora griega. Aquellos sabios, sobre los que se iba a edificar luego toda nuestra civilización, ya practicaban entonces el arte de la retórica y, entre los ejercicios más habituales, importado luego a Roma, se encontraba el de que una misma persona tuviera que defender, con el mismo ardor, una cosa y la contraria. Ya entonces se sabía que la política era un arte de simulación y, mientras en las escuelas se practicaba la defensa argumentada de aquello en lo que incluso no se creía, en la calle se tenía muy claro que la política estaba íntimamente ligada a la mentira. Desde la antigua Grecia hasta nuestros días, esa línea continua se ha mantenido invariable.

El rasero, claro, no es igual para todos, aunque sea extensible a todos. Siempre hay un ser político que destaca por encima de los demás. José Antonio Griñán, por ejemplo, que ha sido, quizá, el personaje político que más ha sorprendido en los últimos tiempos por sus decisiones. Sorprendido, desconcertado o abrumado, que todo tipo de reacciones se ha podido observar tras las decisiones que ha ido tomando Griñán desde que accedió de forma inesperada a la Presidencia de la Junta de Andalucía el 21 de abril de 2009, cuando Manuel Chaves, que ocupaba ese cargo, fue designado vicepresidente del Gobierno de la nación por Rodríguez Zapatero. Desde entonces hasta ahora, a Griñán, que entonces era un casi desconocido ‘número dos’ de la política española, siempre a la sombra de Felipe González o Manuel Chaves, sólo hay que aplicarle la receta de Sócrates. Porque de sus palabras y de sus hechos se deduce el personaje político con nitidez.

placeholder José Antonio Griñán aplaude tras su intervención en la reunión del Comité Director del PSOE andaluz. (EFE)

El primero que debió sorprenderse de las estrategias de engaño de Griñán fue, precisamente, quien lo colocó al frente de la Junta de Andalucía. Lo que hasta ese momento había entre Chaves y Griñán era mucho más que una mera relación política cimentada a lo largo de tres décadas de cargos públicos; eran amigos habituales en la vida privada, con una relación casi familiar, y compañeros inseparables en política. Por eso no sorprendió a nadie que cuando se marchó Chaves de la política andaluza le dejase su puesto a su amigo Griñán y que, para garantizarle una mayor estabilidad, el propio Chaves permaneciera al frente de la Secretaría General del PSOE de Andalucía, un partido que dominaba sin fisuras. Se estableció aquella bicefalia, Griñán en el Gobierno y Chaves en el partido, y lo que nadie podía esperar era que, tan sólo cuatro meses después, se iniciara desde la Presidencia de la Junta de Andalucía una campaña de acoso de Chaves y de todos los que comulgaran con él. “Estaré con Chaves hasta que él quiera”, había garantizado Griñán cuando, al asumir la presidencia andaluza, le preguntaban por sus aspiraciones en el partido. Y él, simplemente, lo negaba: “No hay ningún problema con la bicefalia”.

Cuatro meses tardó en comenzar a cambiar de discurso y defender lo contrario, a pesar de que Chaves, abrumado, intentaba quitarle hierro al conflicto y calmar las aguas. “El líder del PSOE de Andalucía es el presidente de la Junta de Andalucía, con independencia de que sea o no secretario general”, decía Chaves, pero ninguna de esas declaraciones logró frenar a Griñán en sus pretensiones. En enero de 2010, aumentó la presión y ya defendía abiertamente en los actos públicos que había que acabar “con el problema” de la bicefalia “cuanto antes” para que “lo que es normal se convierta en normal, también en la legalidad misma del partido”. Y lo remataba: “Equipos cohesionados bajo mi dirección” en el partido y en el Gobierno. Ni un año había pasado cuando, finalmente, Chaves tuvo que ceder, convocar un congreso extraordinario y abandonar la Secretaría General del PSOE de Andalucía.

Años más tarde, en el último congreso federal del PSOE celebrado en Sevilla, Griñán también ejerció toda su presión como líder de la potente agrupación socialista de Andalucía para arrebatarle a Chaves, también, la presidencia del PSOE, con Rubalcaba como secretario general. Con tanto desprecio ha terminado tratando Griñán a su antiguo mentor que hace poco, incluso, hasta parecía reprocharle, con insinuaciones capciosas, que lo hubiera colocado en la Presidencia de la Junta de Andalucía. “A mí me nombraron a dedo, me siento a veces como Suárez, y yo he abierto el partido a la democracia”. En esa misma entrevista, publicada por el Diario Sur a final de junio pasado, le preguntaron por su antigua amistad con Chaves y sólo comentó con distancia: “Ha pasado de ser una relación frecuente a ser una relación prácticamente fría; ya no existe relación”.

Desde la traición a Chaves hasta la farsa de las primarias, el todavía presidente andaluz siempre ha acabado haciendo lo contrario de lo que prometió

En el momento de esas declaraciones, lo que acababa de anunciar Griñán en el Parlamento de Andalucía era que no pensaba repetir como candidato a la Presidencia de la Junta de Andalucía en otras nuevas elecciones. Ese anuncio lo hizo Griñán apoyándose en dos pilares argumentales: la necesidad de renovación y la garantía de permanencia hasta el final de la legislatura. Pues bien, en los dos casos ha dicho una cosa y ha acabado haciendo la contraria. La renovación, por ejemplo. Hace justo un año, en julio de 2012, Griñán fue reelegido secretario general del PSOE de Andalucía, tras lograr también la reelección en la Presidencia de la Junta gracias a un pacto con Izquierda Unida. Entonces, julio de 2012, le preguntaron si pensaba presentarse de nuevo a las elecciones andaluzas al final del mandato. Y él contestó: “Se lo digo sinceramente. Yo tengo voluntad de gobierno, de partido, de seguir haciendo cosas, y me siento particularmente joven. Yo creo que voy a volver a ser candidato si me lo plantea el partido”.

Es especialmente conmovedor el principio de esa respuesta: “Se lo digo sinceramente”. Como sabemos ahora, menos de un año después, el todavía presidente andaluz ha anunciado que dejará la Presidencia de la Junta en agosto. Es decir, lo contrario. Como sus declaraciones. Lo que ahora dice, que al parecer lleva meditando mucho tiempo, es que “no puede ser que la sociedad cambie, que los retos cambien, que los problemas sean nuevos y que los dirigentes de un proyecto social, político o económico no sean solidarios con ese cambio. (…) Además, en 2016 tendré 70 años y me veo con ciertas dificultades biológicas para continuar”. Y la misma versión, con un toque poético final: “A veces en política uno tiene que hacer estas cosas, uno no se puede perpetuar ni personalmente, ni políticamente, ni directamente, ni indirectamente. Yo me iré y los pájaros seguirán cantando”. Emocionante.

¿Cómo se puede cambiar de criterio de forma diametral, en cuestiones tan básicas, y en tan sólo unos meses? En el caso de Griñán, a la vista está, pero no sólo en unos meses, también puede decir una cosa y la contraria en cuestión de semanas. Hace cuatro semanas, en el Parlamento andaluz, aseguró que no iba a repetir como candidato en las próximas elecciones, pero garantizó que agotaría la legislatura como presidente de la Junta de Andalucía. En el Parlamento y en multitud de entrevistas dijo lo mismo: “Mi voluntad es llegar hasta el final, agotar la legislatura, porque este es un Gobierno que ha dado muestras de solidez y estabilidad”. El periodista Luis Barbero le preguntó con más detalle:

-¿Cuánto tiempo se ve como presidente de la Junta de Andalucía?

- Hasta que termine la legislatura.

-¿Y cuándo va a acabar?

- Yo quiero que termine en 2016.

- Pues da la sensación de que se está yendo ya.

- Al revés…

placeholder La candidata a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y José Antonio Griñán. (EFE)

Esa entrevista se publicó hace menos de un mes, el 30 de junio. Pero es que este mismo martes, por la tarde, antes de filtrarse la noticia, Griñán seguía afirmando, con toda solemnidad, que no pensaba anunciar su renuncia en el comité director del miércoles. Y lo de siempre, lo anunció: el 27 de agosto va a dimitir como presidente y las razones que esgrime ahora son las opuestas a las que daba. Ha decidido dimitir como presidente porque “es lo más lógico” una vez que el PSOE ha elegido a una nueva candidata (lo dice como si fuera algo ajeno a él, cuando, en realidad, fue Griñán quien aceleró el proceso de sustitución con unas primarias que resultaron una farsa) y que, además, el relevo en la Presidencia "es la mejor decisión para agotar la legislatura y para fortalecer la estabilidad del Gobierno de Andalucía". 

Renovación, estabilidad, cansancio por la edad, motivos personales… Por supuesto que, entre las razones que han influido en su marcha, no se encuentra, de ninguna de las maneras, la posibilidad de que la juez Alaya lo impute en los ERE (“son mentiras”, dice Griñán) ni tampoco que todo este proceso, ‘la espantada’, como la titulamos en El Confidencial, vaya a culminar con su nombramiento como senador, para seguir gozando del aforamiento en el Tribunal Supremo. Eso dice ahora Griñán sobre los ERE pero, como en las anteriores afirmaciones, como en todo este tiempo desde que fue nombrado presidente andaluz, sólo habrá que esperar a que pase el tiempo.

Que la política es un arte de simulación y engaño es un aserto que se arrastra desde el principio de los tiempos. En lo concerniente a Griñán, para entender bien al personaje hay que relacionar necesariamente su estrategia de engaño con la soberbia de la que hace gala (tan pagado de sí mismo está que llega a decir cosas como que está escribiendo sobre su vida, pero que no serán memorias, sino “puntos de luz”). Por eso, si alguien le reprocha algo pensará, como decía Ciorán, que en su caso “la mentira es una forma de talento”. 

“Habla para que yo te conozca”, le decía Sócrates a sus alumnos en el ágora griega. Aquellos sabios, sobre los que se iba a edificar luego toda nuestra civilización, ya practicaban entonces el arte de la retórica y, entre los ejercicios más habituales, importado luego a Roma, se encontraba el de que una misma persona tuviera que defender, con el mismo ardor, una cosa y la contraria. Ya entonces se sabía que la política era un arte de simulación y, mientras en las escuelas se practicaba la defensa argumentada de aquello en lo que incluso no se creía, en la calle se tenía muy claro que la política estaba íntimamente ligada a la mentira. Desde la antigua Grecia hasta nuestros días, esa línea continua se ha mantenido invariable.

José Antonio Griñán Manuel Chaves Susana Díaz